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LUTO EN CHIA

Con la muerte de siete jóvenes los grupos de justicia privada hacen su aparición en la Sabana de Bogotá.

19 de mayo de 1997

Wilton García le acababa de decir a la señora de la tienda que le vendiera una Cocacola y una cajita de betún. De repente un campero de vidrios oscuros se estacionó a la entrada del local y del vehículo descendieron cuatro hombres armados con pistolas y ametralladoras. Uno de ellos entró gritando al establecimiento y se dirigió a los jóvenes que se encontraban departiendo después de haber jugado un partido de fútbol en la cancha de la escuela. El hombre preguntó: "¿Quién de ustedes es el cuñado de Albeiro Malagón?". Cuando uno de los muchachos respondió afirmativamente recibió en su rostro y en su cuerpo una descarga de ametralladora. Los otros cinco jóvenes que lo acompañaban decidieron correr para salvar sus vidas. Sin embargo, en su huida fueron atacados por los sicarios que a mansalva descargaron todos los proveedores de sus armas. Los seis jóvenes murieron al instante ante la mirada impotente de varios testigos que se hallaban en la tienda. Los cuatro sujetos subieron al campero y emprendieron la fuga. Eran las seis y 45 minutos del pasado sábado 12 de abril en la vereda Fagua, a cinco minutos de Chía, uno de los pueblos más tranquilos de la Sabana de Bogotá. Momentos antes los mismos cuatro hombres habían asesinado en la vereda Tiquiza a Albeiro Malagón, en un crimen que, para las autoridades, se debió a venganzas personales. De acuerdo con la versión de Hilda Leonor García, una humilde recolectora de flores, madre de Wilton García, el joven había salido de su casa a las seis y 30 minutos de la tarde y había ido a la tienda a comprar la gaseosa y el betún porque, "tenía que lustrar los zapatos para ir el domingo a Bogotá donde estaba validando el bachillerato". Durante la semana Wilton se desempeñaba como ayudante de albañilería y, según su madre y sus vecinos, era un joven honrado y sin enemigos. "Lo mataron porque estaba donde no tenía que estar", dijo a SEMANA uno de sus amigos de la vereda.La masacre de los siete jóvenes conmocionó a los 100.000 habitantes de Chía y alertó a las autoridades sobre la presencia de grupos de justicia privada en la zona. El hecho produjo zozobra en la población, no sólo por sus características sino porque es la primera vez en la historia del municipio que ocurre una matanza de semejante proporciones. "Si en Chía es noticia la muerte natural de una persona, cómo no va a serlo la masacre de siete", dijo un funcionario de la Alcaldía. Las autoridades están trabajando varias hipótesis para tratar de esclarecer los hechos. La primera tiene que ver con un posible ajuste de cuentas entre pandillas organizadas de delincuentes. No obstante, esta versión es algo temeraria si se tiene en cuenta que en Chía no existe ningún antecedente relacionado con enfrentamientos entre bandas criminales. Los organismos de seguridad también creen que pudo tratarse de una operación limpieza, realizada por un escuadrón de vigilancia privada, el cual quiso hacer justicia por sus propios medios. Al parecer una de las víctimas tenía antecedentes penales y había realizado varias fechorías en la zona.Pero cualquiera que sea la razón de la matanza de Chía no deja de ser preocupante que ese tipo de acciones ocurra en las goteras de Bogotá, en uno de los municipios más tranquilos del departamento de Cundinamarca. Las autoridades deberán esclarecer los hechos y capturar a los autores intelectuales y materiales de la matanza en el menor tiempo posible. De no hacerlo se correría el riesgo de dejar que el pánico se apodere de la gente de bien de la zona y se estarían abriendo las puertas para que los grupos criminales de justicia privada tomen la ley en sus manos. Ambas opciones son igualmente graves.