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Macayepo llegó a ser un pueblo próspero. ahora ni el retorno de varias familias ha borrado las huellas de la violencia

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Los pueblos heridos

Muchos murieron por el destierro. Los retornos no garantizan que miles de caseríos como Macayepo y Chengue, en los Montes de María, vuelvan a vivir. Radiografía de la desesperanza rural.

13 de septiembre de 2008

El 25 de enero pasado una cuadrilla de 15 hombres armados de machetes y picas salió de Macayepo, un corregimiento de Carmen de Bolívar, a limpiar la trocha que une esta población con Chengue, un pequeño caserío que pertenece a Ovejas, Sucre. Allí, a la misma hora, otro puñado de hombres empacaban las cantimploras con agua y fiambres con el mismo objetivo.

Los dos grupos iniciaron al mismo tiempo la limpieza del camino, convencidos de que después del mediodía se encontrarían en la mitad. Era el primer gesto de reconciliación de dos pueblos a los que la guerra no sólo había dejado vacíos, sino que los había separado. Macayepo tenía fama de ser cuna de paramilitares porque de allí era Rodrigo Mercado Peluffo, alias 'Cadena', el verdugo de los Montes de María. Chengue, a su vez, era señalado en toda la región por la presencia de los frentes 35 y 37 de las Farc.

Así, entre estigmas y malas famas vivieron mucho tiempo, hasta que una noche de enero del año 2001 un grupo de paramilitares entró a Chengue. Sin piedad y con crueldad extrema mataron a 24 personas. No hicieron un solo disparo. A todos los mataron de un golpe seco en la cabeza, con un mazo de piedra conocido como la 'mona'. Golpearon, robaron, humillaron a todos los sobrevivientes en este aislado caserío. Después quemaron las casas que pudieron. Ese día Chengue empezó a morir. Sus más de 4.000 habitantes en la cabecera municipal y en la zona rural, que vivían del aguacate y la ganadería, se fueron para siempre. Se acabaron las corralejas, las noches de tertulia de las mujeres, las familias extensas que vivían como vecinos y se visitaban cada domingo. Muy pocos querían volver a una tierra mojada con la sangre de los suyos, donde los recuerdos amargos les impedían seguir adelante. Y donde el abandono del Estado se hizo más profundo y la estigmatización por la presencia de las Farc, más riesgosa.

Ese día también se abrió una herida con Macayepo. Los paramilitares habían pasado por allí, rumbo a Chengue, y también habían festejado su masacre. Por eso el camino que unía a los dos pueblos, no volvió a usarse nunca. Chengue agonizaba y sólo seis familias regresaron al poco tiempo, a lidiar con la pobreza de un pueblo abandonado y donde los fantasmas de la guerra seguían deambulando por las calles.

Mientras tanto, Macayepo vivía su propia historia de terror. En los años 90 el pueblo, que ya tenía más de ocho décadas de existencia, se había consolidado como uno de los caseríos más prósperos de la zona, con unos 5.000 habitantes. Los carros entraban y salían cada semana cargados de aguacates y venían comerciantes de todas partes, no sólo a negociar los productos agrícolas, sino a traer mercancías. Había no sólo una iglesia católica sino varias evangélicas, y las promesas de inversión social que animaban a la gente con el futuro.

Pero la prosperidad atrajo a la guerrilla. En el pueblo recuerdan masacres cometidas por las Farc y también por los paramilitares. Para 2002, la suerte de Macayepo era la misma que la de Chengue. El desplazamiento estaba matando al pueblo. La gente se fue en masa. Sólo venían en época de cosecha a recoger el aguacate. A veces bajo amenaza y en condiciones tan extremas, que hace tres años la Armada tuvo que custodiar toda la recolección del fruto, usando incluso helicópteros.

La desmovilización de los paramilitares, el profundo debilitamiento militar de los frentes de las Farc en la Costa, y una renovada presencia de la Infantería de Marina en la región motivaron a un grupo de campesinos de Macayepo, que estaban sufriendo penurias como desplazados en la ciudad, a retornar. Primero buscaron a los oficiales de la Armada, asentada en Corozal, y pidieron seguridad para retornar a su tierra.

Ciro Canoles es uno de quienes lideró el regreso en 2004. Encontraron las calles del pueblo convertidas en bosques, y varias de las casas y los caminos minados. Lentamente, y con el apoyo de la Infantería de Marina, recuperaron los principales espacios del pueblo y las parcelas para cultivar. Pero los ríos de leche y miel que prometió el gobierno nunca les llegaron. Ochenta viviendas que se empezaron a construir para garantizar el retorno, quedaron a medio camino porque los subsidios resultaron insuficientes. En salud sólo cuentan con las brigadas que eventualmente hace Médicos sin Fronteras, y aunque hay cuatro profesores nombrados las escuelas carecen de recursos básicos para la educación. "Lo que más necesitamos y menos tenemos son créditos para seguir produciendo", dice Canoles, quien se muestra profundamente decepcionado por la respuesta del Estado. Por eso aunque en medio de inmensas dificultades han retornado unas cuantas familias, no es claro cómo se garantizará la verdadera resurrección de Macayepo.

En Chengue, en cambio, el retorno no ha sido posible. Jairo Barreto es un líder desplazado de esa población que ahora vive en Ovejas, y que junto a otros, cuestiona la manera como se están haciendo los retornos en los Montes de María. A pesar de que la Armada ofrece seguridad en la zona, eso no es suficiente. Los habitantes de Chengue piden no sólo que se cumpla con la reparación colectiva que debe arrojar el proceso de Justicia y Paz, y que en últimas significa la reconstrucción del pueblo, sino que se saque del abandono y la marginalidad a esta población a la que en la práctica sólo se puede acceder a pie, pues las carreteras están destruidas. Aun así cerca de 50 familias han retornado, buscan sobrevivir con el aguacate, como sus vecinos de Macayepo.

Justamente porque comparten problemáticas y anhelos de reconstrucción y reparación es que en enero limpiaron juntos el camino. Cuando al fin los dos grupos se encontraron, hubo abrazos y lágrimas. "Y eso que éramos sólo hombres", dice Ciro Canoles. Era la primera piedra de la reconciliación, y un peldaño más en una cadena de esfuerzos enormes para salvar a dos pueblos que intentan sobrevivir, aunque la guerra los había dejado heridos de muerte.