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El dolor es inocultable en el rostro de la hermana de María del Cármen. | Foto: León Darío Peláez

DUELO

María del Carmen Estacio, aseadora

Tenía 47 años y dos hijos. Su camino hacia el trabajo se interrumpió cuando la bomba le explotó encima. Su rostro quedó irreconocible y su cadáver al lado del de su vecina, con quien se encontró instantes antes de la tragedia.

Sally Palomino, enviada a Tumaco
4 de febrero de 2012

En la familia de María del Carmen saben muy bien qué es morir en medio de la guerra. Hace cinco años uno de sus hijos -tenía tres- murió cuando un hombre lo bajo de su moto y le disparó.
 
“Esta vez le tocó a ella. Mañana le puede tocar a cualquiera”, dice David, su hijo mayor -de 26 años-, mientras acomoda las sillas de plástico que hacen de sala en su casa, en donde una foto de su mamá cuelga del ataúd que se mantiene cerrado porque no quieren que nadie “quede con el recuerdo de esa mujer que dejó la explosión y que en nada se parece a ella”, a su mamá.
 
María del Carmen salió después de almuerzo de su casa rumbo al colegio en donde trabajaba haciendo aseo. Como siempre, abandonó su vivienda un poco antes de las 2 de la tarde, pero como nunca, tomó el camino más largo para llegar a su destino, el que la pondría de frente a un triciclo con 40 kilos de explosivos camuflados en frutas.
 
“Ella siempre tomaba otra ruta. Esta vez tomó la que no era, se encontró con la vecina y se fueron caminando juntas. Cada una iba para el trabajo, que casualmente también quedaba cerca”, señala Jaime, su otro hijo, el menor, que tiene 22 años.
 
Las dos mujeres, María del Carmen y su vecina, Aura Dalia Quiñónez, fueron, de las nueve víctimas mortales, las que mayor impacto de la bomba recibieron. Sus cuerpos y rostros desfigurados los vio todo el pueblo. A ellas fueron a las que los fotógrafos alcanzaron a registrar inmediatamente ocurrido el hecho, y quienes al siguiente día aparecieron en la tapa del periódico local, en el que se contaba la tragedia.
 
“La cara no es la de ella. Parece otra persona”, asegura uno de sus hijos, mientras otro lo interrumpe para decirle que quizá por esa razón, sólo luego de muchas horas posteriores al estallido se pudo establecer que la mujer que había quedado tendida en el suelo, sin zapatos, al lado de la vecina, era su mamá.