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P O L I T I C A

Mi querido Andrés

La carta de Serpa al Presidente fue una gran jugada política, aunque no tenga mayores resultados en la práctica.

11 de diciembre de 2000

En política es igual de importante saber qué decir a saber cuándo decirlo. Y ese parece ser el mayor acierto de la carta que Horacio Serpa le envió al presidente Andrés Pastrana el 7 de noviembre pasado. El documento ha sido unánimemente bien recibido y de todas las salidas que ha tenido el dirigente liberal desde su derrota en 1998 la de la semana pasada ha sido la que más dividendos políticos le ha aportado.

El contenido de la carta es más sensato que original. La primera parte es un reconocimiento de las buenas intenciones del proceso de paz, seguido de una enumeración de todas las frustraciones que éste ha producido. “Haber logrado un espacio geográfico y político para dialogar con las Farc constituyó en su momento un avance notable”, afirma Serpa. Y agrega inmediatamente que “las Farc, el ELN y otras agrupaciones ilegales matan más que antes, secuestran como nunca, destruyen más poblaciones y ocasionan daños inmensos a la comunidad, al medio ambiente, al proceso productivo y a la infraestructura. Las fuerzas paramilitares son peores que aquellas a las que pretende destruir”.

La segunda parte de la misiva reitera la posición tradicional de Serpa en el sentido de que la guerra total es un suicidio y que el único camino es la negociación, puntualizando que ésta no puede limitarse al “diálogo perenne”. Llama la atención cómo el candidato liberal, después de brindarle su apoyo a la negociación, pide mano dura mientras ésta no llegue a feliz término. “Tiene usted que cumplir con el deber de combatir la delincuencia, garantizar la tranquilidad, imponer el orden en todo el territorio nacional”. Después de señalar que el manejo de la paz no puede ser del Presidente sino de toda la sociedad, Serpa termina anotando que su único propósito es, sin abandonar la oposición, “darle al control político la connotación patriótica que señalé desde un principio”.

Parte del éxito de la carta del dirigente liberal es que no hay una sola línea con la que no estén de acuerdo los colombianos. Todo el mundo está de acuerdo en que hay que buscar la paz, todo el mundo está de acuerdo en que los resultados no han sido satisfactorios, todo el mundo está de acuerdo en que hay que mantener la autoridad durante el proceso y, finalmente, todo el mundo está de acuerdo en que la guerrilla tiene que cambiar su actitud y que esto no va a suceder mientras no se le ponga un tatequieto.

Si el contenido de la carta es tan obvio ¿cómo se explica el enorme respaldo que ha tenido? La respuesta tendría que estar en el tono. Serpa deja la impresión de haber hecho la transición de aguerrido jefe samperista a responsable estadista de unión nacional. No es malo como pirueta política para haberse logrado en sólo dos años. Y no parece ser el resultado de algún truco ni de un asesor de imagen, sino de una evolución real, producto de una acumulación de experiencias.

El candidato liberal está convencido de que va a ser el próximo Presidente de la República. Siente que a nivel nacional ganó ampliamente las pasadas elecciones municipales y departamentales. Y como gobierno en 2002 tiene que ir pensando en la necesidad de crear una gobernabilidad política y financiera. Su prioridad parece ser el país que va a recibir y no los candidatos que va a enfrentar. Rudolf Hommes, en su columna de El Tiempo, especula que “Noemí debe estar en Boston analizando con sus profesores porqué no hizo algo por el estilo antes que Serpa”.

El presidente Pastrana, ni corto ni perezoso, saltó inmediatamente a cogerle la caña. En un desayuno al día siguiente en la casa del ministro de Desarrollo, Augusto Ramírez, se llevó a cabo una cumbre gobierno–oposición entre Pastrana y Serpa. En ésta se concretó la creación de una especie de nuevo frente nacional contra los violentos. Inmediatamente se habló de extenderles invitaciones a Noemí Sanín y a Antonio Navarro para que formaran parte de esa gran alianza. Al final de la semana se respiraba un nuevo ambiente de solidaridad política y flotaba la sensación de que el proceso de paz había recibido un nuevo aire.



Socio pero no complice

¿Cuánto tiempo durará este nuevo aire? Probablemente muy poco. A los colombianos les fascinan los grandes acuerdos nacionales cuando se anuncian pero la verdad es que el de la semana pasada puede no ser más que un saludo a la bandera. Los verdaderos problemas del proceso de paz no van a ser más fáciles de solucionar por cuenta del nuevo compadrazgo entre el Presidente y el jefe de la oposición.

Al fin y al cabo, a pesar de los abrazos de la semana pasada, la posición de Serpa es la misma de antes. Desde que se inició el gobierno ha dejado claro que su ejercicio de la oposición no incluirá el proceso de paz, el cual siempre ha respaldado con la misma vehemencia de su última carta. El Presidente, acusado por todos los flancos de haber cedido demasiado ante la guerrilla, se beneficia enormemente de una mano como la que le dio el dirigente liberal. Sin embargo el dilema central del proceso de paz sigue siendo cómo imponerles límites a la guerrilla sin que se rompa el proceso de negociación. Y a este respecto la nueva alianza Pastrana–Serpa no facilita la solución del problema. Ponerle un plazo a la zona de distensión no es fácil, establecer una veeduría en la misma tampoco, negociar simultáneamente con guerrilla y paramilitares menos. Y ni se diga de la dificultad de llegar al canje de detenidos por secuestrados o a un cese de hostilidades.

En otras palabras, la solución de los problemas no depende tanto de la voluntad de Serpa sino de la de Manuel Marulanda y Carlos Castaño. Por ejemplo, el líder de las Farc no acepta que el gobierno le otorgue cualquier beneficio político a las autodefensas y éstas, a su turno, no aceptan el canje de detenidos por secuestrados que las Farc están buscando.

Y hablando de las autodefensas, muchos han registrado la coincidencia de fechas entre la última apretada de tuercas de Carlos Castaño con el secuestro de los congresistas y la carta de Horacio Serpa. Pocos días antes de que la misiva se hiciera pública Castaño había manifestado su indignación con la falta de oposición que estaba ejerciendo el Partido Liberal por tolerar, según él, la permanente actitud blanda del gobierno durante el proceso de paz. Llegó a insinuar que continuaría secuestrando parlamentarios liberales como castigo por esta presunta falta de pantalones. Serpa, sin duda alguna, tuvo en cuenta la nueva posición de Castaño cuando decidió tenderle la mano al Presidente.

Dado todo lo anterior, ¿cuál va a ser la verdadera utilidad de la carta de Horacio Serpa? Para el proceso de paz muy poca, pues no soluciona ningún problema. Para el Presidente Pastrana, bastante. Cualquier apoyo en este momento es más que bienvenido. Y para Horacio Serpa los dividendos políticos son enormes. Le dio una altura de estadista que no tenía y lo dejó como socio del proceso de paz si éste resulta, pero no como cómplice si fracasa. En esta eventualidad la opinión pública culparía sólo al gobierno.