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Glenny fue testigo de la globalización del crimen organizado mientras trabajaba como corresponsal de la BBC de Londres en los Balcanes, una zona de tránsito de heroína, cocaína, trata de blancas y minerales preciosos durante los noventa. Némesis (2015) es su obra más reciente.

ENTREVISTA

El gurú del crimen organizado

SEMANA habló con Misha Glenny, el periodista que más sabe de mafias en el mundo. Sus revelaciones sobre esta industria son impresionantes.

21 de enero de 2017

Los que han visto su charla TED quedan fascinados con el tema. Mucho más quienes han leído McMafia (2008), su obra más conocida, o Némesis (2015), la historia de un narcotraficante de Río de Janeiro con el que habló más de 30 horas en la cárcel, para entender por qué detrás del Brasil carnavalero se esconde una profunda crisis social. Misha Glenny, periodista británico de ancestros rusos, investiga las redes criminales organizadas del planeta y su nueva obsesión: el cibercrimen. La próxima semana será uno de los invitados al Hay Festival Cartagena.

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SEMANA: ¿Cuando se habla de mafia y de crimen organizado se habla de lo mismo?

M.G.: La mafia son las redes de crimen organizado que surgieron en Sicilia, Italia, en 1860, ante la incapacidad del Estado para regular el mercado del ganado y del limón, con el fin de garantizar que los tratos se cumplieran, así fuera a la fuerza. Con el tiempo esos mafiosos se dieron cuenta de que no solo podían brindar esa garantía policial sino que podían crear y manejar, sin Dios ni ley, los mercados. Así se expandió el negocio por el mundo y, finalmente, se convirtió en lo que conocemos como crimen global organizado: grupos de tres o más personas que incurren en actividades ilegales transfronterizas de manera regular.

 SEMANA: ¿Y qué delitos cometen?

M.G.: Según Naciones Unidas, el tráfico de drogas, de armas, de personas y de recursos naturales, el comercio ilegal de fauna, la venta de medicamentos fraudulentos, de bienes falsificados y el cibercrimen. Pero yo le añadiría uno, la corrupción.

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SEMANA: ¿Por qué?

M.G.: Funciona como cualquier otra categoría de crimen organizado: los ciudadanos pagan los impuestos para que el Estado cuide de ellos (en todo sentido) y, en los países corruptos, ese dinero llega al bolsillo de los políticos, personas que simplemente usan su poder para disfrutar de ese dinero. ¿No hacen eso los pandilleros que extorsionan a la gente para “garantizarles” seguridad y luego los desamparan?

SEMANA: ¿Qué tendrá Colombia? Además de las organizaciones criminales, nos carcome la corrupción.

M.G.: Lo sui generis de Colombia es que, a diferencia de Brasil, por ejemplo, a la ecuación de corrupción más cocaína la antecedió la violencia política, una receta explosiva.

SEMANA: ¿Y qué tanto participa Colombia del crimen global organizado?

M.G.: Según Naciones Unidas las drogas generan ingresos anuales de 400.000 millones de dólares en el mundo y Colombia es el principal productor de cocaína, el mercado más grande de narcóticos. Yo creería que el país es responsable de cerca del 20 por ciento de ese dinero sin contar los otros ingresos de mafias distintas a las de las drogas.

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SEMANA: ¿Qué países tienen un rol importante en el mercado del crimen global organizado así no lo parezca?

M.G.: Irán y Canadá. Irán por ser el mayor consumidor per cápita de heroína en el mundo: se estima que el 10 por ciento de su población es dependiente a este narcótico. Y todo porque es un país de tránsito de drogas. Canadá, por su parte, tiene decenas de miles de familias que se dedican a plantar marihuana en los alrededores de Vancouver, un negocio que representa nada menos que el 5 por ciento del PIB provincial y que abastece al exigente público de California, fanático de la marihuana “orgánica”.

SEMANA: Háblenos más de los efectos del mercado de la droga en los puntos de tránsito.

M.G.: Brasil es el caso perfecto. Allí los niveles de homicidios relacionados a narcóticos eran muy bajos hasta que en los ochenta el cartel de Cali comenzó a exportar droga a Europa a través de su territorio y las poblaciones de los lugares de tránsito desarrollaron un hábito a las drogas que, en últimas, acabó en violencia. Ahora en ese país hay 56.000 homicidios al año, de los cuales el 80 por ciento ocurre en las favelas y la mitad están directamente ligados al narcotráfico.

SEMANA: ¿Quién es y cómo llegó a la historia de Antonio Francisco Bonfim Lopes, el capo carioca que protagoniza Némesis (2015), su más reciente libro?

M.G.: Lo capturaron en 2011 y toda la persecución se transmitió en directo por televisión. Yo estaba en Río y la reacción de la gente me sorprendió: la mitad de los cariocas lo veían como una victoria pero para el resto, especialmente para los habitantes de Rocinha -la favela que él controlaba- fue una tragedia. Por esa época yo estaba buscando un personaje que me permitiera mostrarle al mundo que Brasil no es solo playa y carnaval, que es una sociedad con altos niveles de desigualdad donde el crimen organizado ha calado perfecto y cuando conocí la historia de Antonio, ‘el rey de Rocinha’, supe que había encontrado al protagonista de mi próximo libro.

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SEMANA: ¿Qué tenía de especial?

M.G.: Entró tarde al crimen organizado a los 25 años, y lo hizo porque su hija de 10 meses se enfermó y necesitaba dinero para los medicamentos. Antes de eso tenía un trabajo legal y no era una persona violenta, algo que intentó mantener aun siendo capo. Por eso la gente lo veía más como un héroe que como un villano.

SEMANA: ¿Por qué sus comunidades ven a personajes como Antonio Bonfim o Pablo Escobar como héroes?

M.G.: Ambos son héroes porque ayudaron de alguna forma a su comunidad pero Antonio logró lo que Escobar no pudo: que gran parte de la población, no solo por sus beneficiarios, lo viera como un héroe.  Fue tan inteligente que decidió utilizar la violencia solo como último recurso, es decir, casi nunca. ¿Y todo por qué? Porque descubrió que si no había crímenes en la favela, sus consumidores, jóvenes de clase media y alta de Río de Janeiro, irían más a comprarle y llevarían nuevos clientes. Le fue tan bien que Rocinha se convirtió en la única favela con una refinería de coca y las ganancias se triplicaron. Pero, sin duda, lo más importante fue que durante su mandato (2006-2011) los asesinatos en Río se redujeron tres veces. Por eso la gente lloró su captura.

SEMANA: ¿En qué radica entonces el éxito de un capo?

M.G.: El capo que entienda que el crimen organizado es un sistema en el que cada acción tiene efectos grandísimos en la población, tiene el asunto resuelto. Solo así sabrá, como lo hizo Antonio, que la violencia es absolutamente nociva para la productividad del negocio. Eso sí es ser capo.

SEMANA: ¿Qué diferencia encuentra entre los criminales de cuello blanco como Bernard Madoff en Wall Street y los de los barrios marginales en Colombia o Brasil?

M.G.: ¡Ninguna! Madoff, que ahora pasará el resto de su vida en una cárcel, robó 65.000 millones de dólares, lo que lo pone en el olimpo de los gánsteres al lado de los carteles colombianos y los mayores sindicatos rusos del crimen. De hecho, fue tan descarado que delinquió por décadas desde el corazón de Wall Street. ¡Desde Wall Street!

SEMANA: ¿Cuál es la organización de crimen organizado que le ha parecido más fascinante?

M.G.: Sin duda la mafia Yakuza en Japón porque su mundo está tan ritualizado que es vista como un paraestado sagrado. Tiene cuarteles para refugiar a la gente en caso de un desastre natural o nuclear y cuando alguien estrella su carro, no acude a la compañía de seguros, busca a la Yakuza para que dirima el conflicto y garantice que el que cometió la infracción pague. El asunto es tan descabellado que a comienzos de 1950 en el país se estableció un límite de abogados que se pudieran graduar de la universidad, solo 1.000 al año. La razón: que los abogados no dieran abasto con las disputas civiles y comerciales de los japoneses y la gente tuviera que recurrir a la Yakuza.

SEMANA: ¿Qué tienen que hacer los gobiernos para combatir este tipo de redes?

M.G.: Hay tres formas de lidiar con este problema: por medio de la fuerza, generando desarrollo económico al punto de que la gente prefiera y pueda ganarse el sustento legalmente, o creando políticas sensibles como la despenalización de la droga, a mi punto de vista un gran acierto. No destinando millones de dólares a cosas tan estúpidas como la famosa guerra contra las drogas.

SEMANA: Entonces es partidario legalizar la droga.

M.G.: Totalmente. En los últimos años hemos visto que la política de drogas ha virado más hacia la despenalización que hacia el castigo, lo que trae beneficios enormes para la población y deja sin bases al crimen organizado. El estado de Colorado, en Estados Unidos, el año pasado recaudó 78 millones de dólares en impuestos provenientes de la marihuana, más del doble de lo que recaudó el alcohol. Parte de ese dinero se invirtió en salud y educación y, sorprendentemente, la violencia no aumentó. Por eso la legalización en California y ojalá próximamente en Nueva York, significa tanto para el mundo. Si funciona allí, habrá suficientes argumentos para volverla una política mundial y se reducirá gran parte de la violencia en los países productores y distribuidores de droga, como Colombia.

SEMANA: ¿Qué tan cerca estamos de la mafia y no nos damos cuenta?

M.G.: ¡Demasiado! El crimen global organizado está en todas partes y nos afecta a todos. El mejor ejemplo es el coltán, ese mineral que tienen casi todos los aparatos electrónicos y que proviene en su mayoría de minas ilegales de Congo. Allí han muerto 5 millones de personas desde 1998 a manos de los señores de la guerra que controlan la minería y los usuarios de celular, es decir, el mundo entero, no sabe que tiene las manos untadas. El deseo occidental de consumir es el principal motor del crimen organizado internacional.

SEMANA: Uno que por lo pronto no se irá es el cibercrimen. ¿A qué debemos atenernos?

M.G.: El cibercrimen es peligrosísimo porque rompe un paradigma: quienes lo ejercen no necesariamente vienen de áreas pobres o vulnerables y, en sí, no dimensionan que es un delito. Lo ven como un juego. La clave del éxito en el crimen organizado está en prescindir de la violencia -como lo hizo Antonio Bonfim- y en el cibercrimen no es necesaria.

SEMANA: ¿Quiénes son entonces los cibercriminales?

M.G.: Muchos de ellos son jóvenes de 12 o 13 años de clase media que lo hacen por diversión, no por necesidad, lo cual es peor. El chico que se mete a una pandilla sabe que lo que hace es ilegal. El cibercriminal lo ve como un juego.

SEMANA: Su libro McMafia (2008), una radiografía del crimen organizado en el mundo globalizado, va a ser adaptada a la televisión. ¿Qué tan bien ha retratado el mundo del entretenimiento esta problemática?

M.G.: El crimen organizado ha sido fuente infinita de temas para la industria del entretenimiento y la literatura y creo que cada vez lo desarrollan mejor. Sin embargo, El Padrino (1972), sentó un precedente. Sus realizadores entendieron algo que ni siquiera los expertos de la época habían entendido: que el crimen organizado podía no tener los mismos riesgos que tienen las industrias ordinarias (tenía peores), pero sus jefes lidiaban con él como si fuera un negocio lícito más.

SEMANA: ¿Ha visto Narcos?

M.G.: Sí. Sé que en Colombia hay una aversión natural hacia esta serie pero como británico puedo decir que es valiosa para la población mundial porque por fin le contaron la historia de los carteles al mundo, no solo a Hispanoamérica. Netflix quería que fuera atractiva para todos los países y lo logró al escoger un reparto internacional y al magnificar el rol de la DEA en la persecución a Escobar. Para mí es un completo acierto.

SEMANA: Con Putin y ahora Trump a la cabeza del mundo, ¿qué va a pasar con el crimen organizado?

M.G.: Es una coyuntura que definitivamente beneficia al crimen organizado. En Rusia, por ejemplo, durante los noventa el crimen organizado controlaba al presidente ruso y ahora, desde 2004, el presidente ruso controla el negocio. Además, varias evidencias sugieren que el crimen ruso organizado tiene vínculos con propiedades de Trump en Manhattan y Palm Beach (Florida). Los valores de este tipo de crimen han demostrado ser bastante atractivos para las élites actuales y lo que viene no es nada bueno.

*Glenny hablará el sábado 28 de enero en el Hotel Sofitel con John Collins, profesor de London School of Economics, sobre las estructuras criminales transnacionales. El domingo 29 discutirá, en el mismo lugar, con el escritor y periodista João Paulo Cuenca sobre Némesis, su más reciente libro.