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Muerte en Madrid

Este es el estremecedor relato del deceso de un colombiano en una comisaría madrileña ante la indiferencia inhumana de los guardias que lo custodiaban.

6 de octubre de 2002

La agonia de Ivan Dario Marín el 21 de septiembre en la Comisaría Central de Madrid se produjo por falta de atención médica, bajo total oscuridad y ante la indiferencia de los guardias que lo custodiaban. Su compañero de celda, Sigifredo Estrada, único testigo de este episodio, relató a SEMANA el drama que ahora lo tiene a él como principal protagonista.

Los colombianos Marín y Estrada fueron arrestados en el parque de la Calle de la Luna a las 1:30 de la mañana y conducidos a la Comisaria de Leganitos, centro de Madrid, donde por casi tres horas rindieron indagatoria. Marín fue detenido por "delito contra la salud pública", que es la forma española para el tráfico de drogas, y Estrada por carecer de documentos. Los dos frecuentaban el parque de la Calle de la Luna, un lugar de encuentro de inmigrantes colombianos, marroquíes y centroafricanos, muchos ilegales, y donde la policía efectúa redadas porque allí, como en todos los parques del centro, prospera la venta nocturna de estupefacientes.

"A mí me arrestaron sólo por saludar a Iván Darío", dijo Estrada. Marín fue requerido por dos policías de civil, quienes le atribuían un pequeño paquete con cocaína hallado a cinco metros. Aunque Marín negó que la droga fuese suya, él y Estrada fueron esposados y llevados a la comisaría. Las normas locales obligan que todo detenido debe pasar por un chequeo médico, pero éste no se llevó a cabo. "Nos preguntaron ¿necesitan un médico?, y nosotros contestamos que no porque no estábamos heridos ni nada por el estilo".

Tras las diligencias los dos fueron bajados al sótano y encerrados en una celda. Les dieron dos colchonetas y dos retazos de cobijas. El área está aislada, carece de ventanas y es alumbrada con bombillos que los guardias apagan por la noche. Iván Darío Marín era diabético, necesitaba dos dosis diarias de insulina, esa mañana se había hecho el autocontrol de glicemia con resultados altos (223), y media hora después de estar en la celda comenzó a tener malestares. "Me dijo que se le había bajado la tensión y que sentía mareos, y me dijo que pidiera un médico. Yo grité por más de media hora, hasta que un guardia bajó. Iván Darío le pidió algo de comer, dijo que con eso se componía, y a los 20 minutos le trajeron zumo de naranja y galletas, que se comió desesperado".

El alimento lo calmó pero pronto volvieron los mareos. "Percibí que estaba muy mal. En mitad de la oscuridad empezó a decir incoherencias, juró que veía alucinaciones... Yo me asusté, corrí a la reja y a gritos volví a pedir auxilio". Esta segunda vez el guardia se tardó 40 minutos. "Pero nos ignoró. Vino a revisar la celda de unos polacos, y cuando pasó por la nuestra le rogué ayuda para Iván Darío, le dije que él estaba muy enfermo. El mismo Iván Darío sacó fuerzas no sé de dónde, se acercó a la reja tembloroso y desencajado y le habló al guardia: 'Por favor, agente, consígame insulina o atención médica, que me siento muy mal'. Luego se desvaneció y cayó al piso. Pero el policía lo único que hizo fue sonreírse y, viéndolo como estaba, ahí tirado, dijo: '¿Atención médica? ¡A tomar por el culo!'. Entonces salió, apagó la luz y no volvió a bajar".

Marín era técnico en sistemas, perdió su trabajo en Medellín y con el dinero de su liquidación se fue a España como turista a finales de 2000 para probar suerte y enviar dinero a su familia. En estos dos años realizó toda clase de trabajos. Su hermana Blanca asegura que era el soporte de la familia y sus amigos en Madrid afirman que comía en hospicios de caridad y que ahorraba para enviar a Colombia lo poco que ganaba. Según ellos, no bebía, ni fumaba, ni consumía drogas, ni estaba relacionado con el narcotráfico. En abril había logrado su sueño: la residencia con permiso para trabajar.

Mientras pedía auxilio, Sigifredo recostó a Iván Darío. "Era gordo, más alto y pesado que yo, y me costó mucho, sobre todo por esa oscuridad tan espantosa. Le tomé el pulso varias veces. A veces sentía palpitar el corazón y a veces no... Ya había dejado de hablar... Se me murió en los brazos...".

A las 9 de la mañana un policía encendió la luz y entró a pedir las colchonetas. "Fue cuando lo vi, muerto, y lo único que hice fue cerrarle los ojos". El guardia pateó el cadáver varias veces. 'Respete al difunto, señor agente'. '¡No está muerto, está inconsciente!', contestó. 'Inconsciente usted, que lo dejó morir sin ayuda médica", le dijo Estrada.

Al conocer el caso el cónsul de Colombia en Madrid, Jorge Alberto Barrantes, pidió a España realizar las investigaciones. Sin embargo al escribir esta nota, dos semanas después, el cadáver todavía reposa en el Instituto Anatómico Forense sin que se le haya practicado la autopsia, ante lo cual la policía no ha expedido el reporte oficial sobre su deceso. Y ningún medio español de prensa ha dicho una frase sobre Marín.

El Juzgado Penal de Instrucción No. 3 de Madrid, encargado del caso, le expidió a Estrada un salvoconducto para impedir su expulsión de España y lo declaró "testigo esencial". Estrada fue liberado esa tarde y ha recibido amenazas de muerte de los policías. "Te has vuelto muy popular por aquí, y es mejor que no te pierdas mucho porque te vamos a ayudar... te vamos a dar piso... y no te hagas el tonto porque te estamos hablando en colombiano".

Ahora Estrada está obligado a permanecer en España durante la investigación, que puede tomar entre uno y tres años, sobreviviendo con trabajos ocasionales, y a pesar de las amenazas está empeñado en serle fiel a su amigo, "porque si no declaro en contra de esos policías, es como si yo mismo hubiera matado a Iván Darío".

La suerte del cadáver es aún una incógnita. Su repatriación cuesta 20 millones de pesos, que sus familiares no pueden pagar, y en Medellín Marta Marín no quiere que su hermano corra la suerte de otros colombianos muertos en España, que acaban sepultados en fosas comunes.