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El pasado lunes un hombre de 30 fue descuartizado en Llorente, Nariño. Las partes de su cuerpo fueron arrojadas en un radio de 50 kilómetros. Era el anuncio de los narcos de que no van a dejarse ganar la guerra que se libra en este departamento. En apenas 15 días, el Ejército les ha destruido e incinerado seis campamentos para el procesamiento de cocaína

CRÓNICA

Los rastros de un cadáver

Llorente, Nariño, es el nuevo corazón del negocio del narcotráfico en Colombia. SEMANA estuvo allí y se encontró con una realidad que el país ni siquiera imagina.

17 de junio de 2006

El lunes 12 de junio amaneció lloviendo en Llorente, Nariño. Pero ni siquiera el torrencial aguacero acalló el bullicio del gentío que transitaba por la única calle del pueblo y el sonido de la música de los 85 prostíbulos levantados a lo largo de la vía. Era evidente, por el ambiente festivo, que ni a las muchachas ni a los clientes les importaba si la semana se iniciaba o terminaba y menos aún cuándo iba a escampar.

A la única persona que le inquietó el vendaval fue a doña Rosario de García, y no por ella, sino por los restos humanos que yacían a la entrada del pueblo. "¡Pobre hombre. Cómo lo habrán vuelto!", exclamó. Empapadas y desnudas estaban al lado de la carretera un par de piernas. La Policía, desconcertada, comenzó a buscar sin éxito el resto del cadáver entre la maleza.

Era una venganza o un mensaje. Ambas explicaciones son probables en este pueblo que hasta hace apenas 10 años tenía 1.500 lugareños y hoy tiene una población flotante de cerca de 30.000 habitantes. Hay gente nacida en toda Colombia. Desde Riohacha hasta Leticia y desde los Llanos Orientales hasta el Pacífico. Y también decenas de suramericanos: bolivianos, ecuatorianos, peruanos. Todos han llegado aquí atraídos por la fiebre de la coca. Algunos arriban a pie después de largas travesías, otros en embarcaciones por la decena de vertientes fluviales que serpentean la selva que rodea al pueblo, pero todos con la ilusión de salir de allí airosos, ojalá en alguno de los lujosos automóviles que a diario se estacionan a lado y lado de la carretera.

Esa es una vía que hacia el sur llega hasta Pasto tras seis horas de trayecto, y hacia el litoral, a Tumaco en apenas 60 minutos. Quien controle la vía gana la guerra. Por eso son frecuentes los asaltos de la guerrilla de las Farc, los crímenes de los paramilitares y los estrictos retenes del Ejército nacional.

Ninguno de esos filtros evitó que los asesinos del hombre de 30 años llevaran su tronco para arrojarlo a 20 kilómetros de distancia en Cajapí, en la vía al mar. Este punto de la geografía es vital porque en los últimos años se ha vuelto un centro de acopio de la droga procesada para trasladarla hacia Cabo Manglares, donde las embarcaciones casi nunca son detectadas.

En la misma mañana, las autoridades hallaron los brazos de ese macabro rompecabezas, ocho kilómetros adelante. Fue entonces cuando tomó fuerza la tesis de que se trataba de un mensaje para todas las personas que participan en el cultivo, el procesamiento y el transporte de la droga, pues el lugar en donde dejaron los brazos es estratégico para guardar el producto antes de embarcarlo y es donde duermen varias familias de humildes raspachines. Lo único que faltaba era la cabeza. El barrio El Porvenir, de Tumaco, un lugar en donde viven decenas de personas que trabajan en las 'cocinas' en las que se procesa la coca, fue el lugar escogido para dejarla. "Me hicieron esto por sapo. Debí guardar silencio", decía el letrero que tenía amarrado.

La advertencia estaba planteada. ¿Quién lo hizo? La vida en Llorente ese día siguió como si no hubiera pasado nada. Las muchachas caminaban insinuantes, los hombres se emborrachaban, el dinero pasaba de mano en mano y a nadie parecía importarle el difunto. Menos aun a la treintena de hombres que esa misma tarde celebró una cabalgata, con gritos y botellas de licor, Iban detrás de una burroteca, atascando el de por sí denso tránsito del pueblo. Un burro con dos inmensos altavoces del que sonaba música norteña. Nadie los pasaba por temor a su reacción. Celebran esas extrañas fiestas con frecuencia, según un habitante del lugar, por lo que no es tan raro que atravesar el kilómetro de largo que tiene este pueblo se tome una o hasta dos horas.

Al caer la tarde, la situación en apariencia era la misma, aunque la gente había entendido bien la brutal amenaza para quienes hablaran con las autoridades. Pero esa noche no había desazón entre los oficiales del Ejército. Increíblemente, todos exhibían rostros de satisfacción. Si los narcos habían llegado a ejecutar semejante acción, decían, era porque realmente se estaban sintiendo golpeados.

Ellos llegaron hace un par de semanas a las goteras de Llorente con la Brigada de Fuerzas Especiales del Ejército compuesta por 1.450 hombres. Este pie de fuerza señala la envergadura de la operación lanzada para cortar la fuente de abastecimiento que las Farc, y en particular el Bloque Occidental, obtienen de las 40.000 hectáreas de droga sembradas en esta región.

En Nariño hay tantos cultivos ilícitos porque sus condiciones topográficas son muy difíciles. Hay cumbres que alcanzan hasta 4.700 metros sobre el nivel del mar, como el Nevado Chiles, y una costa donde hay 10 municipios olvidados, y hay una frontera con Ecuador en medio de la selva. Además, en los 33.268 kilómetros cuadrados del departamento ha primado una cultura tradicional de monocultivo en la que cada campesino se defiende como puede.

El Ejército arribó con información detallada, centímetro a centímetro, del departamento de Nariño. Eran datos satelitales suministrados por Estados Unidos que se sumaron a los obtenidos en aerofotografías en sobrevuelos hechos por la aviación del Ejército y la Fuerza Aérea Colombiana, más otros aportados por la Armada Nacional. "En esta operación no hemos dejado nada al azar. Todos los detalles están aquí", le dijo a SEMANA uno de los coroneles que dirigía la operación mientras señalaba una sala, en plena selva y a 10 kilómetros de Llorente, en la que una decena de militares procesaban información en computadores y marcaban los pasos avanzados con alfileres en las aerofotografías.

El martes 13 fue anunciado oficialmente el primer informe consolidado de resultados de la operación Tifón II: seis campamentos destruidos, cinco laboratorios desmantelados, y 1.012 kilos de clorhidrato de cocaína y 1.445 kilos de pasta de coca decomisados. Y, por si fuera poco, el Ejército halló un hospital de las Farc en medio de la manigua.

Las operaciones exitosas del Ejército nacional han golpeado a todo el mundo. Además de las Farc han sentido su rigor los narcos, que buscan reorganizarse y cuentan para ello con una mano de obra altamente calificada: los desmovilizados del Bloque Libertadores del Sur de las AUC. Al fin y al cabo desde que operaba en el departamento en 2001, esta estructura paramilitar de extrema derecha fue una de las más contaminadas por el narcotráfico. Era vox populi que no vacilaban en hacer alianzas con el cartel del norte del Valle e incluso con las Farc, para sacar ganancias del negocio.

Por eso, cuando el 30 de julio de 2005 se desmovilizaron 677 hombres al mando de Guillermo Pérez Alzate, alias 'Pablo Sevillano', muchos en el departamento respiraron con alivio. Hoy no pueden estar más desilusionados. El número de paramilitares se multiplicó por tres y ya hay anuncios de nuevas organizaciones que hablan de una nueva generación: Mano Negra, Hombres de Negro, Águilas Negras. "Si se mira bien, ese proceso va por mal camino. La presencia de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) se ve por todo el departamento. Yo discrepo de quienes dicen que en Nariño hay nuevos grupos. Los paramilitares no han vuelto por una sencilla razón: nunca se fueron, se quedaron", dijo en un informe reciente publicado por Semana.com Néstor Montilla, asesor de Paz de la Gobernación de Nariño.

Su desazón es comparable a la de los jóvenes de las AUC que dicen apostarle a la paz. Se trata de 43 desmovilizados que a diario se reúnen en la Fundación Renacer Pacífico, de Tumaco, que busca desarrollar procesos productivos legales. De entrada se advierte una profunda ruptura con la cúpula de las AUC. "Aquí hablan de miles de hectáreas, de cientos de millones, de comandantes haciendo compras en centros comerciales, pero a nosotros no nos toca nada de eso. A nosotros sólo nos dan nuestros 358.000 pesos mensuales, nadie nos aprueba un préstamo y a ninguno se le pasa por la cabeza darnos trabajo", dice uno de ellos.

Otro joven desmovilizado opina que trabajo sí hay, pero que ellos están cansados de la guerra. "¿Quién cree usted que descuartizó al hombre hallado entre Llorente y Tumaco", le preguntó SEMANA a uno de los muchachos. "Eso lo hicieron con una motosierra, el corte es perfecto. Era alguien que sabía su trabajo y ese es precisamente el trabajo que nosotros no queremos hacer. Por favor ayúdenos para no volver a la guerra".

Sin embargo, es difícil no regresar. Los narcos están pagando dos millones de pesos mensuales en efectivo más la alimentación por entrar a sus ejércitos. Si el Estado no les ofrece respuestas adecuadas y prontas, muchos de estos muchachos volverán a las armas. "Esto es muy triste. Lo único que aquí da trabajo es la droga", le dijo a SEMANA Ángel Cortés, de 65 años. Este hombre nacido en Barbacoas hizo un camino de 18 horas hasta Llorente. "A mí me dijeron que aquí había plata y yo tengo que alimentar a mis cuatro hijos, y a mi edad nadie me va a dar otra oportunidad". Los narcos sí. Como muchos otros, llegó a la calle de Llorente y se fue a una mesa y anunció que buscaba algo qué hacer. Un mensaje aquí y otro allá. En menos de dos días ya estaba cuidando una caleta con 300 kilos de coca pura. Por cada uno le pagan 1.000 pesos mensuales. Durante seis meses trabajó duro, pero no ahorró ni un peso porque, como para la mayoría de los hombres, la plata se queda en el comercio, en trago o en mujeres. Todo un círculo cuyo control lo tienen los mismos narcos, por lo que ellos ganan por punta y punta. Sin embargo, don Ángel insistió en su trabajo. Al final, su destino no fue el mejor: el Ejército lo encontró con la droga y lo detuvo. El jueves de la semana pasada estaba hundido y sollozante junto a las pacas decomisadas. Sin embargo, dijo a las autoridades que no iba a declarar. El cadáver descuartizado ya le había hablado al oído.

El viernes 16 el aeropuerto de Tumaco era un hervidero. En una plataforma estaban seis aviones más de aspersión, 10 helicópteros Black Hawk y un puñado de norteamericanos y oficiales colombianos diseñando la estrategia para acabar con los cultivos. Entre tanto, llegaban las noticias de la masacre de 14 campesinos en otro inhóspito lugar de este departamento en donde hoy se libra la batalla más crucial en la lucha contra el narcotráfico. Al parecer, eran raspachines baleados por un grupo hasta ahora desconocido. ¿Paras? ¿Narcos? ¿Guerrilla? Nadie sabía. Como tampoco nadie sabía quién había descuartizado a un hombre de 30 años al principio de la semana con el fin de enviar un mensaje categórico. El viernes, en Llorente seguía lloviendo y no paraban el bullicio y la música y las adolescentes que invitaban a sus amores furtivos mientras se escuchaba el sobrevuelo de los helicópteros Black Hawk.