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Milagro en riesgo

La falta de recursos pone en jaque el gran logro urbanístico de transformar la ‘olla’ de El Cartucho de Bogotá en un parque de 20 hectáreas.

19 de febrero de 2002

Trescientos sesenta pasos separan la Casa de Nariño, sede del Presidente de Colombia, de la entrada oriental de la calle de El Cartucho, un conjunto de cuadras sinónimo de degradación, delincuencia y violencia. Por más de 40 años este sector del barrio Santa Inés ha estado en la mira de los urbanistas para su recuperación y rehabilitación. Sin embargo, sólo hasta la administración de Enrique Peñalosa, el gobierno distrital creó la empresa de Renovación Urbana para desarrollar el proyecto que acabaría con El Cartucho: el parque Tercer Milenio.

El Tercer Milenio está concebido como un área verde de 20 hectáreas en pleno centro de Bogotá que no sólo cubriría de verde la ‘olla’ más representativa de la capital sino que también habilitaría los alrededores para estimular la inversión de compradores y constructores en el sector. Para Eduardo Aguirre, gerente del proyecto, “el verdadero golpe se da en los bordes del parque”. Así, al construir una zona verde pública se le suman otros objetivos que harían un proyecto integral, como la construcción de un centro comercial de cielos abiertos en San Victorino y un complejo de vivienda en San Bernardo.

El Cartucho se convirtió en un tenebroso mito urbano de la capital. Como Barrio Triste en Medellín o la ‘antesala del infierno’ en Cúcuta, numerosas leyendas e historias se tejieron alrededor de la vida en esa calle. Lo cierto es que, además de la actividad delincuencial, la zona de El Cartucho cobijaba a unas 10.000 personas entre residentes, habitantes de la calle y empleados de los negocios. En lo que a partir de junio será el parque Tercer Milenio no sólo trabajaban los tradicionales recicladores y sus bodegas, también convivían papeleros, repuesteros, vivanderas, impresores de artes gráficas, ropavejeros, cachivacheros y herramienteros.

Elsa Patricia Bohórquez, directora del programa de Renovación Urbana, califica a El Cartucho como “una economía, una forma de vida”. Sin embargo la coordinación entre entidades como el Instituto de Desarrollo Urbano y el Bienestar Social, entre otras, ha permitido la atención a 6.577 habitantes del sector y unas 3.800 familias así como la relocalización de 130 viviendas. Esta gestión, según Aguirre, ha permitido “desencartuchar” la organización económica e ir quitándole el agua al pez.

El impacto de esta intervención directa del espacio público puede medirse en términos económicos. Un estudio de la firma Econometría calcula en unos 208 millones de dólares los beneficios comerciales, en transporte, valorización, criminalidad y años de vida que traería el proyecto de Tercer Milenio al barrio Santa Inés. Es decir, que el Distrito invertirá 160.000 millones de pesos en una extensión de 70 hectáreas del centro de Bogotá para lograr beneficios sociales que alcanzan al menos tres veces ese valor.

No obstante, la zona de El Cartucho concentra una problemática social profunda que no puede desatenderse. ¿Para dónde se desplazarán los indigentes, recicladores, litógrafos y demás habitantes y negociantes a medida que la construcción del parque avance? El proyecto ha dispuesto planes para reubicar a las distintas poblaciones: los impresores se mudarán a un Ecoparque de Artes Gráficas; las bodegas de reciclaje se planea trasladarlas a la carrera 30 y la relocalización de los cachivacheros está en proceso.

Con los indigentes y recicladores la cosa se complica ya que el Distrito no puede obligar a nadie a acogerse a sus programas sociales. En estos momentos siete vigilantes, sin armas pero con perros, mantienen día y noche un constante tira y afloje con quienes aún quedan en El Cartucho. “Nos toca tratarlos como a novia bonita”, dice Darío Rugeles, supervisor de los guardias uniformados. Su misión es impedir que los habitantes de la calle construyan cambuches en los lotes desocupados. En los turnos nocturnos, cuenta Darío, “se oye mucho plomo y amanecen dos o tres muertos”.

Pero no todo es color de rosa. La falta de recursos, que ha empezado a golpear los presupuestos de la actual administración del alcalde Antanas Mockus, no excluyó a Tercer Milenio que sólo cuenta con 10.000 millones de los 36.000 millones necesarios en 2002. No contar con esos dineros podría, según Bohórquez, paralizar el proyecto en octubre y “tiene sus riesgos porque detendría el impulso y el deterioro podría volver”. Como en muchos proyectos de intervención urbanística, de nada sirve recuperar unas cuadras si no se actúa simultáneamente en el entorno.

Construir un parque público de 20 hectáreas donde estaba una tierra de nadie no es fácil ni barato. La totalidad del proyecto cuesta 160.000 millones de pesos y se han invertido hasta hoy las dos terceras partes. De ese faltante y de la inversión en los alrededores depende que el parque Tercer Milenio tenga éxito y le devuelva vida y valor al centro de Bogotá.