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Harold Mauricio Poveda Ortega, alias el Conejo, es tulueño y era considerado el mayor proveedor de coca del cartel mexicano de los hermanos Beltrán Leyva. Lo capturó la policía de ese país en noviembre de 2010 y lo extraditaron a Estados Unidos en febrero de este año. Fue entonces cuando varios miembros de su banda se devolvieron a Colombia.

NARCOTRÁFICO

'Made in' México

La llegada de una banda conectada con el Chapo Guzmán y el uso de tatuajes de la virgen de Guadalupe explican en parte el horror que está viviendo Tuluá.

22 de septiembre de 2012

Bernardo Rámirez Colorado murió sin cumplir su único sueño: comprarse un par de zapatos. Se avergonzaba porque siempre andaba en chanclas y creía que por eso no tenía suerte en el amor. Un lío con la madre de su única hija lo alejó de su carrera como soldado profesional y terminó en el bazuco. En una de las ollas de expendio de drogas en Tuluá, Valle, fue asesinado a golpes de machete el pasado lunes 10 de septiembre con tal sevicia, que solo un hilo de piel sostenía su cabeza del tronco. Todo indica que lo mataron para no pagarle los 15.000 pesos que ganaba por cada noche que se pasaba en vela empacando papeletas de bazuco, en un expendio conocido como La Carrilera. En el día, Bernardo trabajaba como pintor en una fábrica de muebles.

Pero él no fue el único decapitado. El primer caso que horrorizó a los tulueños apareció el 4 de junio en el barrio La Inmaculada. Encontraron el tronco seis días después a varios kilómetros en el corregimiento La Marina. La víctima era Cristian Andrés Pérez Rendón, un joven que según las autoridades estaba en arresto domiciliario por homicidio.

Otro caso fue aún más traumático. Los asesinos le cortaron la cabeza, los brazos y las piernas y cada pieza fue dejada en seis sitios diferentes. Los hallazgos comenzaron el 7 de agosto y culminaron el 15. Las autoridades parecían armar un rompecabezas. Solo esta semana lograron identificarlo: Alexander Peña, un cerrajero que se ganaba la vida "en lo que le resultara", dijo su tía Luz Mary Cárdenas.

Y un cuarto decapitado, Jhonathan Pérez Bustamante, apareció el 4 de septiembre en el barrio Farfán. Su cabeza estaba envuelta en una bolsa plástica negra dentro de un maletín abandonado también en la vía pública. Ese mismo día hallaron el tronco en el corregimiento de Agua Clara. A diferencia de las otras víctimas, esta tenía un aviso escrito con recortes de letras de revistas que decía "esto va de parte de don Aníbal, alias Picante".

A estas macabras imágenes se suman los asesinatos de tres adolescentes luego de ser torturados. Uno de los cadáveres fue hallado a una cuadra de la Fiscalía, envuelto en una sábana y con un cartel intimidatorio.

Toda esa sevicia tiene aterrorizada a la ciudad. Y no pocos se están preguntando si Tuluá se está 'mexicanizando', en una evidente referencia a la forma como se expresa la violencia entre los carteles de ese país.

Si bien en Colombia se han cometido todo tipo de atrocidades, hay una diferencia fundamental entre la violencia criolla y la mexicana. Mientras los carteles de México exhiben los cuerpos de las víctimas -descuartizados o mutilados- para infundir más terror, en Colombia tanto los narcos como paramilitares se esforzaban en ocultar su crueldad y por eso tiraban los cuerpos a los ríos o en canecas con ácido o los picaban con el propósito de desaparecer cualquier rastro.

Tal vez la evidencia más importante de los nexos entre esta violencia de nuevo cuño en Tuluá y la que se da en México tiene que ver con Harold Poveda, alias el Conejo, un hombre nacido en esta ciudad del Valle del Cauca pero que se metió en las grandes ligas del crimen en México desde 2000, al lado del tristemente célebre Joaquín el 'Chapo' Guzmán. El Conejo fue durante ocho años el enlace del cartel del Norte del Valle (de alias don Diego) y el de Sinaloa, y desde 2008 su contacto en Colombia era alias Comba. Según El Universal de México, el extraditado confesó haber llevado más de 150 toneladas de cocaína. Más de 20 toneladas por año.

Conejo nació y creció en el Céspedes, un barrio de clase media de Tuluá. "La única travesura que hacíamos para la época era meternos a los patios de las casas a robar la ropa interior de las muchachas", dijo a esta revista uno de los compañeros del colegio Franciscano donde se educó Poveda. Cuando Conejo empezó a ganar terreno en la mafia de México, comenzaron a migrar con él un buen número de jóvenes del barrio Céspedes. Incluso, la preocupación quedó consignada en una sesión del Concejo.

Todo iba bien para ellos hasta febrero de este año cuando Conejo fue capturado y extraditado de México a Estados Unidos. En ese momento esos jóvenes que hacían parte del círculo de confianza del capo tulueño decidieron regresar a Colombia. Las fechas de la llegada coinciden con el primer crimen de impacto de esta nueva ola de violencia en Tuluá: el asesinato del abogado Jorge Candamil, que según las autoridades defendía a miembros de la banda Los Rastrojos.

Unas semanas después, en marzo, sicarios acribillaron a un hombre conocido como Pacho Calzones, que meses atrás había regresado de México y era de los amigos cercanos de Conejo. En ese mismo ataque perdió la vida el director de la Cámara de Comercio de Tuluá, Jesús Ernesto Victoria.

Por todo lo anterior muchos creen que la nueva sevicia criminal puede tratarse de un método importado por los secuaces de Conejo o de un intento por copiar a los narcos mexicanos para ganar respeto. "En esta ciudad está de moda el tatuaje de la virgen de Guadalupe y la Santa Muerte, propias de México", explicó una comerciante. Incluso el propio alcalde de Tuluá, Germán Gómez, no descarta que dentro de las bandas criminales los jóvenes "estén imitando esa clase de violencia mexicana".

Esta nueva 'moda' se suma a la entrega de Javier Antonio Calle, alias Comba a los Estados Unidos y la captura de Diego Pérez Henao, alias Diego Rastrojo en Venezuela, que aceleró la ruptura entre los Rastrojos en Tuluá.

En este momento lo que hay es un reacomodo de los baby narcos, una guerra entre herederos de estos capos de tercera generación que se pelean a sangre y fuego el mercado del microtráfico, que en Tuluá, según cálculos de las autoridades, mueve unos 600 millones de pesos al mes en 34 ollas. "Estamos padeciendo los efectos de la tercera generación de una cultura mafiosa enquistada", explicó Jhon Freddy Posso, miembro de la unidad de víctimas de la Presidencia.

En agosto hubo más de dos muertos por día en Tuluá. Un índice alto para una ciudad de 160.000 habitantes. La mayoría de las víctimas de esa guerra eran personas que hacían parte de la cadena del microtráfico. Para tratar de contener la ola de sangre llegaron 600 policías adicionales, un grupo élite y el comandante departamental, Nelson Ramírez, despacha desde Tuluá. "Sabemos que a los jóvenes que reclutan les exigen sevicia para pertenecer a la banda", dice el coronel Ramírez.

Los baby mafiosos tulueños importaron una nueva forma de sembrar terror: decapitando a sus enemigos y exhibiéndolos como un macabro trofeo. ¿Hasta cuándo?