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LOS TOLIMENSES

Un mano a mano de oratoria con un general tumba al gobernador del Tolima

3 de agosto de 1987

Ese día el gobernador del Tolima, Guillermo Alfonso Jaramillo cumplía 37 años y tenía programada una reunión familiar para celebrarlos. Antes de ésta, le había tocado ir a regañadientes a una asamblea regional de Fedearroz, a la cual su amigo, Carlos Gustavo Cano, presidente de la agremiación, lo había comprometido. El tema era la vinculación de la comunidad agrícola a los procesos de paz, pero las reservas obedecían a que el orador principal era el comandante de la VI Brigada, general José Gregorio Torres, con quien el gobernador tenía discretas discrepancias de tiempo atrás en materia de seguridad y orden público.
Los temores de Jaramillo eran justificados. Después de la intervención del anfitrión, el general Torres se fajó con gran elocuencia un discurso de corte militarista y sabor paramilitarista. Después de una convincente exposición llena de datos y cifras sobre cómo el departamento y el país están perdiendo terreno frente a la subversión, el general pasó a hacer un llamado a que la comunidad se organice para hacerle frente a la organización que hoy tiene la subversión, que él considera su mayor activo.
"¿Por qué los ciudadanos no están organizados y los bandidos sí?", preguntó el orador. Su respuesta a este dilema era la conformación de "comités de seguridad y desarrollo" cuyas funciones no especificó más allá de decir que "cuando la seguridad no es preventiva, tendrá que ser represiva, lo que no es bueno". Lo que el general consideraba bueno era que estos comités le suministraran información a las Fuerzas Armadas, que según él, es la base de la colaboración que éstas requieren de la comunidad.
El militar comparó la situación del país con la de un partido de fútbol en el que el Ejército está de un lado y los subversivos del otro, mientras que el público, la comunidad, hace de espectador pasivo. Según él, hasta que ésta no tome partido, no se definiría el juego. Aunque en todo momento negaba que se trataba de un llamado a la autodefensa, la misma negativa dejaba un sabor de que esto en el fondo no sería ni tan grave.
El gobernador respondió con un discurso línea Belisario con sabor UP: Los problemas son más socio-económicos que militares, la UP y las FARC son dos cosas distintas. Un muerto de la UP es igual de grave que un muerto liberal o un conservador.
Puso gran énfasis en este último punto evocando nombres de venerables militantes del partido Comunista y de la Unión Patriótica que habían sido asesinados, insinuando, sin decirlo, que al país le estaba comenzando a parecer más aceptable los muertos de la izquierda que los de los otros partidos.
Hasta ahí la cosa aguantaba. Jaramillo, al fin y al cabo, había hecho una alianza con la UP en las elecciones. Y estaba siendo no solamente coherente con sus principios, sino leal con sus socios, lo cual puede no gustar pero no es reprochable. Más que la sustancia e inclusive el innecesario tono acalorado del discurso, fueron tres apartes anecdóticos en forma de ejemplos los que lo tumbaron. "¿Seguridad para quién? ¿Para un cinco por ciento de este sistema piramidal en donde los pobres están abajo y nosotros estamos arriba?"
A esto agregó una comparación de Colombia con Suráfrica, donde cinco millones de blancos explotadores están perdiendo la guerra frente a 25 millones de negros explotados y, para rematar con broche de oro, señaló "cuando yo vea a los hijos de Ardila Lule defendiendo en el monte con sus fusiles a la República de Colombia me convenceré que ese día estaremos verdaderamente defendiendo este sistema".
Para un representante a nivel departamental de "este sistema" toda esta terminología era un poco cuesta arriba. A pesar de que Jaramillo caballerosamente se había ubicado él mismo dentro del cinco por ciento de "los malos", era políticamente inmanejable que un gobernador desvirtuara como una simple protección de privilegios el monumental esfuerzo y sacrificio que el Ejército está llevando a cabo a nombre del mantenimiento del orden institucional. Así lo entendió todo el mundo, incluso el propio Jaramillo, al aparecer en primera página de la prensa las explosivas declaraciones.
Su renuncia, presentada de común acuerdo al ministro de Gobierno, César Gaviria, quien lo había desautorizado cordialmente el día anterior, fue simplemente el anticipo de un inevitable desenlace del pacto político a que había llegado Jaramillo con Santofimio para una tregua liberal en el departamento. El pacto consistía en que Jaramillo, a pesar de haber sacado 48 mil votos contra 108 mil de Santofimio, podría quedarse con la gobernación mientras que al santofimismo le dejaran Ministerio, es decir a Miguel A. Merino Gordillo en Desarrollo. Quince días antes de que remplazaran a Merino, Jaramillo le había dicho a Santofimio que le gustaría permanecer en la gobernación hasta la elección de alcaldes. Santofimio sin saber que en pocos días le iban a tumbar a su ministro, accedió.
Pero una vez desaparecido Merino del escenario, el jefe tolimense comenzó a impacientarse y a ver demasiado lejos la elección popular de alcaldes. Jaramillo, al oír los primeros ladridos, decidió adelantar su partida y la programó con el ministro de Gobierno para julio o agosto. Una grabadora indiscreta el día de su improvisación acabó no sólo con la celebración de su cumpleaños sino con su gobernación. Al final de la semana había sido nombrado en su remplazo el senador santofimista, Juan Tole Lis.-