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¡Moñona!

De un solo golpe, Uribe pierde la plana mayor de su gobierno.

17 de noviembre de 2003

Alvaro Uribe es el presidente de Colombia que más se ha empeñado en mantener a sus ministros cuatro años, pero cuando apenas ha cumplido su primer aniversario ya perdió a su guardia pretoriana. La semana pasada, sin duda la más convulsionada de su mandato, salieron los ministros estrella: Fernando Londoño, ministro de Interior y de Justicia, y Marta Lucía Ramírez, ministra de Defensa. En junio pasado había renunciado en forma irrevocable su prestigioso ministro de Hacienda, Roberto Junguito. En menos de 15 meses el Presidente ha perdido a los tres mosqueteros que tienen que lidiar los tres problemas más cruciales del país: la economía, la política y la guerra. Con el remezón cayó también la ministra de Medio Ambiente, Vivienda y Desarrollo, Cecilia Rodríguez, cuya cartera tiene un papel clave en la recuperación de la construcción. Para completar el torbellino político, al Presidente que los colombianos eligieron para ganar la guerra le tocó sacar de un plumazo a la cúpula de la Policía y adelantar la salida del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, general Jorge Enrique Mora, quien se había convertido en un símbolo de la lucha contra la guerrilla.

El detonante de esta crisis fue el fracaso del referendo. Su hundimiento en las urnas fue un golpe a la mandíbula de Uribe, quien nunca había perdido una elección. Pero el traspiés electoral del Ejecutivo también exacerbó los ánimos del Congreso. Los senadores empezaron a pedir pista en un gobierno que los ha sometido a un estricto ayuno burocrático. El estilo soberbio y combativo del ministro Londoño tampoco ayudó. Por eso su cabeza fue el precio para que mejorara el ambiente en el Congreso ante los urgentes proyectos de ley que se avecinan. Muy a su pesar, al Presidente le tocó ceder en este tema porque sabe que si los congresistas no aprueban los nuevos impuestos será imposible salir de la emergencia fiscal. "El Congreso le quitó el espacio político que le quedaba a Londoño y no le dejó opción al Presidente", dijo una alta fuente de la Casa de Nariño. A tal punto habían llegado las relaciones que los días siguientes a la caída de Londoño empezaron a fluir las iniciativas del Ejecutivo en los pasillos del Capitolio.

Precisamente por su estilo perfeccionista y su palmarés de éxitos los fracasos parecen darle más duro a este mandatario. Es el típico alumno aplicado que saca 4,5 en todo, pero cuando lo rajan siente que se le viene el mundo encima. Y en el referendo los colombianos lo rajaron con 2,9.

Retomando las riendas

Como nadie en el cargo de primer mandatario de un país con los problemas de Colombia se puede dar el lujo de estar de duelo por mucho tiempo, Uribe se recuperó pronto y resolvió tomar unas decisiones que desataron una tormenta política. Muchos críticos -sobre todo en las filas del liberalismo- aseguran que su gobierno se desmoronó en una semana y que lo único que hizo el Presidente fue reaccionar tardíamente ante una crisis acumulada. Pero muchos otros colombianos, por el contrario, sintieron que a pesar de las dificultades alguien estaba al mando del barco.

Con sus drásticas medidas de sacar a tres ministros, dar de baja a la cúpula policial y rebalancear el poder militar el Presidente le envió varios mensajes al país.

El primero y más central: aquí mando yo. Ni el polémico Londoño, que parecía intocable; ni la infatigable y mediática Marta Lucía; ni el recio general Mora, que parecía irreemplazable ante el desafío de la guerra. Con el remezón sorpresivo Uribe demostró que quien tiene las riendas y la última palabra para decidir quién se va y quién se queda es él.

El segundo mensaje del Presidente fue reiterar que su gobierno no se entregaba a los políticos. Lo envió muy claro cuando nombró a Sabas Pretelt ministro del Interior y de Justicia. Ninguno de los apadrinados por el presidente del Senado, Germán Vargas Lleras, ni de los sugeridos por la bancada conservadora fue el escogido. Marcó su independencia eligiendo a un hombre del sector privado, con todo y las críticas que eso pudiera traer en coyunturas políticas tan turbulentas. Hay quienes creyeron ver en la caída de la ministra Rodríguez un triunfo de la politiquería que se tomó las corporaciones autónomas regionales (la Procuraduría ha suspendido a nueve directores de las CAR de sus cargos), que ella había combatido con tanto ahínco. Comprobaron su equivocación cuando vieron que su reemplazo fue Sandra Suárez, ajena totalmente a la clase política y muy de la línea eficientista de Uribe.

El tercer mensaje fue que el Presidente quería un gobierno armónico, que pudiera cambiar sin pelear. Y, sobre todo, que no lo hiciera públicamente. A Londoño lo sacó su espíritu pendenciero y sus salidas en falso. Con su salida, además, Uribe envió la señal de prudencia a los demás miembros de su gabinete. Por eso el sábado 8 de noviembre, cuando se enteró de que la ministra Ramírez había dado unas declaraciones en las que volvía a criticar a los militares, "se le voló la piedra", como dijo alguien allí presente, y resolvió sacarla.

Según varias fuentes de la Casa de Nariño el Presidente la había respaldado en su labor, pero le había pedido mayor cautela en lo que respecta a los pronunciamientos públicos que ofendieran a los militares. Ramírez había bajado considerablemente su perfil en las últimas semanas y sus afirmaciones de ese sábado no fueron particularmente agresivas. Sin embargo el conflicto con el general Mora estaba en un punto álgido -hacía tres semanas que ni siquiera hablaban- y la pelea le rebosó la copa (ver artículo página 32).

El cuarto mensaje del Presidente dejó en claro que su propósito de austeridad y lucha contra la corrupción va en serio y más allá de atender a las visitas en Palacio con tinto y almojábana. El mismo día en que salió la Ministra una denuncia de la revista SEMANA sobre el despilfarro de la Policía de Medellín con los gastos reservados despertó la ira en Palacio. No tanto por los montos involucrados sino por el simbolismo del derroche. Con la plata de los contribuyentes la Policía de esa ciudad estaba contratando mariachis, comprando obras de arte, joyas y suculentos almuerzos en los restaurantes más exclusivos. "Al Presidente le dio durísimo", dijo un funcionario de Palacio. Mientras el primer mandatario pedía sacrificios a todo el mundo estos tipos andaban de fiesta". No se demoró 24 horas en ordenar la destitución del general Leonardo Gallego, director de la Metropolitana de Medellín.

El quinto mensaje es que este es un gobierno en el que se deben tomar decisiones. El Presidente le había tolerado a Teodoro Campo, director de la Policía Nacional, su falta de acción en el vergonzoso episodio de la devolución de cinco toneladas de coca en Barranquilla a la mafia. Pero cuando SEMANA destapó el escándalo de los gastos reservados, y al ver que a las 24 horas no había pasado nada, el Presidente decidió coger el toro por los cuernos y sacó no sólo a Campo sino al resto de la cúpula (ver artículo página 36).

La gobernabilidad

La gran pregunta ahora es si con este timonazo Uribe podrá recuperar la gobernabilidad perdida después del referendo. Cualquier gobierno que quiera recuperar su margen de maniobra en un país en crisis necesita sumar fuerzas y no alienar las que ya tiene. ¿Lo hizo el Presidente? Con Pretelt indiscutiblemente tendió puentes con el Congreso y los empresarios, pasos clave cuando se avecina una reforma tributaria que es vital para la estabilidad económica del país. Pero no sumó nuevos respaldos. Los gremios ya estaban sobrerrepresentados en el gabinete. Ahí están Carlos Gustavo Cano, que fue directivo de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) y Marta Pinto de De Hart, cuyo esposo fue también representante de los agricultores; y Jorge Humberto Botero, que lo fue de los exportadores.

Con los nombramientos de Jorge Alberto Uribe, en Defensa, y Sandra Suárez, en Medio Ambiente y Desarrollo, tampoco sumó. Uribe Restrepo sólo representa a Uribe Vélez. Es un empresario respetado, presidente del grupo De Lima, y con la gran ventaja de ser muy cercano al Presidente. Sandra Suárez tiene idéntica condición. Es de la entraña del Presidente pero no convoca ni representa nuevos sectores. Es una publicista de 34 años que trabajó 15 meses como jefe de la oficina del Plan Colombia. Con estos dos nombramientos el Presidente dejó una cosa clara: a pesar de las enormes dificultades quiere seguir gobernando con su círculo más cercano.

En Palacio tienen una visión del nuevo país según la cual no se debe transar con la clase política. Esto está bien en la medida en que no signifique entregar puestos o contratos para darle contentillo al apetito clientelista de tanto político. Pero está mal si se pierde la representatividad con las distintas fuerzas políticas y la interlocución con otros sectores sociales, regionales, religiosos o intelectuales.

La otra medida que puede tomar un gobernante cuando navega aguas turbulentas, además de buscar abrirse, es rodearse de figuras de gran reputación y talla nacional o, por lo menos, reconocidos por sus capacidades técnicas y trayectoria en el sector. Estos nombres generan credibilidad y confianza. No fue tampoco un consejo que siguió el presidente Uribe. De los tres nuevos ministros, dos son perfectos desconocidos para la opinión pública y sin conocimiento en los temas de sus carteras.

Un tercer factor importante en la gobernabilidad de Colombia es el apoyo de la comunidad internacional, en especial de Estados Unidos. Nadie puede decir que Uribe ha perdido esa confianza en esta coyuntura. Es más, el nuevo oxígeno que ganó el gobierno con el cambio de ministro del Interior le da razones a la banca internacional para creer que van a pasar las reformas económicas en el Congreso. No obstante, desde el punto de vista político, SEMANA pudo comprobar que altos funcionarios estadounidenses y británicos, muy comprometidos en ayudarle a Colombia a sacar adelante su política de seguridad, están preocupados -y a la expectativa- de que los cambios en defensa no signifiquen que el poder civil le esté dejando, como sucedía hasta hace poco, la guerra exclusivamente a los militares.

¿Por qué Alvaro Uribe escogió este camino tan solitario en un momento tan difícil para él? Quizá porque ha demostrado durante su carrera política que ese es su talante. Es un líder comprometido, responsable, que no le da miedo tomar decisiones y está convencido de lo que hace. Pero la otra cara de su estilo de gobierno es que tiende a centralizar las decisiones en la figura presidencial.

Si en tiempos de Andrés Pastrana la gente decía que había más gobierno que Presidente, con los últimos cambios Uribe está llevando el péndulo al otro extremo: demasiado Presidente y poco gobierno.