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Mal 'timing'

La propuesta de Carlos Alonso Lucio es buena pero para el final del proceso con los paramilitares y con la guerrilla, no para el comienzo.

30 de octubre de 2004

La semana pasada Carlos Alonso Lucio, actual asesor de las AUC, propuso convertir a los paramilitares que se desmovilicen en soldados bajo el mando de las Fuerzas Armadas. Su propuesta, como era obvio, desató una polémica en el país.

Casi inmediatamente la Oficina del Alto Comisionado de Paz dijo que al gobierno le parecía inviable la propuesta y el general Carlos Alberto Ospina, comandante de las Fuerzas Militares, también la descartó de plano. "Estamos de acuerdo con que las AUC se desmovilicen. Pero de ahí a incorporar a estas personas a las Fuerzas Militares es desproporcionado porque no puede darse el tránsito de delincuentes a autoridad. Es totalmente incompatible", dijo el general Ospina a SEMANA.

¿Tiene razón el gobierno en desechar de tajo esta propuesta que a tantos colombianos les suena tan atractiva para ubicar a los reinsertados?

En principio la propuesta de Lucio parece brillante. Sería un mecanismo ideal para absorber a los miles de desmovilizados, tanto de las AUC como de las Farc y del ELN, que han dejado las armas individualmente en los últimos dos años. Muchos de ellos hoy permanecen sentados mirando para el techo, sin nada qué hacer, en los albergues del Programa de Reinserción. La empresa privada se ha mostrado -con notables excepciones- reacia a contratar a estos jóvenes por temor a que no hayan abandonado realmente su pasado y porque no están capacitados para hacer muchas cosas. En cambio sí saben manejar armas, obedecen órdenes, saben cómo funciona la milicia y conocen las zonas donde la guerrilla podría volver.

Por otro lado, la posibilidad de incorporarse a las Fuerzas Armadas y convertirse en autoridades locales sería un gran incentivo tanto para los guerrilleros como para los paramilitares para dejar la ilegalidad. Así no temerían tanto por su seguridad futura luego de entregar las armas, una de los principales obstáculos a la paz. Además, piensan muchos -como Lucio- que se resolvería el problema de la insuficiencia de soldados para cuidar las zonas que abandonen las autodefensas, pues inmediatamente entraría una fuerza, ya legal, a reemplazarlos.

Todo esto es cierto. La mayoría de los países involucrados en una guerra civil han llegado tarde o temprano a integrar los ejércitos legales con los ilegales como un paso hacia la reconciliación. Lo hizo El Salvador, que creó una nueva Policía con los ex guerrilleros del Fmln y soldados del Ejército oficial. Lo hizo Mozambique con los combatientes de Renamo que integraron con el Ejército las Fuerzas Armadas de Defensa de Mozambique. Lo hicieron Suráfrica, Camboya y Sierra Leona. Y lo están haciendo en Afganistán con los muhaidines. Los ejemplos abundan y algunos de ellos han sido muy exitosos como los de El Salvador.

El problema es de tiempos. En todos los casos anteriores, la integración de los combatientes se ha realizado como resultado de un acuerdo de paz, no como una estrategia del Ejército oficial para absorber a uno de los bandos en conflicto para pelear contra el otro. Mientras no se firme un acuerdo con todos los paramilitares y también con la guerrilla, es decir, mientras no se vislumbre el fin del conflicto armado, la propuesta de Lucio es absurda por varias razones.

La primera tiene que ver con la legitimidad del gobierno y particularmente, del Ejército. "Uno de los logros del Ejército en los últimos años es que ha reconocido que su centro de gravedad es su legitimidad. Ahora no pueden, sin haber resuelto el conflicto con las Farc, poner eso en riesgo", dice Sergio Jaramillo, director de Ideas para la Paz. "Causaría desmoralización en Ejército", agrega el coronel retirado Iván Matamoros. No tendría mucho sentido que esa institución, que hoy desecha a un aspirante por algo tan nimio como tener un tatuaje, acepte a personas cuya única credencial es haber estado en la ilegalidad en los últimos años. Es posible que la mayoría de ellos no tengan ni siquiera antecedentes penales, pues muy pocos de los combatientes tienen investigaciones judiciales por masacres o secuestros. Pero en las zonas la gente sabe quiénes son. Eso, de entrada, le restaría autoridad al Ejército no sólo frente a la población, cuyo apoyo es indispensable para ganar la guerra, sino también en el plano político, nacional e internacional.

Además, para ser soldado se necesita un entrenamiento específico en una cultura, unos procedimientos y unos valores de la institución. Aprender a manejar las armas es quizá lo más fácil. Contrario a lo que creen muchos, los paramilitares dedicados al combate -que probablemente no son la mayoría- no necesariamente son buenos militarmente y les faltaría disciplina, lo cual exigiría un reentrenamiento tan costoso como el de formar a un joven cualquiera. La efectividad de los paramilitares para desterrar a la guerrilla de muchas zonas no radica en su habilidad militar sino en el uso del terror para controlar a la población.

Con esta iniciativa también se podría contaminar el programa de soldados campesinos, que ha sido muy efectivo, para impedir la penetración de la guerrilla a las zonas recuperadas por el Ejército.

Entonces, ¿si no entran al Ejército qué pueden hacer los desmovilizados? Esta pregunta permanece y es importante discutirla. "Los desmovilizados pueden reemplazar a la Fuerza Pública en algunas de sus funciones pero sin pertenecer a ella", dijo Andrés Peñate, viceministro de Defensa. Hay dos experiencias piloto que ya están funcionando. En Otanche, Norte de Santander, y en Pensilvania, Caldas, grupos de desmovilizados están ayudando a la Policía a erradicar manualmente las matas de coca. En otras zonas ayudan a la Fuerza Pública a cuidar las carreteras. Lo hacen sin armas, sólo con radios en sitios clave donde avisan a la Policía si no pasan carros en 20 minutos porque significa que hay un retén. "También pueden ayudar en la reconstrucción de pueblos asolados por la guerrilla donde la Fuerza Pública tiene que hacerlo porque es muy peligroso", dijo Peñate.

Para el segundo problema al que apunta la propuesta de Lucio, que es el de la seguridad de las zonas si las AUC se desmovilizan, lo clave es tener una discusión franca. ¿Es la Fuerza Pública insuficiente para cuidar el territorio nacional? ¿Es un problema numérico o de método? Y finalmente, ¿los paramilitares hoy sí dan seguridad? Si se crean esquemas efectivos de seguridad rural por parte de la Fuerza Pública las personas que hoy aportan -voluntaria o forzosamente- a los paramilitares para que los cuiden estarían más dispuestos a pagar más por una seguridad legal.

Lo que no pueden hacer los colombianos es coger un atajo para ganar la guerra, porque es posible que así, en cambio, se llegue a la derrota.