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El Metro de Medellín cumple 20 años. Y Bogotá, ¿qué?

Mientras la capital antioqueña está de fiesta y saca pecho por su sistema de transporte, en la capital del país hay incertidumbre por su construcción.

29 de noviembre de 2015

El 30 de noviembre de 1995 quedó grabado en la historia de los paisas. Ese día echó a rodar el primer tren de transporte público del Valle del Aburrá. El Metro de Medellín inició su operación comercial y se convirtió en uno de los mayores orgullos de la capital antioqueña.

Como ningún otro proyecto, el Metro se convirtió en un factor de unión para los paisas. Entre otras porque se construyó en los años más trágicos de la violencia de los carteles de la droga, que se ensañó con Medellín y la convirtió en una de las ciudades más inseguras del mundo.

Y es que la construcción del Metro se desarrolló entre 1983 y 1995, años en que los jóvenes de las comunas más deprimidas de la ciudad eran presas de organizaciones criminales, y las bombas y los tiroteos atemorizaban a la población.

En los primeros años de construcción, los habitantes de Medellín eran más escépticos con el Metro, incluso algunos lo consideraban un elefante blanco inútil para la ciudad, entre otras porque en principio se informó que las obras costarían mil millones de dólares, pero la inversión definitiva terminó duplicándose.

Los tiempos cambian. Veinte años después el ‘gusano’ eléctrico que atraviesa la ciudad por tramos elevados se ha convertido en un motor de desarrollo y de cultura para los paisas. El civismo con el que los ciudadanos utilizan el sistema es un ejemplo para el resto del país y sus estaciones se han convertido en vitrinas para la cultura.

A diferencia de otros, el metro paisa no es subsidiado por el gobierno local en su operación. Los ingresos provienen de dos fuentes: el transporte de pasajeros, que representa más o menos el 95 %, y los negocios asociados, que equivalen al 5 %.

¿Y Bogotá?

Mientras el Metro de Medellín rueda con propiedad, Bogotá, una ciudad con mayor demanda de transporte, nada que tiene el suyo. Hoy, cuando los antioqueños celebran, los bogotanos no saben a ciencia cierta si el metro algún día será realidad.

Mucho antes de que Medellín se decidiera por el Metro, Bogotá ya pensaba en ese sistema de transporte. Así debe estar consignado en las hemerotecas, pues desde los años 70 se han repetido decenas de veces los titulares sobre la construcción del Metro en la capital del país.

Por ejemplo, el mismo 30 de noviembre del 95, cuando se inauguró el Metro de Medellín, el entonces presidente, Ernesto Samper, anunció la construcción del Metro de Bogotá.

“Me comprometo a dejar la primera piedra del Metro para Bogotá y la primera piedra del Metro para Cali”, dijo Samper hace 20 años. Incluso mientras echaba a rodar el primer tren paisa, dijo que su gobierno reservó de los presupuestos de 1997 y 1998 para la licitación del Metro de Bogotá y que el aporte de la Nación en principio sería de 150.000 millones de pesos para la construcción de la línea prioritaria del tren de la capital.

Dos décadas pasaron y ni Samper, ni Andrés Pastrana, ni Álvaro Uribe, ni Juan Manuel Santos (de momento) pusieron la primera piedra.

El Metro se ha convertido en una promesa para la ciudad y siempre un tema prioritario en las campañas políticas. Hace dos años el presidente Santos y el alcalde Gustavo Petro se comprometieron con la construcción. Y aunque la Nación giró un cheque y se realizaron los estudios, en la administración saliente tampoco se puso la primera piedra.

Ahora el alcalde electo, Enrique Peñalosa, cuya administración se iniciará en un mes, prefiere la construcción de un metro con tramos subterráneos y otros elevados, circunstancia que ha generado cierta oposición.

La semana pasada, en el Congreso Nacional de Infraestructura, Peñalosa anunció que la licitación del metro para Bogotá subterráneo se podría abrir en octubre del 2016, y cuatro meses después la licitación para un metro elevado. Dijo que la obra se podría tardar no menos de cinco años.

El anuncio generó nuevos titulares de prensa similares a los que se han producido durante los 20 años en los que los paisas se pusieron a la altura de las principales ciudades del mundo y que Bogotá aún está lejos de alcanzar.