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Criminalidad

Muerte en el atardecer

Si no se le pone freno al aumento inusitado de la violencia en Cartagena ésta dejará de ser el paraíso turístico y de paz de los colombianos.

20 de abril de 2003

Si a Ramon Flores Herrera no le hubieran disparado con su propia pistola, una Pietro Baeretta de 9 milímetros, seguramente estaría vivo. Hubiera pasado una Semana Santa en compañía de su esposa y sus tres niñas, mirando los atardeceres desde la playa y explicándoles, como le gustaba hacerlo, "que el sol se pone rojo porque le da mucha pena tener que irse en el momento en que más contentos estábamos". Pero el hombre que lo mató no tuvo dudas y le disparó con esa arma en la cara.

El hecho ocurrió el pasado 29 de enero, justo cuando la noche caía. Flores Herrera, natural de Cartagena, nacido el 9 de octubre de 1963, con una experiencia de 13 años en el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), iba en una moto con su compañero de misión, siguiendo un carro en el que sospechaba se movilizaban miembros de una de las bandas de sicarios que sembró el terror en la ciudad durante el primer trimestre de este año. Las autoridades no descansaban pues las cifras eran alarmantes: entre enero y febrero del año 2001 hubo 44 homicidios comunes, en el mismo lapso de 2002 la cifra ascendió a 72 y en el trimestre de este año alcanzó a 88 personas muertas.

Sólo en el mes de enero, cuando fue muerto el agente Flores Herrera, se presentaron 38 crímenes, una cifra escandalosa para una ciudad que representa descanso y tranquilidad. "Claro que estábamos preocupados, afirma el coronel Jesús Antonio Gómez Méndez, comandante de la Policía de Bolívar, porque aunque es una tasa baja pues es sólo 2,5 víctimas por cada 100.000 habitantes comparado con, por ejemplo, Medellín, donde se cometen 148 homicidios por cada 100.000 habitantes, tuvimos que redoblar esfuerzos para frenar esta situación".

Situación que los periódicos locales tuvieron que empezar a registrar en sus titulares con una frecuencia hasta ahora inusitada. "Preocupación en la ciudad por los gatilleros", "¿Limpieza social en Cartagena?", "Inquietud por sicariato". Había varios puntos que enlazaban estos casos: las víctimas caían por disparos certeros en la cabeza, hechos por hombres que se movilizaban en motos de alto cilindraje, que usaban pistolas y revólveres y siempre en horas del atardecer, justo cuando se iba la luz del sol y en el momento en que el tráfico es más congestionado. De esa manera los cuerpos quedaban en las calles mientras sus autores huían entre buses y automóviles.

Las autoridades se reunieron de emergencia para trazar un plan. Las preguntas lógicas eran ¿quién está detrás de estos crímenes? y ¿por qué? La respuesta está amarrada a la situación de permanente cambio de la ciudad. Así, mientras que para muchos la ciudad es una joya a la que hay que visitar en días de vacaciones, para miles de personas es su salvavidas a la guerra que se libra en las zonas rurales aledañas. "Los turistas apenas ven un fragmento del cuadro y poco se detienen a pensar en una multitud que tiene problemas de extrema pobreza", dice un estudio sobre la situación social de la ciudad de la Defensoría del Pueblo.

SEMANA realizó un sobrevuelo en helicóptero que confirma esta apreciación: Cartagena semeja un ajedrez. Y sólo uno de los cuadros blancos es el Corralito de Piedra. Lo demás es un conjunto de calles polvorientas, techos de casas humildes que se hacinan en medio del calor.

En el horizonte se extiende el barrio Nelson Mandela, una invasión surgida apenas hace nueve años donde hoy malviven 30.000 habitantes. La ciudad, según cifras oficiales, tiene alrededor de un millón de habitantes pero ninguna entidad puede dar un dato preciso porque a diario llegan decenas de personas que no vienen a pasear sino a instalarse para siempre.

"Dentro de este grupo hay algunas personas con antecedentes penales que en ocasiones vienen aquí a ajustar sus cuentas", explica el director del DAS, Jorge Fabián Araújo Mendoza. "Es posible que en este primer trimestre haya ocurrido esto. Se encontraron varios maleantes que decidieron ajustar sus cuentas aquí".

Para evitar la racha de crímenes las autoridades establecieron normas jamás pensadas en la ciudad: se prohibieron los parrilleros en las motos a partir de las 6 de la tarde y la circulación total de éstas entre las 10 de la noche y las 4 de la mañana y se decretó la ley zanahoria hasta las 2 de la mañana, algo insólito en una ciudad donde a la gente le encanta ir a rumbear. Además se decidió montar retenes relámpago e intensificar las patrullas. Esto permitió que al finalizar el primer trimestre aumentara en un 15 por ciento la incautación de armas de fuego, se capturaron 42 sindicados de homicidios, 20 de ellos en flagrancia.

Igualmente, entre todas las autoridades empezaron a seguir a cuanto vehículo les resultara sospechoso. Fue precisamente eso lo que hizo el agente Flores Herrera. Desde hacía unos días había recibido los reportes de un carro que podría estar involucrado en actividades ilícitas. "El, recuerda su compañero, vio cuando cruzó el carro". Entonces empezaron a seguirlo. El vehículo aumentó la velocidad. La moto también. Era evidente que se sentían seguidos. Cuando menos lo esperaban les dispararon desde el vehículo. Los agentes se fueron al suelo. Flores Herrera quedó malherido. Su pistola cayó en la distancia, donde uno de los agresores la levantó y, sin vacilar, le disparó en el rostro. Tuvo doble mala suerte porque el autor, Etilson Romero Cabarcas, había podido usar su pistola 7.65, un arma de menos potencia que con seguridad lo hubiera impactado gravemente pero no lo hubiera matado.

Los refuerzos llegaron y Romero Cabarcas fue capturado. La sorpresa fue mayúscula: había nacido también en Cartagena el 9 de diciembre de 1965 y había sido detective del DAS y amigo personal de su víctima. "Me quedé fría cuando me mostraron al asesino", dijo la esposa del muerto, Martha Patricia Hernández.

¿Cómo se presentó esta situación? Según los investigadores, en Cartagena estaba germinando una modalidad de sicarios que reclutó en sus filas a Romero Cabarcas, un agente que había salido de la institución por mala conducta. "Esto no quiere decir, afirma el director del DAS Araújo Mendoza, que los muertos del primer semestre correspondieran todos a la misma organización sino que se trató de un hecho que estamos corrigiendo para que no vuelva a ocurrir".

Por eso, aunque muchos de los crímenes fueron adjudicados a los paramilitares, es posible que en las investigaciones finales algunos correspondan a otras modalidades criminales. "El rumor de que son los paras se riega más fácil porque al fin y al cabo es lo que más intimida", dice un agente de la policía que optó por mantener su nombre en secreto.

De cualquier manera, el trimestre negro que acaba de pasar corresponde a un problema estructural de muchas formas de violencia. Es claro, por ejemplo, que la ciudad se ha convertido en un centro de prostitución infantil que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dice que es manejada por "una mafia que no vacila ante nada" como ocurre en "Cartagena de Indias y Barranquilla, importantes centros de la industria y el turismo en la Costa Atlántica, donde hay cientos de niñas que ejercen la prostitución". Las pequeñas empiezan su trabajo justo cuando el atardecer se va y cae la noche. Ellas son manipuladas por organizaciones criminales y con frecuencia también son víctimas de la violencia. Este año fueron asesinadas cuatro de ellas en la Torre del Reloj, uno de los símbolos de la ciudad.

La turbulencia social, que ha arrastrado consigo una mayor criminalidad, es un mal que crece en Cartagena y que para enfrentarlo se requiere más que acción policial. Su futuro depende mucho del éxito de la zona de rehabilitación en el sur de Bolívar, de donde han llegado la mayoría de los desplazados. Pero también requiere una mejor gerencia social de parte de las autoridades locales. Porque si se quiere que la bella Cartagena, el orgullo de mostrar de los colombianos, lo siga siendo, es necesario que esto sea una realidad para todos sus habitantes y no sólo una ilusión turística, de atardeceres espléndidos como los que le encantaban al agente Flores Herrera.