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La Ciénaga está ubicada al extremo noroccidental del Departamento del Magdalena. Allí desembocan los ríos Fundación, Aracataca, Sevilla y Frío, nacidos en la Sierra Nevada de Santa Marta.

INFORME ESPECIAL

Los últimos latidos de la Ciénaga

El complejo lagunar más grande de Colombia está muriendo. La violencia, 'La Niña', el riesgo del cólera y el narcotráfico amenazan a unas tres mil familias. Semana.com visitó las comunidades palafitos y muestra el drama sanitario que allí se vive.

María del Pilar Camargo, periodista de Semana.com*
22 de enero de 2011

Muchos visitantes se preguntan por qué no se van de allí. En una vista de 360 grados sólo se ve agua. Sin cocina, sin baño, sin alimentos, sin electricidad, sin templo y sin centro médico. Y sin embargo, ahí están y ahí, dicen, se van a quedar.

Lo único que los ata es la herencia de pertenecer hace más de doscientos años a la Ciénaga Grande de Santa Marta. Es el caso de Nerys de la Cruz, habitante del corregimiento de Buena Vista, en el municipio de Sitio Nuevo, un lugar al que se llega tras un par de horas en lancha desde Barranquilla.

Nerys tiene cerca de 45 años y ninguno lo ha vivido fuera de la Ciénaga. “Nuestro medio de trabajo siempre ha sido acá. Yo no me voy. Yo no me quiero ir de aquí”, insiste la mujer al lado de sus seis hijos, de 4, 7, 12, 15, 16 y 17 años. El séptimo viene en camino.

Como Nerys, cientos de madres de la Ciénaga tienen entre siete y doce hijos, y en una misma vivienda conviven unas cuatro familias. Esa es la situación de Janeth Rodríguez, habitante del corregimiento de Nueva Venecia, en el municipio de Sitio Nuevo, y madre de dos hijos, de 3 y 14 años.

A diferencia de Nerys, Janeth decidió alejar a sus hijos de la Ciénaga y enviarlos a Barranquilla. Aunque muchas mujeres actuaron como Janeth, los niños son la población más representativa.

Pero las familias de Nerys y Janeth viven una misma desgracia: el invierno acabó con sus bienes y su tranquilidad.

“Mira cómo estamos... lo perdimos todo”, cuenta Janeth. “Hay un señor que duerme en una canoa... La casa se le voló”, relata.

Nerys y Janeth pertenecen a las comunidades de la Ciénaga denominadas palafitos, viviendas apoyadas en pilares de madera construidas sobre lagos, caños o lagunas. Con la ola invernal la Ciénaga perdió la tranquilidad que la caracterizaba, las aguas subieron y desaparecieron viviendas enteras. Algunos corregimientos son fantasmas.

Para algunas familias, que conservaban las divisiones de la casa, la solución sólo podía ser una: construir tambos, que consiste en crear pisos de madera nuevos y ponerlos sobre las tablas que alejan a las casas del agua.

Nerys recuerda noviembre y diciembre de 2010 con un sentimiento profundo de angustia. Rememora cómo cada amanecer y anochecer el agua se introducía en su casa y alcanzaba a desaparecer por horas la cocina, el baño y las camas. Fue así cómo la catástrofe invernal representó el paso del amor al reproche. Y es que la Ciénaga, que había acogido hace cientos de años a los antepasados de Nerys y Janeth, ahora les arrebataba toda la calma.

Todo tiempo pasado fue mejor

La Ciénaga está ubicada al extremo noroccidental del Departamento del Magdalena. Allí desembocan los ríos Fundación, Aracataca, Sevilla y Frío, nacidos en la Sierra Nevada de Santa Marta.

En la Ciénaga hay dos municipios: Sitio Nuevo y Pueblo Viejo. En Sitio Nuevo están los corregimientos de Buena Vista y Nueva Venecia; y a Pueblo Viejo pertenecen los corregimientos de Bocas de Aracataca y Tasajera.

Antes de que llegaran las carreteras a los alrededores de la Ciénaga, la pesca era el principio y el fin.

Los habitantes y organismos que atienden la emergencia de estas comunidades explican que los proyectos viales de la región ignoraron el significado de la fusión del Río Magdalena, la Ciénaga y el mar. Esa mezcla creaba el equilibrio perfecto para la vida de muchos peces en la Ciénaga, lo que representaba mucha pesca, es decir, más trabajo y mejor calidad de vida.

Hoy no entra agua dulce a la Ciénaga. Para Nerys, la pesca lo aseguraba todo. "Ahora hay demasiada contaminación y pescar es difícil. Para cocinar nos beneficiamos del agua lluvia. Antes venía un barco cargado de agua dulce, pero desde hace meses no vuelve”, afirma preocupada.

Nerys creó un nuevo negocio: una tienda. Las mejores ventas le representaban unos 50 mil pesos al día, cifra que desde hace meses, a causa del invierno, no registra en sus utilidades.

Mientras que Nerys espera vender víveres y alimentos, Janeth espera volver a la elaboración de artesanías.

Janeth confeccionaba mochilas, pero las precarias condiciones de la Ciénaga acabaron con su trabajo. Ahora no puede viajar a Barranquilla a vender y tampoco cuenta con el dinero para comprar la mercancía.

Además de alimentar y vestir a sus hijos, Nerys y Janeth tienen más razones para luchar. Sus esposos son pescadores y viajan a otros lugares a trabajar. La situación se torna positiva cuando sus maridos venden unos pescados por 40 mil pesos.

En medio de la desesperación, otras familias buscan fuentes de ingreso ilegales. En la vía que conduce de la Ciénaga a Barranquilla, durante la temporada vacacional, los damnificados por el invierno se transformaron en ‘peajes humanos’. Y es que cualquier vehículo que en diciembre haya transitado por allí, fácilmente pudo encontrarse con cerca de treinta retenes ilegales, en los que mujeres gestantes y niños pedían dinero a cambio de darles paso por la vía.

La pesca y la sangre

Un episodio del año 2000 dividió la historia de la Ciénaga en dos. Como lo publica el portal VerdadAbierta.com, “paramilitares del frente William Rivas del Bloque Norte de las Auc se ensañaron contra humildes pescadores”.

Cuentan que la guerrilla secuestró unos empresarios de Barranquilla y los retuvo por varios días en algunas casas de la Ciénaga. Un tiempo después llegaron allí los ‘paras’ y acusaron a los habitantes de “auxiliar” a los insurgentes. Los campesinos, sin poder defenderse, fueron testigos de la masacre que, según Acción Social, dejó 117 pescadores muertos. Los habitantes vieron los cuerpos flotando en su Ciénaga.

Los sobrevivientes huyeron a terreno firme y en sectores como Bocas de Aracataca, emigraron 70 de las 100 familias que allí habitaban. La masacre acabó con la prosperidad de la Ciénaga, la que hoy se ve enterrada por el impacto invernal.

La salud naufraga

Tal vez, muchos han oído hablar del Parque Isla de Salamanca y el Santuario de Flora y Fauna, dos reconocidos lugares apetecidos por la industria turística. Pero la Ciénaga Grande de Santa Marta también es el hogar de miles de familias que combaten una emergencia sanitaria que empeoró con la reciente temporada invernal.

Nerys cuenta que día a día para vestir a sus hijos debe montarlos sobre sillas, en medio de la incertidumbre sobre si el agua va estar dentro de la casa. “Apenas hice tinto de desayuno y los niños se comieron unas galletas (...) Mi esposo levantó el baño. Tocó hacer otro”, narra.

Óscar Hernández preside el Comité de Vigilancia del Programa Familias Guardabosques de la Ciénaga y resalta la gravedad de que no exista un punto de atención de salud en estos corregimientos.

“Aquí viven unos mil cien niños, todos menores de 14 años. La mayoría tienen brotes en la piel y aquí no hay atención de salud. Están en riesgo de contraer epidemias, cólera, enfermedades dermatológicas, y diarrea, y sólo hay dos enfermeras que algunas veces están aquí"”, reporta.

Óscar, quien vive en Nueva Venecia, destaca que la comunidad se ha adaptado a sus necesidades y cuando se presenta una urgencia médica la enfrentan con ejemplar solidaridad. “Entre todos reunimos plata para pagar una canoa que lleve al enfermo a Barranquilla”.

Programa Familias Guardabosques: Contra viento y marea

Ante la miseria y el drama sanitario que vive la Ciénaga, el Programa Familias Guardabosques, emprendido por Acción Social y Gestión Presidencial contra Cultivos Ilícitos, previene que sus habitantes incursionen en actividades ilegales relacionadas con el tráfico de drogas, una amenaza geoestratégica latente en esta zona al norte del país.

En el programa, unas novecientas familias se benefician desde octubre de 2010 con un subsidio de sostenimiento de 408 mil pesos y que reciben cada cuatro meses durante dos años y medio.

Por otro lado, la Oficina de la Naciones Unidas contra la droga y el delito (UNODC) entrega, por familia, otros 408 mil pesos, dinero invertido en impulsar proyectos productivos que incluyen la pesca, la piscicultura y la artesanía.

Los habitantes de Ciénaga beneficiados con el programa también reciben capacitaciones ambientales, en las que les enseñan hábitos saludables como cuidar la laguna y no arrojar desechos a sus aguas.

Barcas llenas de regalos

El pasado diciembre, Acción Social, Naciones Unidas y la empresa privada regalaron a los niños de la Ciénaga cerca de 2.500 juguetes. Los niños recibieron a los visitantes con el himno y la bandera nacional.

Nerys y Janeth estaban allí, a la espera de recibir los regalos de sus hijos. La euforia de los niños contrastaba con la tristeza de las dos madres. Ellas esperan que el invierno cese, para que el agua dulce vuelva, para que los peces resuciten, para que ellas caminen sobre piso firme, y para que Ciénaga vuelva a ser lo que alguna vez fue.
 
*Enviada especial de Semana.com con apoyo de Acción Social.