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NARCOTRáFICO

A mano limpia

El futuro de la guerra pasa por las manos del puñado de campesinos que erradican, planta a planta, la coca del Parque de La Macarena.

27 de enero de 2006

Mientras usted lee este artículo, don Libardo Antonio Uribe se agacha, toma del tallo una mata de coca y la arranca con fuerza. La arroja a sus pies y sigue con otra. Luego con otra, y otra más. El sol lo golpea en la espalda, el sudor corre por su cuerpo y los callos le brotan en las manos. Pero él persiste en su labor. Ni siquiera hace una pausa para incorporarse y ver la inmensidad de los cultivos ilícitos.

Al frente, las plantas de coca reverdecen en el horizonte mientras detrás suyo corren las aguas mansas del río Guayabero, por donde hasta hace unas semanas navegaban en chalupas los miembros de las Farc, una guerrilla que, tras mucho tiempo de recibir generosos aportes del bloque soviético, ahora, con el derrumbe del coloso comunista, se autofinancia de una fuente al menos igual de poderosa: el narcotráfico.

Muchos años atrás, el comandante Jacobo Arenas desechó la posibilidad de aprovechar la coca para conseguir recursos. Su argumento era que eso iba en contra de la ética revolucionaria. Pero, muerto el ideólogo y seca la fuente soviética, los frentes de las Farc se multiplicaron por todo el país con una urgencia de dinero que no daba tiempo para el idealismo. Por eso, los nuevos cuadros decidieron que había que entrar en un negocio irresistiblemente lucrativo.

El primero fue Fabián Ramírez, del Bloque Sur, a quien el país conocería por televisión en la mesa de negociaciones con el gobierno de Andrés Pastrana. Ramírez observaba las decenas de chalupas que subían por los ríos de la selva cargados con billetes, y bajaban con bultos de coca. Entonces impuso el cobro del gramaje, una especie de impuesto por kilo transportado. Con el transcurso de los meses, los dirigentes de las Farc decidieron que no era suficiente cobrar un simple peaje y se apropiaron de la cadena completa. En un dos por tres, los cultivos se diseminaron por todo el país hasta alcanzar santuarios naturales como el Parque Nacional de La Macarena, que nace en la Sierra del mismo nombre, en Meta, y va hasta las selvas limítrofes de Guaviare. El mismo lugar donde ahora don Libardo arranca las matas sin importarle que el termómetro marque 39 grados de temperatura.

Junto a él van 929 jornaleros más que avanzan ordenada y metódicamente en un oficio nuevo en el país: el erradicador de coca. Sus protagonistas son campesinos puros cuyas edades oscilan entre los 25 y los 55 años. Son hombres recios, acostumbrados a soportar jornadas extenuantes y a pasar semanas enteras en condiciones adversas.

La idea de erradicar manualmente los cultivos ilícitos fue puesta en marcha por Luis Alfonso Hoyos, director de la agencia Acción Social y Cooperación Internacional, quien hace un tiempo le pidió autorización al presidente Álvaro Uribe para experimentarla en una vereda de su natal Pensilvania (Caldas). El éxito fue tal, que en la actualidad hay 1.900 erradicadores que se trastean con sus picas, palas, dos mudas de ropa y una carpa para dormir a lo ancho y largo del país.

Han estado en Magdalena, en Antioquia, en Cauca y en Nariño. Su eficacia es tal, que el año pasado arrancaron 31.900 hectáreas, con lo que rompieron de paso el récord mundial ostentado por Bolivia, que en 1999 erradicó así 16.999 hectáreas. A diferencia del país andino, los erradicadores en Colombia se enfrentan a los señores de la guerra que lanzan a sus ejércitos a defender a sangre y fuego sus cultivos. Por eso el jefe paramilitar Hernán Giraldo declaró a Hoyos "objetivo militar", ante la ofensiva de los erradicadores, que se le metieron a la Sierra Nevada a arrancarle sus cultivos.

Y las Farc han hecho saber que no se quedarán quietas ante esta acción gubernamental que busca erradicar las 4.598 hectáreas de coca que los satélites registran en La Macarena. Por medio de correos humanos han advertido que lanzarán ataques, han instalado minas explosivas hasta colgadas de los árboles y han hostigado a la fuerza pública. Son mensajes inequívocos de que la tarea podría estar manchada de sangre.

Sin embargo, don Libardo se muestra confiado. "Creo en Dios y en la Policía", dice. Ante semejante responsabilidad, el patrullero John Mario Acosta sonríe junto a él. Ambos tienen en común que jamás habían estado en en esta región. El presidente Uribe cambió su destino cuando decidió enfrentar a las Farc en este territorio, tras el ataque en Vista Hermosa (Meta), en el que murieron 29 soldados el pasado 27 de diciembre. En cuestión de días llegaron 1.500 policías al mando del general Jorge Daniel Castro, quien arribó en traje de fatiga. Montaron un centro de logística en la base de la Policía en San José, Guaviare, para empezar a avanzar hacia la serranía de La Macarena. Se trata de limpiar de coca el parque desde las márgenes del río Guayabero hasta el piedemonte de la Serranía.

"Es la tarea más monumental y titánica de la historia de nuestra institución", dijo a SEMANA el general Castro. Y tiene razón, pues se trata de un área donde hay cuatro vastos municipios de 660.000 hectáreas, el equivalente al departamento de Caldas. Para este propósito, se diseñó un plan de acción muy concreto: unidades del Ejército avanzan a pie, para romper el cerco impuesto por las Farc; tres kilómetros atrás viene un frente de la Policía para marcar el primer anillo de seguridad, luego otro frente de la Policía y por fin el núcleo de erradicadores. Además, tanto soldados como policías llevan consigo perros antiexplosivos y detectores de minas antipersona para destruirlas, de tal manera que cuando hombres como don Libardo lleguen al cultivo puedan trabajar tranquilos.

Para él es una bendición los 27.000 pesos diarios que se gana por esta labor azarosa. Debe alimentar a su familia que lo espera en su natal Manzanares, Caldas. De ese lugar provienen al menos 500 erradicadores más. Campesinos que en épocas pasadas vivían de recoger café, pero que con la crisis del grano, tuvieron que buscar otros oficios. Don Libardo, por ejemplo, pasó al corte de caña, estuvo sembrando papa y así hasta que se enroló como erradicador de coca. Siempre viaja con sus paisanos, pues el Gobierno los moviliza en grupos a regiones diferentes de las suyas para evitar que los grupos armados ilegales los localicen o que los propietarios de los cultivos logren infiltrarlos para tenderles trampas.

Don Libardo atravesó medio país. Llegó aquí el martes de la semana pasada y no tuvo tiempo para adaptarse. No bien habían desembarcado cuando, en cuestión de minutos, pasó a una de las cuadrillas. Cada una la conforman 30 hombres (no hay ninguna mujer). De inmediato ayudó a derribar los árboles, arrasar la maleza y preparar el terreno para levantar el campamento que él llama la casa. "Claro, porque la casa es donde uno vive. Y aquí vamos a vivir cuatro meses". En realidad, se trata de carpas que levantan y se echan al hombro a medida que van avanzando.

Cada cuadrilla limpia un promedio de cinco hectáreas diarias en jornadas que se repiten con monotonía: se levantan a las 5 de la mañana, toman el desayuno que preparan los dos rancheros de su grupo, y empiezan a arrancar la coca a las 6 de la mañana. A las 3 de la tarde almuerzan y quedan libres. Aunque no tienen mucho en qué usar esa libertad, pues no hay televisor, ni radio ni entra la señal de los celulares. Entonces cada uno lava la ropa, la cuelga y se acuesta en su cama improvisada. Pero no tienen que preocuparse por la comida, pues tienen 98 toneladas de alimentos y bebidas, incluidas 100.000 botellas de agua. Les pasan las horas espantando los mosquitos y con la compañía del ronroneo de los ocho helicópteros MI, los cinco Black Hawk, el Ranger y el Huey que los sobrevuelan para protegerlos.

La guerrilla sabe que la intención del gobierno es arrebatarle su fuente de finanzas. De aquí sale dinero contante y sonante para el Bloque Sur, es decir, para la columna vertebral de esta guerrilla. ¿Cómo van a reaccionar las Farc? Ejército, Policía y gobierno hacen dos análisis diarios en los centros de mando para adelantarse a los movimientos de los insurgentes. Ya interceptaron comunicaciones en las que 'Gentil Duarte' y 'John Cuarenta' ordenaron a los frentes VII, 44, 27 y 39 cercar el área para atacar la operación. La guerrilla sabe que del éxito de estos trabajos depende en gran medida la forma cómo se incline la balanza de la guerra. De ahí que los días que vienen serán difíciles.

El gobierno, por su parte, anuncia que la cosa va en serio. Esta semana, por ejemplo, simultáneamente a la erradicación manual se sumará la fumigación aérea de 12.000 hectáreas de coca localizadas fuera del parque. En conclusión, durante los próximas semanas se verá el desarrollo de un pulso durísimo. ¿Vale la pena tanto esfuerzo? Hoyos cree que sí porque si tiene éxito, sería como quitarle a las Farc el motor que las alimenta, al extremo de que el Estado podría ganar la guerra. El general Castro se suma con orgullo a esa opinión: "Hace un tiempo todos creían que este era un santuario inexpugnable. Hoy estoy aquí con todos mis generales y vamos pa´lante".

La respuesta de don Libardo es más elemental y surge de un sueño que puede cumplir a sus casi 50 años de vida campesina. "Claro que todo este esfuerzo vale la pena. ¿No ve que así puedo comprar mercado para mi casa? Es más, yo creo que me sobra y voy a comprar champú, como la gente de los pueblos". n?