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Los trapecistas

La opinión pública está sorprendida con las volteretas de los principales políticos colombianos. ¿Se los cobrarán en las urnas?

14 de agosto de 2005

Al menos por el momento, en el prematuro arranque de la campaña electoral la coherencia es la principal víctima. Los estupefactos electores se sorprenden cada día con noticias como la aceptación del ex presidente Andrés Pastrana de la embajada en Washington, o la entrada y salida del ex alcalde Enrique Peñalosa al Partido Liberal. Saltos mortales que parecen ir en busca del gran columpio uribista que, según todas las encuestas más recientes, es el que vuela más alto y es más seguro.

También hay maniobras en la otra dirección: hacia la oposición. César Gaviria, quien en su gobierno aplicó con entusiasmo la moda del neoliberalismo del Consenso de Washington, se declaró socialdemócrata para sintonizarse con las bases de su partido que querían coronarlo como jefe único. El ex ministro Horacio Serpa cambia cada semana de propuesta sobre las reglas de juego para la consulta interna de su partido. No menos extraño resulta ver al senador Rafael Pardo en las filas de la oposición, después de que hace tres años fue uno de los senadores uribistas de mayor votación.

¿Se enloquecieron los políticos con la reelección y la popularidad del presidente Álvaro Uribe? ¿Son parte de una incoherencia fuertemente arraigada en las costumbres del país? ¿Son acaso bandazos justificables dentro de la lógica política, pero que sorprenden a la opinión?

En materia de oportunismo político hay toda clase de categorías. En estos momentos tienen la camiseta amarilla en la materia los que se han volteado hacia el uribismo con la convicción de que es muy difícil hacer política en contra del contundente 70 por ciento de popularidad del Presidente. Andrés Pastrana es el líder del equipo, por su dimensión de ex presidente y porque en los últimos meses había asumido una de las líneas de oposición más vehementes. Se había opuesto a la reelección y criticaba duramente el proceso de paz con los paras. Ahora debe defender esas causas como embajador en Estados Unidos. Otro ex presidente, Julio César Turbay, ya había hecho una pirueta no menos audaz: de férreo crítico de la reelección por sus efectos institucionales, pasó a liderar el movimiento Patria Nueva para apoyar la continuidad de Uribe en el poder. Triple salto mortal.

En esta categoría de malabaristas de alto vuelo caben otros más: el ex ministro de Hacienda del gobierno de Andrés Pastrana, Juan Manuel Santos, desde su columna de El Tiempo criticó la reelección, y ha defendido consistentemente la idea de fortalecer los partidos. Ahora es el coordinador de las fuerzas políticas que apoyan al gobierno en la reelección y dejó el Partido Liberal en momentos en que intentaba fortalecerse. Algo semejante había ocurrido con Noemí Sanín, quien, como candidata, había estigmatizado al actual Presidente como una opción autoritaria y se había comprometido a no aceptar una posición burocrática si perdía las elecciones. La actual embajadora en España fue la primera en lanzar, hace poco más de un año, la idea de la reelección de Uribe. Y todavía más atrás, antes de las elecciones, la vertiginosa imagen ganadora de Uribe ya había seducido a Germán Vargas Lleras, quien se pasó del círculo más íntimo del serpismo a las posiciones más influyentes del uribismo.

El fenómeno está tan arraigado, que en este grupo puntero no se salva ni siquiera su jefe: Álvaro Uribe, quien fue un destacado alumno del Partido Liberal y hoy ejerce la Presidencia como disidente, con una estrategia política que va en detrimento del fortalecimiento de los partidos. Prefiere la interlocución individual y no con bancadas en el Congreso y se opuso a la reforma política que pretendió robustecer los partidos con mecanismos como las listas únicas.

Cómo no mencionar a quienes dejan sus banderas en remojo para ingresar, así sea de manera temporal, a la nómina oficial. En esta coyuntura política, Horacio Serpa es quizá su más insigne exponente: de férreo competidor de Uribe (a quien señaló de paramilitar durante la campaña electoral) cambió de camiseta para ser su embajador en la OEA y después quitársela para liderar el paso del liberalismo a la oposición, en su último congreso nacional.

En este equipo hay muchos miembros reclutados de la clase política. En el movimiento que encabeza Luis Guillermo Vélez, y que presentará una lista para el Senado que apoya la reelección de Uribe, están la mayoría de los barones que en 2002 constituyeron la columna vertebral de la candidatura de Serpa, el opositor de Uribe: José Renán Trujillo, Aurelio Iragorri, José Name Terán, Carlos García, Piedad Zuccardi, Didian Francisco Toro, para sólo mencionar las caras más conocidas.

Estos desplazamientos masivos tienen varios tipos de motivaciones. La más irresistible son los votos. En épocas de campaña, acercarse a un Uribe que identifica al 70 por ciento de los colombianos es cuestión de vida o muerte, así se traicionen principios o convicciones ideológicas. Hay otra motivación, no menos atractiva: la burocracia. Puestos y cuotas políticas. Las estampidas de los congresistas hacia el Palacio de Nariño están relacionadas con las necesidades de gobernabilidad. Según Fernando Cepeda, en Colombia manda "el partido presidencial", que reúne apoyos provenientes de fuerzas muy diversas cada vez que se define el nombre del jefe del Estado. En términos menos politológicos, esto refleja el apetito clientelista de la clase política.

Esta costumbre no nació con este gobierno: la construcción de mayorías parlamentarias desde el Ejecutivo es muy común. En Colombia no se ha visto casi nunca que el partido del Presidente de la República sea diferente al que tiene mayoría en el Congreso. En 1994, Ernesto Samper hizo una 'alianza por Colombia' para justificar el ingreso de fuerzas distintas al Partido Liberal del cual era candidato oficial. Y su sucesor, Andrés Pastrana, cuatro años más tarde construyó una fórmula parecida con el nombre de 'Gran Alianza para el Cambio'. Remoquetes que disfrazan el transfuguismo y revelan la falta de partidos.

Una última motivación, que podría ser la de Rafael Pardo y Andrés González, es la de buscar, en un partido distinto, mejores escenarios políticos para defender sus convicciones. Estos dos senadores, a pesar de ser tildados en un comienzo de uribistas pura sangre, se sintieron incómodos con la laxitud frente a los paras de la ley de Justicia y Paz que defendía el gobierno y por eso se pasaron al oficialismo liberal, que está en la oposición. Para muchos, esto no es una posición incoherente, sino una estrategia política para defender sus principios.

La incoherencia es una característica muy arraigada de la política colombiana, que va de la mano con otra: el desgano hacia la oposición. En otros países el partido que pierde las elecciones recibe del electorado un mandato de control político, desde el Congreso, al gobierno de turno. El Psoe, con Aznar, o los demócratas frente a Bush, por ejemplo.

Pero en Colombia la oposición aparenta no ser atractiva ni rentable. Menos aun, según las últimas encuestas, en una época de fuerte apego a quien ejerce el poder, como es el caso de Álvaro Uribe. Quienes lo critican, con frecuencia reciben fuertes epítetos por antipatriotas y alcahuetas que "no dejan gobernar". Sobre todo desde la prensa escrita, donde columnistas y editorialistas son vistos como apóstoles de la desgracia. Y Uribe, como una manera de neutralizar la reducida pero ruidosa oposición política, no ha tenido problema en vincular al gobierno -sobre todo al servicio exterior- a sus más conspicuos contradictores.

La relación entre oposición y coherencia en las posiciones tiene varias aristas. Si alguien se pusiera en la tarea de hacer una lista de líderes consistentes, tendría que incluir a varias figuras que han trabajado más en la oposición que en el gobierno. A Piedad Córdoba, Gustavo Petro y Carlos Gaviria se les puede cuestionar su radicalismo, su anacronismo o la falta de viabilidad de sus propuestas, pero no su consistencia ideológica.

La otra pregunta es si la incoherencia tiene algún coletazo electoral contra quienes la practican. En Estados Unidos, la derrota de John Kerry en las elecciones pasadas se debió, en gran parte, a su inconsistencia frente a la guerra de Irak. En Colombia ha habido exitosos funcionarios que pasaron del gobierno Pastrana, que se jugó por la negociación con las Farc, al de Uribe, que llegó al poder fustigando ese modelo y con el mandato de reemplazarlo por una de confrontación total. "La coherencia no es rentable en Colombia. A los que se voltean, no se lo cobran", dice el ex fiscal Alfonso Gómez Méndez, un obsesivo crítico de la inconsistencia ideológica, que guarda una implacable memoria sobre las contradicciones de sus contrarios. Sin embargo, seguidores expertos de la opinión pública, como los encuestadores Napoleón Franco y Jorge Londoño, consideran que no hay evidencia científica para avalar esa hipótesis.

Por el contrario. "Uribe -dice Londoño- ganó en 2002 porque fue coherente en su oposición al proceso de paz del Caguán". Y hay políticos que estuvieron en primera línea y que en sus momentos parecían tener brillantes futuros, opacados después por sus volteretas. Humberto de la Calle, por ejemplo, quien en la constituyente del 91 se opuso a la figura de la vicepresidencia y terminó ocupando ese cargo en la presidencia de Ernesto Samper, a quien le había competido la candidatura liberal. O María Emma Mejía, quien estuvo en la disidencia galanista, fue fórmula en la candidatura oficial de Serpa en el 98 y ahora es independiente. Habría que ver cómo registran en las próximas encuestas Peñalosa, Serpa y Pastrana, después de sus zigzagueantes movimientos de las últimas semanas.

Napoleón Franco también considera que en el largo plazo los cambios de camiseta sí tienen costos. "Una cosa es la reacción inicial, primaria, y otra muy distinta, el resentimiento que queda en el largo plazo". Considera que el electorado necesita confiar en sus candidatos y que la integridad es un valor en la política. Existe la cultura de "lograr algo a cambio del voto", pero lo que se espera en retorno no necesariamente es un puesto o un favor personal, sino una conducta confiable: que no lo dejen colgado de la brocha. En ese punto radica, incluso, el éxito de Uribe: ha sido un presidente obsesionado por satisfacer las expectativas con las que llegó al poder. Lo propio, según Jorge Londoño, se podría decir del actual alcalde de Bogotá, Luis Eduardo Garzón, quien es "la única figura a nivel nacional que se ha fortalecido en imagen junto con Uribe" a pesar de estar en la otra orilla ideológica.

La política, en síntesis, está cambiando tanto, que tiene un poco turulatos a varios candidatos. Cuando el fallo de la Corte defina si Uribe será, en definitiva, candidato presidencial en las próximas elecciones, seguramente se producirán volteretas quizá más insólitas y sorprendentes.