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Esta foto fue tomada la mañana del jueves 7 de junio en la ceremonia de despedida del general Naranjo en la sede de la dirección de la Policía. A su lado está el general José Roberto León, nuevo director de la institución.

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Los secretos del general Óscar Naranjo

Al dejar su cargo, el alto oficial le cuenta a SEMANA los diez momentos más difíciles de sus 36 años de carrera contra el crimen organizado.

9 de junio de 2012

Después de 36 años en la Policía y cinco como Director, el general Óscar Naranjo deja su cargo. Se han hecho toda clase de balances sobre su gestión, desde los elogios por la profesionalización de la Policía, la creación de un verdadero sistema de inteligencia o la caída de muchos capos del narcotráfico y jefes guerrilleros y paramilitares, hasta críticas por el deterioro de la seguridad urbana en años recientes. Más allá de la evaluación, está fuera de duda que Naranjo es una figura que ha marcado una época en Colombia y su faceta pública es de sobra conocida. En sus últimas horas como director, mientras empacaba sus pertenencias en su oficina, el general le contó a SEMANA otra faceta: las intimidades de diez momentos que fueron claves en su vida profesional y en la de Colombia.
 
1) La llamada que dio con el capo

"La clave para caerle a Pablo Escobar fue cómo ‘chuzamos’ a su familia"

En noviembre de 1993, yo era mayor y llevaba16 meses al frente de una oficina especial de análisis que funcionaba en un apartaestudio en el Hotel Tequendama. Junto a dos analistas, recibíamos los reportes del Bloque de Búsqueda de Medellín y otras fuentes que estaban tras Pablo Escobar. Preparábamos reportes para el ministro de Defensa y los comandantes del Bloque y sugeríamos estrategias para ‘caerle’ a Escobar. Vivíamos ahí. Uno de nosotros salía a traer la comida: la del hotel era muy cara y no había presupuesto.

Cada 15 días yo viajaba encubierto a reuniones con fuentes en Medellín, en el Hotel Inter o en unos restaurantes de la calle 70 que frecuentábamos como ‘mondongos’. Mi fachada era la de ser un ejecutivo de ventas de una empresa ficticia que se llamaba RG Comerciales.

A finales de noviembre sabemos que Escobar, convencido de que sus enemigos van a asesinar a su familia, le ordena salir hacia Alemania. Logramos convencer al gobierno alemán de no recibirla y devolverla a Colombia. Escobar se desesperó y amenazó al embajador alemán y a los ciudadanos y empresas de ese país residentes aquí, pero les ofrecimos seguridad y se mantuvieron firmes con la deportación. Eso obligó a Escobar a pedirle al gobierno Gaviria seguridad para la familia, que era lo que buscábamos.

A la familia le dijimos que, al llegar a Bogotá, la llevaríamos al Tequendama, que era un sitio seguro. El 27 de noviembre, mientras la mujer y los hijos del capo volaban de regreso, acondicioné una habitación en el piso 29 para ellos. Instalé micrófonos en dos mesas de noche y en un centro de mesa y otros dispositivos. Y en un cuarto justo encima, en el piso 30, instalé nuestro centro de escucha. Ellos llegaron angustiados porque no pudieron quedarse en Alemania y desesperados por hablar con Escobar. Así lo mostraban todas las conversaciones entre ellos en su habitación. Por fin, el 2 de diciembre Juan Pablo, el hijo, habló con Escobar. El número era de las empresas públicas de Medellín. Le pasé el dato al capitán Martínez, que trabajaba conmigo y estaba en Medellín. Desplegó los equipos de triangulación y localizó el origen de la llamada en la casa en el barrio Las Américas en donde estaba Escobar. Pidió refuerzos y el día terminó con la foto de Pablo Escobar muerto en un tejado, que le dio la vuelta al mundo. Si no se hubiera hecho la operación con la familia e instalado los micrófonos en el Tequendama, Escobar no habría caído ese día.
 
2) La muerte cerca

"Mi conductor y yo no disparamos, solo huimos"

La vez que vi más cerca la muerte y tal vez lo más grave que me pasó en mi vida como policía fue en febrero de 1987. En Bogotá, participé en una operación que terminó con la baja de Jairo de Jesús Calvo, del EPL, y hermano de Óscar William Calvo, uno de los líderes de ese grupo. Ocho días después de esa operación el EPL secuestró como por cuatro horas a la juez que hizo el levantamiento del cadáver para sacarle el nombre de los policías que habíamos firmado ese procedimiento. Cuando la sueltan la juez me busca y me dice: “Capitán tuve que dar su nombre”. No le presté mayor atención al tema. Sin embargo, un mes y medio más tarde, mientras me movilizaba con mi conductor, en un Renault 18, hacia el barrio La Campiña, dos Toyotas nos cerraron. Iban tres tipos en cada carro y nos encendieron a plomo. Yo abrí la puerta y me tiré por un barranco. El conductor hizo lo mismo y nos salvamos. Ambos llevábamos revólveres, ni disparamos. Yo ni intenté defenderme sino correr. Esa fue, tal vez, la última vez que porté un arma de fuego. Es que, en realidad, y por raro que suene, nunca me han gustado las armas.
 
3) Las primeras 'chuzadas'

"Así fue como Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano, chuzó a la Corte Suprema de Justicia en 1985"

En octubre de 1985 yo era mayor y estaba a cargo de una oficina que se llamaba Evaluación y Análisis.  El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alfonso Reyes Echandía, informó al director de la época, mi general Delgado, que los magistrados estaban recibiendo cartas amenazantes de Los Extraditables. Me asignaron el caso. Junto a las cartas, a algunos magistrados les llegaban casetes con fragmentos de conversaciones con la familia y otras personas. Eso fue una pista clave, pues era claro que esas grabaciones solo se podían hacer desde la empresa de teléfonos.  Empezamos a hacer seguimientos y vigilancias a empleados que considerábamos sospechosos. Eso nos llevó a José Beltrán, un exempleado de la ETB. Durante días lo seguí,  hasta que entró a un apartamento en la calle 100 arriba de la 15 en Bogotá. Lo vigilamos y allanamos ese apartamento. Encontramos cerca de 70 casetes con las interceptaciones a los magistrados. El apartamento era una especie de oficina de contrainteligencia de Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano. Beltrán y sus socios confesaron que allá grababan no solo a magistrados sino a la ‘competencia’ de Gacha, a mafiosos enemigos, a los esmeralderos, a todo el mundo. Los casetes estaban literalmente en una especie de canasta, en la sala. Nos tocó escucharlos uno por uno y había de todo. Fue la primera historia de chuzadas de la mafia contra la Corte. Ese caso contra la Corte lo resolvimos el 24 de octubre de 1985 y dos semanas después ocurrió el holocausto del Palacio de Justicia.

4) El hermano del expresidente

"La liberación de Juan Carlos Gaviria es lo más complejo que he hecho como policía"

Cuando secuestraron al doctor Juan Carlos Gaviria, el 2 de abril de 1996, yo era teniente coronel y director de la Dipol. Su hermano, el expresidente César Gaviria, llamó a mi general Serrano y este me encargó el caso.  Los primeros indicios de que los responsables eran el grupo Jorge Eliécer Gaitán (Jega) los conseguí gracias al análisis de documentos. Al establecerlo, pudimos dar con Hugo Antonio Toro Restrepo, que se hacía llamar el comandante Bochica de ese grupo. Estaba en La Picota, por un homicidio. Ordené vigilancias encubiertas y grabar dentro y fuera del penal en video todas las visitas. Me reuní en Panamá con el expresidente Gaviria, que estaba en la OEA, y le conté lo que pensábamos hacer. Él nos dio carta blanca.

Ordené pasar a Bochica a La Picota, en donde yo había alistado una celda con micrófonos.  Ahí aparece en la historia el narcotraficante Víctor Patiño. Él estaba en esa cárcel y se buscaba que se ganara la confianza de Bochica  para tratar de saber dónde tenían al doctor Juan Carlos. El coronel Danilo González lo convenció de ayudar. Entré a la cárcel y me encontré a Patiño, en pantaloneta, en el gimnasio. El tipo se bajó de una escaladora, se puso ‘firmes’ y me dijo: “Mi coronel, estoy a sus órdenes para entrevistar a este tipo”. 
A los pocos días, a través de González, mandó a decir que Bochica contó, al son de una botella de whisky, que él sí tenía secuestrado al doctor Juan Carlos, pero no dijo dónde lo tenía. Yo interrogué a Bochica en una oficinita al lado de la celda. No aceptó que tenía al doctor Gaviria. Entonces le dije que hablara con agentes cubanos de inteligencia que estaban ayudando en el tema. La idea era ofrecerle la posibilidad de irse a Cuba. Durante 24 horas estuvimos en la cárcel los cubanos y yo convenciéndolo. Él me dijo que la condición era que mi general Serrano fuera el garante del viaje. Yo llamé a mi general Serrano, le conté y él se prestó para ir a Pereira, que era donde entregarían al doctor Gaviria. Yo me quedé con Bochica y, mientras mi general Serrano viajaba, le dije: “acabamos de  capturar a toda su estructura en Cali”, como en efecto ocurrió. Con eso se buscaba garantizar la entrega del doctor Gaviria.

Al finalizar la tarde, un hombre apareció con don Juan Carlos en el aeropuerto de Pereira, donde esperaba mi general Serrano con un avión, que los llevó a todos a Eldorado. Los secuestradores se bajaron del avión, se pasaron a otro que teníamos listo y salieron para  Cuba. Juan Carlos llegó horas después al helipuerto de la Policía. Estaba demacrado pero libre.

5) El primero del Secretariado

"Nadie imagina la tensión que había en esa sala cuando, poco antes de medianoche, se lanzó la operación contra Raúl Reyes"

Fénix, la operación que terminó con la muerte de Raúl Reyes, ocurrió en marzo de 2008. Teníamos dos salas de mando coordinadas: la del comando general, que era la operación misma, y otra, de la Policía, en la Dipol, de inteligencia. Estuve ahí todo el viernes. Cuando, poco antes de la medianoche, se lanzó la operación, la tensión en la sala era increíble, y duró hasta que los comandos Jungla, a las 5:45 de la mañana, llamaron y dijeron: “Dimos con el blanco. Viva Colombia”.

A las cuatro de la tarde de ese sábado hubo un consejo de seguridad en la Casa de Nariño. Ahí me llegaron los primeros hallazgos del computador de Reyes, en los que se hablaba de relaciones de las Farc con funcionarios de los gobiernos ecuatoriano y venezolano. Los discutimos y el presidente y el ministro me dijeron: “Naranjo, hágalo público”. Ahí empecé a desempeñar un papel un poco extraño para mí, casi político. Hablé en rueda de prensa en Palacio y al otro día mi foto estaba en primera página de El Tiempo. Recibí varias llamadas de gente muy preocupada porque yo había asumido esa vocería. Habíamos sido citados en la mañana a otro consejo de seguridad en Presidencia. Cuando llegué, conté que varios dirigentes políticos me habían llamado a decirme “esa vocería no es suya”. Pero el presidente Uribe me dijo: “¿Cómo así que no es suya? Mire cómo salió en ‘El Tiempo’ y además es un tema típicamente policial, este no es un tema ni diplomático ni político por ahora. Estamos mostrando ese tema policial de una evidencia que vincula a las Farc con funcionarios de lado y lado y por lo tanto prepárese para que vuelva a salir a medio día y repetimos la dosis”.
Fénix, además, me dejó dos marcas personales. Una fue la intervención del ministro venezolano Rodríguez Chacín en la Asamblea, computador en mano, diciendo que ese computador era de un narcotraficante y ahí aparecía que yo era socio del narco Varela. Fue un ataque para tratar de quitarme vocería y restar credibilidad a los contenidos del computador de Reyes. La otra marca personal es que, a pesar de que esta era una operación de Estado, sigue vigente una orden de captura en Sucumbíos, Ecuador, contra mí y varios mandos de la época. Yo me voy de la Policía con esa orden de captura vigente.

6) “Escobar lo va a matar”

"Llevé a Estados Unidos el primer extraditado por vía administrativa. Causó una amenaza que nos cambió la vida"

En agosto de 1989, el director de la Policía, mi general Miguel Antonio Gómez Padilla, me citó de urgencia a la oficina del secretario general de la Presidencia, Germán Montoya. Me dijeron: “Mayor, tiene que llevar a Estados Unidos a Eduardo Martínez”, jefe de finanzas de Pablo Escobar, que era el primer extraditado por vía administrativa del gobierno del presidente Virgilio Barco. Fui por el detenido y me lo llevé al aeropuerto, donde me esperaba un avión de la DEA. Llegamos a Atlanta de madrugada y en ese aeropuerto aparecieron dos helicópteros Black Hawk. A él lo montaron en uno y a mí en otro. A mí me llevaron directo al helipuerto del hotel en donde me iba a quedar. Luego de unas dos horitas de sueño intenté salir de la habitación y un policía norteamericano me dijo que no podía. Yo le dije que yo no era el preso, que yo era policía y entonces vino una persona de la DEA y me dijo: “Es que tenemos información de que Pablo Escobar lo quiere asesinar a usted por esta extradición”.

Al otro día fuimos a la Corte, leyeron los cargos contra Martínez y yo me devolví a Bogotá.
Le pedí al conductor que me llevara a mi casa, pero me llevó a la Escuela de Cadetes y me dijo: “Tuvimos que trasladar a su esposa, doña Claudia, y a las dos niñas también porque le llegó una corona mortuoria a su apartamento y Escobar lo va a matar”. Ahí cambió nuestra vida para siempre. Nunca más pudimos volver a vivir en un apartamento normal.

Y las paradojas de la vida… Como parte de la seguridad me asignaron un campero blindado decomisado a Rodríguez Gacha, el Mexicano. Ese carro tenía un radioteléfono de la Empresa de Teléfonos de Bogotá. El primer día que lo usé iba con el conductor por la avenida 26 con 30. De pronto sonó el aparato. Era Rodríguez Gacha en persona y me dijo: “¿Usted se está moviendo en mi carro? Se va a morir”. A mí lo único que se me ocurrió fue decirle al conductor “pare a ver si nos están siguiendo porque nos van a matar por aquí”. Yo pensé que el tipo nos llamaba para notificarnos que ahí estaban los sicarios al lado. Pero ese incidente también mostró que había gente de la Policía pasándoles información a ellos porque no había otra forma de que el Mexicano llamara cuando yo llevaba menos de una hora con ese carro. Obviamente devolví ese carro y nos quedamos viviendo en la Escuela de Cadetes.
 
7) Y los dejaron ir

"Capturamos hace años a alias el Paisa, de las Farc, y a Miguel Arroyave, cuando apenas empezaban"

Hacia finales de los años ochenta estábamos adelantando varias investigaciones contra una serie de personas, algunas de las cuales eran sacerdotes o monjas que habían abandonado los hábitos y eran conocidos como los ‘curas rojos’, porque apoyaban al ELN o a las Farc. Durante dos años, los seguimos y se interceptaron números. En una de esas interceptaciones, Rodolfo González, de las Farc, hablaba de un barco que compraron en Holanda, al que bautizaron Copacabana,  que había sido cargado en Portugal con un arsenal de armas para las Farc. Sabíamos que el 4 de enero de 1989 el barco, con su cargamento, estaría en Kingston, Jamaica. En coordinación con las autoridades de allá se arrestó a las 11 de la noche en el Hotel Pegasus a un grupo de colombianos que traían el cargamento y que simulaban ser parte de la tripulación. El arsenal sigue siendo hoy día uno de los más grandes incautados. Incluía 1.000 fusiles G-3, 250 ametralladoras, 600 granadas, entre otras cosas. Uno de los capturados era un jovencito llamado Hernán Darío Velásquez Saldarriaga. Ese hombre hoy es conocido como el Paisa, el terrorista que está al frente de la columna Teófilo Forero y que tanto daño le ha hecho al país. Tras su arresto Velásquez llegó a Colombia pero inexplicablemente quedó libre. Fue una falla de la Justicia.

Algo similar pasó con Miguel Arroyave, el narcotraficante. Yo lo capturé en mayo de 1999, como proveedor de insumos para el procesamiento de coca. Lo ubicamos en Bogotá, lo seguimos por dos semanas, hasta una finca en el Valle de los Lanceros, cerca de Melgar. Un grupo de oficiales encubiertos alquilaron una finca vecina para monitorearlo y confirmar su identidad. Cuando salió la orden de captura, lo arrestamos. Pasó apenas dos años en la cárcel y, cuando salió, se convirtió en uno de los grandes narcotraficantes de este país y jefe del bloque paramilitar Centauros, hasta que finalmente sus propios cómplices lo mataron.

Hoy me pregunto qué habría pasado si la Justicia, en lugar de dejar libres a hombres como el Paisa y Arroyave, cuando apenas empezaban su carrera delictiva, los hubiera encerrado el tiempo que merecían.
 
8) El momento más difícil

"La noticia de que mi hermano estaba preso en Alemania por narcotráfico devastó a mi familia"

Cuando llegué a director de la Dijín, encontré una realidad un poco aterradora. Los 28 principales capos de Colombia no tenían orden de captura con fines de extradición. Yo llegué allá el 7 de diciembre de 2003 y lo primero que hice fue movilizar toda la Dijín e hice toda la gestión ante el gobierno norteamericano para que se expidieran las órdenes de captura. Me llegó un paquete con 28 órdenes de captura que incluían a Don Berna, a Los Mellizos, a Rasguño, a Jhony Cano y a una cantidad de gente que había sido intocable. Después de que se expidieron esas órdenes de captura, se me vino encima un proceso que montaron narcos del norte del Valle y funcionarios de la Fiscalía, conocido como el proceso 777.

Un fiscal avaló una declaración de un testigo falso que dijo que yo me había reunido en un hotel con el narcotraficante Varela. Afortunadamente, a un periodista de El Espectador, un fiscal amigo de él le contó la trama, y lo que publicó dejó en evidencia que todo era una estrategia de la mafia liderada por Diego Montoya, alias Don Diego.

Tiempo después, una segunda trampa me produjo el mayor dolor personal y familiar que he tenido: mi hermano Juan David fue arrestado en Alemania, relacionado con mafiosos en Europa, y terminó en la cárcel. Él era un estudiante que tenía un pequeño negocio de comida rápida en Madrid. La noticia fue devastadora para toda la familia. Sin embargo, con el paso del tiempo mi hermano no solo regresó a la familia sino que las investigaciones y las declaraciones de narcotraficantes que han purgado penas y ya están libres han aclarado ese episodio. Alias Guacamayo, lugarteniente de Don Diego, confesó que a mi hermano se le tendió una trampa por orden de ese capo. El plan original era asesinarlo, pero Don Diego optó por la estrategia de enlodarme, usando a mi hermano, para buscar mi salida de la Policía y minar mi credibilidad. Aunque el episodio hoy está superado y aclarado, sin duda alguna ese fue el momento más doloroso en toda mi carrera.

9) La primera vez

"A cinco metros el tipo me disparó cinco tiros que, gracias a Dios, no me dieron; yo saqué mi pistola y cayó"

La primera y única vez que me vi obligado a disparar en defensa propia fue en septiembre de 1979. A mi general Afanador Cabrera del Ejército le habían robado un camión 350 de su propiedad de una estación de servicio. Él era el procurador para las Fuerzas Militares. Yo llevaba un mes en la Dijín y dije: tengo que resolver este caso como sea. Como a los 15 o 20 días, un informante nos contó que el camión estaba en un parqueadero en Engativá. Salí con dos sargentos para allá como a las 8:30 o 9 de la noche. Engativá estaba totalmente despoblado porque esa noche jugaban Chile y Colombia y todos estaban viendo el partido. Empezamos a dar vueltas y de pronto vimos una camioneta Renault 12 estacionada en la entrada del sitio donde estaba el camión robado. Un señor estaba como metiendo la llanta de repuesto dentro del carro. Me bajé y le dije al señor: “Queremos una requisa”. El hombre se detuvo, se volteó, sacó un revolver y me disparó cinco tiros. Estábamos a cinco metros de distancia y, gracias a Dios, ninguno me dio. Yo di un paso atrás, saque mi pistola de dotación, disparé una vez y el hombre cayó. Dentro de la camioneta había otro hombre en el puesto del conductor, que arrancó apenas oyó el disparo. Dejé a uno de los sargentos con el cuerpo y salí con el otro en persecución. Alcanzamos la camioneta como a las ocho o diez cuadras pero el tipo se metió a un lote y se perdió. Cuando llegamos a donde habíamos dejado al otro sargento con el cuerpo, se armó una gran balacera y dos vehículos nos cerraron la vía. En medio del tiroteo, llegó mi coronel Jaime Ramírez Gómez, que era el jefe operativo de Bogotá. Finalmente, capturamos a los tipos, se recuperó el camión y mi coronel me metió un regaño inmenso porque yo no había coordinado esa operación.
 
10) La prueba ácida

"¿Se acuerda de ‘Serpico’, la serie de televisión? Pues una vez casi actué como él"

Cuando me gradué como subteniente fui asignado al grupo que combatía a los ladrones y a los jaladores de vehículos en Bogotá. Una noche recibí información de un vehículo sospechoso, abandonado en el barrio Kennedy. Me dirigí allí con un suboficial y encontré en el vehículo a un individuo. Era un Renault 4 con placas falsas. Cuando le pregunté al hombre por los documentos del automóvil, él nos dijo que, evidentemente, era robado y que si lo dejábamos en libertad, nos lo dejaba y, además, nos daba 200.000 pesos que llevaba. El ofrecimiento me indignó. En esa época no solo era joven sino que estaba influenciado por Serpico, una película de los años setenta basada en la vida de un incorruptible oficial de Policía de Nueva York que no vacilaba en aplicar técnicas non sanctas para combatir el crimen. En la película hay una escena célebre, en la que un bandido intenta sobornarlo y Serpico, ni corto ni perezoso, saca su arma, se la pone en la boca y lo obliga a comerse los billetes. No voy a decir que actué como él, pero ganas no me faltaron. Desenfundé, amenacé al supuesto jalador y lo traté muy duro. Creo que en el forcejeo, en un choque con el cañón de mi arma, se le quebró un diente. Esposado y al ver mi rabia, intentaba hablarme pero yo no lo dejaba, hasta que al fin me dijo: “Mi teniente, soy oficial de contrainteligencia de la Dipec y estamos haciéndole una prueba de confiabilidad para saber si usted es un oficial íntegro”. Terminamos haciéndonos amigos y trabajando juntos por años. Y yo nunca olvidé esa lección. Mi integridad y Serpico me salvaron.