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En los primeros cinco años y medio, Santos había escogido a personas cercanas, leales y de trayectoria en sus campos. | Foto: Archivo particular

ANÁLISIS

¿Misión imposible?

Los cambios de Santos en el gabinete y en el equipo de Palacio buscan mayor gobernabilidad, paz política y mejor capacidad de comunicación. ¿Lo logrará?

Rodrigo Pardo, director editorial de Semana
30 de abril de 2016

El equipo de ministros y consejeros –el alto gobierno- que se posionará próximamente es realmente distinto al anterior. El gabinete ministerial es representativo. El sanedrín de la casa de Nariño es técnico y de confianza. Fue la fórmula escogida por Santos para ganar gobernabilidad, traer paz a casa y dejar atrás los conflictos, mantener en el redil al vicepresidente Vargas Lleras, y fijar su equipo de gobierno para los dos años largos que quedan. ¿Lo logró?

Santos cambió de criterio para designar ministros. En los primeros cinco años y medio había escogido a personas cercanas, leales y de trayectoria en sus campos. Eran “sus” ministros, Ahora retomó la tradición de la “milimetría”: reconocer que debe haber un grado de representación en el gabinete. Que haya diversidad partidista, regional, ideológica, étnica y de género. A diferencia de Uribe, el antecesor, los políticos le puseron votos a Santos en su reelección (Uribe les aportaba apoyos a sus alidos electorales). Por eso tiene que tener en cuenta los criterios de estos últimos, que siempre están encabezados por el argumento de la representatividad.

En las democracias desarrolladas el gobierno se compone con criterios más cercanos a los que Santos acaba de dejar atrás. La representación es una función política que desempeñan los partidos en escenarios de naturaleza política como el Congreso. Y no por designación a dedo, sino por voto de los ciudadanos. A nadie se le ocurriría que Obama cambiara a un ministro con el único propósito de para meter en el gabinete a una mujer de California. Pero es un hecho que en este momento Santos tenía fuertes presiones (de los políticos) para cambiar. Era muy criticado por bogotano, elitista y desconectado de las bases, y todo eso era corroborado por el tipo de Gabinete que lo acompañaba.

Con su reconocido pragmatismo, el Presidente abandonó el esquema que le gustaba –el de un gabinete técnico- y optó por el que le exigía la realidad política. Una concesión que se explica también por su debilidad en el momento en las encuestas y por el desgaste de casi seis años de gobierno. El nuevo equipo lo fortalece en el mundo político, y no en las encuestas, pues los nombramientos de ministros tienen poco impacto en la opinión pública. La mayoría de los ciudadanos ni siquiera sabe el nombre de los ministros.

Al mismo tiempo que modificó el esquema del gabinete, regresó al viejo esquema de estructura en el despacho presidencial. El regreso a los consejeros y al secretario general, en vez de ministros consejeros, parece semántico. Sin embargo, hay una connotación de fondo: contar con funcionarios más cercanos y de confianza, y asegurar el control sobre los aspectos más importantes de la agenda de gobierno y mejores instrumentos de coordinación y seguimiento de los ministros. El nuevo sanedrín con nombres como Sergio Jaramillo, Rafael Pardo, Alan Jara, Paula Gaviria, deja claro que el proceso de paz y el postconflicto, son la prioridad en la agenda para los dos años que quedan. Y con un gabinete ministerial más político se necesitaba un “kitchen cabinet” de mayor confianza. Luis Guillermo Vélez: la nueva cabeza de la casa de Nariño, es un colaborador de toda la vida, el más santista entre los santistas.

¿Habrá más gobernabilidad? La milimetría es un arma de doble filo. Por un lado, permite acercar a más fuerzas políticas. Pero es muy difícil satisfacer los apetitos de todo el mundo. Aceptar, en forma abierta que el juego de cuotas está permitido, les genera a todos mayores expectativas y un cierto derecho a “pedir”. A los partidos, les hace rentable el chantaje: quejarse, hacer operación tortuga, ponerle sancadillas a los partidos que acompañan la coalición, etc. Esto puede afectar la paz política, que es lo contrario de lo que supuestamente se busca.

Sin embargo, las fichas movidas por Santos también le han dejado algunas ganancias. La vinculación de Clara López y de Jorge Londoño, a pesar de que sus partidos –el Polo Democrático y la Alianza Verde- están en la oposición, divide a estas fuerzas, las debilita, las pone contra las cuerdas. Es una mala jugada desde el punto de vista institucional, porque debilita a la oposición. Pero Santos lo que hizo, al fin y al cabo, fue una movida de realpolitik.

Su mayor logro político -de Santos- es haber mantenido al vicepresidente Germán Vargas en el redil. Una crisis con su vice habría sido lo que menos le habría convenido en estos momentos de debilidad ante la opinión. Y para nadie es un secreto que Vargas tiene un pie en el santismo, por amistad y trayectoria reciente, y un pie en el uribismo, por coincidencias ideológicas y por el escepticismo hacia el proceso de paz. Ya empezaban a circular versiones de un acercamiento entre Vargas y Uribe. Pero ahora, al menos por un tiempo, Santos aseguró que su vice se queda. Y si Germán Vargas llega a la presidencia en 2018 –para lo cual es favorito- a Santos le convendría que lo haga en calidad de aliado y no en la de socio de Uribe. Los cambios recientes en el gobierno favorecen a Vargas Lleras y por eso han sido tan criticados por los liberales. Pero le permiten al Presidente conservar a esos dos partidos, Cambio Radical y Liberal, en el gobierno.

Finalmente, desde el punto de vista institucional, el hecho de que haya tres partidos –Conservador, Polo Democrático y Alianza Verde- con un pie en el gobierno y otro en la oposición, es muy perjudicial. Semejante contradicción contribuye al deterioro de la confianza en la política y en los partidos, que ya se encuentra en los niveles más bajos de aprobación en mucho tiempo.

La presencia de ministros de partidos de oposición, además, genera problemas concretos de manejo. ¿Qué pasará cuando Londoño o Clara, en un consejo de ministros, estén en desacuerdo con lo que se apruebe, por ejemplo, en materia de aumento de impuestos o de licencias para explotación minera? ¿Harán estos partidos debates de control político en el Congreso? ¿Cómo asegurar que los debates en el Congreso solo se ocupen de temas que no tienen que ver con la agenda de estos ministros?

Los últimos dos años de Santos van a ser intensos, complejos e impredecibles.