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Los trucos de Mayr

El Ministro colombiano del Medio Ambiente jugó un papel fundamental en la firma del más importante acuerdo ambiental de los últimos tiempos: el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad.

6 de marzo de 2000

Juan Mayr, ministro del Medio Ambiente de Colombia y presidente de la Conferencia de las Partes del Convenio de Biodiversidad, logró algo que hasta hace muy poco tiempo parecía imposible: en Montreal, Canadá, se aprobó el Convenio de Cartagena sobre Bioseguridad, un tema que tenía enfrentados a los Estados exportadores e importadores de alimentos.

Aunque en Colombia poco despliegue se le dio a tan importante acuerdo, éste fue titular de primera página en The New York Times del lunes 24 de enero, lo mismo que en los principales diarios de Europa. El acuerdo fue tan trascendental que la organización ecológica Greenpeace, que muy rara vez le concede méritos a este tipo de negociaciones, calificó el convenio de ‘histórico’ y felicitó a los delegados de los países participantes. No era para menos pues se trata de un avance fundamental en un tema muy complejo.



Los transgenicos

A raíz de los avances de la biotecnología las naciones productoras han logrado introducirles genes de otras especies vivas a las semillas, creando así lo que se conoce como organismos modificados genéticamente, o ‘transgénicos’. Por ejemplo, un gen de la trucha introducido en las papas ha permitido desarrollar una variedad mejor adaptada al frío. Pero también han desarrollado variedades resistentes a plaguicidas, lo que trae como consecuencia que, al fumigarse los cultivos, se arrasen otras especies, lo que atenta contra la biodiversidad.

Los países importadores consideran que los exportadores deberían anunciar si los productos que venden son transgénicos. Y en el caso de que sí lo sean, que tengan la posibilidad de rechazarlos. Los Estados exportadores alegan que esta medida viola los tratados de comercio internacional vigentes en el mundo.

Eran tres los puntos que dividían a los países. Uno de ellos era a qué productos se les iba a aplicar el protocolo. El grupo de países en desarrollo quería que cubriera todos los organismos vivos modificados, salvo los medicamentos para humanos, regulados por la Organización Mundial de la Salud. El otro punto era el de los llamados productos básicos agrícolas, que los países exportadores querían excluir del protocolo. El tercero, la relación del Protocolo con la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Los exportadores querían que el Protocolo dependiera de la OMC, que no reconoce el ‘sentido de precaución’. Para ellos debe estar demostrado científicamente el daño que provoca un producto para prohibir su importación. El sentido de precaución, en cambio, permite evitar productos que probablemente puedan ocasionar daños. Es un principio que se rige por el adagio ‘ante la duda, abstente’. En Montreal se aprobó el sentido de precaución que, en opinión del propio Mayr, “es la medida más importante para el medio ambiente y la biodiversidad en el siglo XXI”.



La estrategia

Para lograr el acuerdo Mayr adoptó mecanismos nunca antes vistos en negociaciones de Naciones Unidas. De un lado estaba el Grupo de Miami, que hace un año impidió en Cartagena que se llegara a un acuerdo. Lo integran Canadá, Argentina, Uruguay, Australia y Chile. Detrás de ellos estaba Estados Unidos, nación que no firmó el Convenio de Biodiversidad y que, por lo tanto, no tenía voz.

Del otro lado estaban el grupo del Pensamiento Similar (el de los países en desarrollo salvo México y los suramericanos de Miami), la Comunidad Europea, Europa del Este y el grupo del Compromiso, integrado por Suiza, Noruega, México, Japón, Corea y Nueva Zelanda.

Una vez inaugurada la negociación en una sala convencional, Mayr trasladó la reunión a un salón adyacente donde instalaron una gran mesa en forma de hexágono. Mayr pidió sentarse en un lado que estuviera en el oriente, lo que puso patas arriba a los funcionarios del hotel porque no tenían brújula. Una vez solucionado el problema ordenó flores tropicales en el centro, una iluminación fuerte sobre la mesa y una más tenue en el resto de la sala, donde se ubicaron otros delegados y sus equipos de asesores, pero también empresarios, la prensa y las ONG para que fueran testigos del desarrollo de las negociaciones.

Este esquema ya lo había adoptado en Cartagena. Pero como en esa ocasión los delegados no hablaban, Mayr había comprado unas balotas de colores para determinar el orden en que debían tomar el uso de la palabra los voceros. Cada uno sacaba una bola y el color determinaba su turno para hablar. Este mecanismo había permitido que fluyera el diálogo.

Pero en Montreal Mayr no consiguió bolas de ‘colores’ sino unos osos de peluche con su nombre en la espalda, como los que llevan los deportistas en sus camisetas. “El verde se llamaba Testaverde, el amarillo Justice, el negro Rodríguez, el púrpura Davis y el azul Stewart”. Cuando los voceros comenzaron a sacarlos de una bolsa negra el auditorio estalló en una carcajada, pues resultaba muy divertido ver a un funcionario de la burocracia internacional con un oso de peluche.

A dos días del final de la reunión Mayr les pidió a los delegados que se tomaran de las manos y levantaran sus brazos. “Les deseo la mejor de las suertes, ‘I love you all”, dijo. Este gesto motivó a los delegados para desarrollar la parte final de la negociación con la energía necesaria.

Otro de los aciertos de Mayr fue haber logrado la presencia de 50 ministros del Medio Ambiente, al igual que de la comisionada de la Unión Europea, pues esto permitió que en la reunión se pudieran tomar de inmediato decisiones políticas. Como los del grupo de Miami jugaban a aplazar la decisión, en la madrugada de la última sesión Mayr los puso contra la pared: “Voy a convocar inmediatamente la plenaria para que ustedes le digan al resto de delegados que no se aprueba el Protocolo”. Como esta posibilidad no les convenía pidieron más tiempo hasta que, a las seis de la mañana, como recuerda Mayr, “se me salieron las lágrimas cuando dije ‘el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad ha sido aprobado”.

A juzgar por varios comentarios que se escucharon al final, el aporte de Mayr fue definitivo. “Sin las coloridas corbatas del Ministro del Medio Ambiente no hubiéramos podido mantenernos alerta durante las horas en vela de la negociación”, manifestó en su discurso Margot Wallstrom, comisionada de Medio Ambiente de la Unión Europea.

Pero fue tal vez Klaus Topfler, director del Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas, Pnuma, quien resumió mejor que nadie lo ocurrido cuando le dijo a Mayr: “Usted está loco. Pero si no hubiera sido por su locura no tendríamos protocolo”.