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| Foto: Carlos Julio Martínez

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Colombia solidaria

En medio de la polarización y el pesimismo, la tragedia de Mocoa mostró por primera vez en muchos años a un país unido.

8 de abril de 2017

El sábado primero de abril, Colombia tenía la imagen perfecta de un país profundamente dividido. En las calles, miles de personas se agolpaban para manifestar múltiples rechazos: contra el gobierno, las Farc, la corrupción, la reforma tributaria, la ideología de género, el irrespeto a la familia. En las redes sociales, otras miles se enfrentaban con los asistentes de manera voraz. Criticaban su falta de autoridad moral, sus supuestas mentiras y el hecho de que se opusieran a terminar la guerra. Hasta Popeye, el lugarteniente de Pablo Escobar y uno de los líderes de la marcha, se volvió protagonista de una enconada pelea que encendió el ambiente en los días previos. Pero entonces, ese sábado poco a poco el país comenzó a enterarse de que en el Putumayo miles de colombianos sufrían por una de las peores tragedias naturales de los últimos tiempos. Y el ánimo cambió.

Las marchas, en medio de la algarabía, se apagaron en casi todas las ciudades en un minuto de silencio. Salvo el comentario ridículo del senador Daniel Cabrales que culpó a las Farc de haber ocasionado la avalancha, se podría decir que las distintas voces de choque político se unieron en un solo esfuerzo de solidaridad. Como escribió en su columna el padre Francisco de Roux, Colombia pocas veces suele vivir un momento tan masivo de compasión por el otro como el que generó la tragedia de Mocoa. El sacerdote resaltó que en todas las ciudades “familias y grupos de Iglesia, empresarios y empleados, universitarios y escolares, taxistas y comerciantes, católicos, cristianos y humanistas hagamos una sola comunidad de ciudadanos con los indígenas, campesinos y pobladores de Putumayo”. 

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Tan impactante como la magnitud de la tragedia, que cobró la vida de más de 300 personas y dejó a miles más damnificadas, fue la respuesta de los colombianos. Pocas veces el país había reaccionado a una emergencia tan rápido, desde tantos rincones y de manera tan cohesionada. De la mano de los expertos rescatistas, la Cruz Roja, la política, los militares o los enfermeros, se sumaron miles de espontáneos desde todo el país.

En Mocoa se hizo realidad esa frase popular de que “todo suma”. Desde el presidente Santos, que estuvo toda la semana al frente junto con su esposa y su gabinete, hasta los más humildes se pusieron la camiseta. Cada quien encontró cómo ayudar. Las donaciones de los colombianos hasta el 6 de abril llegaban a 2.473 millones de pesos. Todas las empresas de telefonía celular, por ejemplo, se unieron para ponerles minutos a los habitantes de Mocoa y abrieron la posibilidad de que sus clientes enviaran dinero por mensajes de texto.

Foto: César Carrión

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Las empresas hicieron aportes en grande. Postobón entregó cerca de 15.000 jugos y 2.000 garrafas de agua y coordinó el envío de 30.000 litros más, que donaron los colombianos, con la Cruz Roja. Unilever envió más de 128.000 productos. El Éxito, Alquería, Bimbo, Colombina, PepsiCo y el Banco de Alimentos aportaron 7.000 mercados, 6.000 botellas de agua, 1.000 bolsas de leche, entre muchas otras cosas. El Grupo Energía de Bogotá y sus proveedores entregaron 1.000 kits con elementos urgentes. Argos prometió aportar el cemento para reconstruir 300 viviendas. Celsia envió una subestación móvil, tres torres de emergencia y otros equipos eléctricos. Avianca puso a disposición recursos técnicos y humanos para llevar socorristas, personal médico y ayuda humanitaria para las víctimas de la tragedia e inició el mismo sábado vuelos gratuitos. Eso, solo para citar algunas de las miles de grandes y pequeñas empresas que se movilizaron.

Foto: Efraín Herrera

Casi la totalidad de las universidades y colegios del país pusieron algo, incluso una voz de aliento: cientos de cartas de apoyo de los estudiantes se repartirán a los afectados. Los congresistas donaron cinco días de salario y los representantes uno. Los productores de la película Huellas decidieron entregar la taquilla. Y hasta las Farc enviaron dos toneladas de ayudas y se ofrecieron a trabajar en la reconstrucción de la ciudad.

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Pero quizás lo más extraordinario han sido esos cientos de héroes anónimos que emergen en los momentos difíciles, y que aparecen de la nada en el instante de mayor apuro. Los reporteros de SEMANA en Mocoa registraron la conmovedora forma como entre vecinos y desconocidos intentaron salvar a los demás, cuando cada quien podría ocuparse solo de resguardar su vida. Precisamente, los habitantes de la capital del Putumayo dieron la primera mano a los afectados.

En todos los medios han aparecido esas historias de heroísmo. Dos en particular conmovieron al país. El patrullero Deciderio Ospina quedó en medio de la avalancha cuando salió a auxiliar a una familia. Su cuerpo fue arrastrado 20 kilómetros hasta llegar a inmediaciones del pueblo vecino de Villa Garzón. Y el voluntario de la Defensa Civil Jesús Diago no pudo con la fuerza del río y murió abrazando al niño que quiso rescatar de las aguas. Ospina y Diago perdieron la vida mientras intentaban salvar a otros.

Foto: AFP

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En esos días de angustia la fuerza de algunos colombianos ayudó a levantar a los caídos. Jair Chamía, un militar retirado, decidió dejar su finca en Pitalito para sumarse a las labores de rescate. El sacerdote de Mocoa Ómar Parra pasó sin dormir varios días atendiendo a quienes llegaron al albergue que él mismo levantó apenas sucedió la tragedia. Rosely Yampuez Samper, una señora que quedó en medio de la avalancha, montó un albergue entre las casas de dos de las víctimas y puso un comedor comunitario que surtió los primeros días con aportes de los mismos damnificados. Decenas de médicos y enfermeras trabajaron sin descanso y sin dar abasto para responder a la emergencia. “A veces se nos olvida que este es un sector que tiene en su esencia el servicio. Esta tragedia nos lo recordó y sacó lo mejor de todos”, relató el ministro Alejandro Gaviria luego de visitar el lugar.

Al final, la ayuda alcanzó para todos, incluidos los animales. Toneladas de comida para perros y gatos llegaron desde la capital del país. En Mocoa, Gisela Ospina, una joven voluntaria, rescató con otros espontáneos 90 perros y 27 gatos. Ángela Hidalgo, una veterinaria de la Universidad de la Amazonia, que es de Mocoa pero vive en Caquetá, empacó maletas y se fue a ayudar. Rex, un pastor alemán que recogieron y curaron, terminó ayudando con su olfato a rescatar a una mujer mayor días después. En Mocoa, alcanzó el aliento incluso para construir un albergue para caballos, novillos, gallinas, perros y gatos que sobrevivieron a la avalancha, pero perdieron a sus dueños.

Foto: Carlos Julio Martínez

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Muchos se maravillaron esta semana con el hecho de que ese país dividido y polarizado por la política y las redes sociales, en el que parece reinar el pesimismo, superara sus diferencias para centrarse en ayudar. Henry Murrain, director ejecutivo de Corpovisionarios, explica que en los escenarios políticos se exacerba el odio en busca de réditos, mientras que en estos episodios en el que no existen culpables es lógico encontrar una causa común y construir un “nosotros” alrededor de algo, una visión compartida de nación. “Momentos así dejan atrás las simplificaciones del discurso respecto del adversario y demuestran que Colombia está llena de gente buena”, agrega. “En contraposición al disenso que nace por la política, en esta tragedia no existen victimarios ni responsables”, agrega la socióloga Catalina Vallejo.

Quizás por estas razones, Colombia entró en un paréntesis y, durante toda la semana, el debate nacional giró en torno a qué hacer por los habitantes de Putumayo y cómo lograr que esto nunca se repita. Frank Pearl, exnegociador del proceso de paz asegura que en esta tragedia los colombianos han visto que pueden “humanizar las relaciones entre nosotros, mirarse a los ojos y entender los miedos del otro. Hemos vivido un compromiso capaz de superar cualquier indiferencia”. El excodirector del Banco de la República Salomón Kalmanovitz explica que ante la adversidad es común que la respuesta sea la empatía con el prójimo. “Al recibir cierta información o ver una imagen, florece y se impone esta parte de la naturaleza humana que busca brindar ayuda”, agrega.

Foto: Carlos Julio Martínez
Esa cadena de solidaridad ante las catástrofes naturales no es única en Colombia. Perú, por ejemplo, también atraviesa una crisis institucional, pero la llegada de El Niño costero y sus lluvias desmedidas han generado un sentimiento de unidad que no existía hace unos meses. El presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, aseguró que frente a la dimensión de la tragedia no iba a utilizar el espejo retrovisor ni a desviar la discusión para enfrentamientos políticos. “Echarles la culpa a gobiernos anteriores no es productivo”, aseguró en una entrevista. El vecino país tiene un saldo hoy de cerca de un centenar de víctimas fatales y 100.000 damnificados. Sus ciudadanos están tan comprometidos con ayudarlos como hoy los colombianos.

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Como relató hace poco en una columna Mario Vargas Llosa, “curiosamente, esta tragedia parece haber tocado una fibra íntima en la sociedad pues el pueblo entero da la impresión de haberse volcado en un movimiento de solidaridad y compasión… Una movilización extraordinaria”. El nobel se maravilla de que gente de toda condición haya superado sus rivalidades políticas y religiosas, así como sus prejuicios para darle la mano al otro. “Yo mismo he visto a mis dos nietas más pequeñas, Isabella y Anaís, preparando dulces y golosinas con sus compañeros de clase para venderlas y recabar fondos de ayuda a los damnificados. No recuerdo un sobresalto tan generoso y tan unánime de la sociedad peruana ante una tragedia nacional”, escribió. En Colombia, esta semana, muchos sintieron lo mismo y comprobaron que aquí la cúpula está mucho más dividida que la sociedad.