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Más disciplina que capacidad de protesta, demostraron los pereiranos en dos semanas sin agua

13 de julio de 1987


Tal parece que en las zonas del país donde la alternativa de los paros cívicos no ha sido acogida, la naturaleza se ha encargado de protagonizar el cese de actividades y de poner en acción los oxidados mecanismos del Estado. Desde el 2 de junio, el derrumbe de una ladera dejó sin agua, el área de Pereira y Dosquebradas. Cerca de 400 mil personas quedaron expuestas a la sed.

La situación puso a prueba la capacidad de aguante de los pereiranos que, antes que echarle la culpa al Estado por la imprevisión que parece fue la causa última del problema, resolvieron aglutinarse para enfrentar solidariamente la dificultad. La actitud de los ciudadanos para con su gobierno seccional y local fue más la de un buen hijo que la de un asociado que reclama sus derechos. Salvo algunos actos aislados, el comportamiento de los pereiranos fue ejemplar, o, como lo pusieron algunos observadores, demasiado conformista.

Desde que se produjo el derrumbe, las voces de protesta de la ciudadanía, expresadas a través de los canales más regulares, se dirigieron contra el Departamento Nacional de Planeación. Según lo afirmó el alcalde Gustavo Orozco Restrepo, Planeación había echado en el olvido el proyecto del Nuevo Libaré, que resolvía, de una vez por todas, el problema del suministro de agua en esa zona. No solamente se presentó el proyecto hace varios años sino que, en palabras del alcalde, "desde el año pasado, con el gerente de las Empresas Públicas, advertimos el riesgo que corríamos de quedarnos sin agua, pero no pudimos conseguir audiencia en Planeación".

Lo que más indigna a los pereiranos es que, tratándose del municipio que más café produce en el país, sus autoridades habían logrado que una empresa de Checoeslovaquia aceptara hacer las obras por canje del grano.

Y como del afán no queda sino el cansancio, las esperanzas de la ciudadanía de tener rápidamente solucionado su problema se esfumaron cuatro días más tarde del primer derrumbe. Se presentó un segundo alud que echó por tierra los esfuerzos iniciales que las Empresas Públicas habían hecho para conectar el acueducto, lo que de todas maneras parecía un intento demasiado precario aún para los observadores más legos en la materia. Como si fuera poco, un grupo de personas que se encontraban a orillas del río Otún en busca del preciado líquido, fue arrastrado por una creciente. Fue la cuota trágica de una situación ya de por sí compleja.

El 90% de los almacenes se vio en la necesidad de cerrar sus puertas, mientras fábricas (principalmente en Dosquebradas) y oficinas debieron trabajar a media máquina o suspender totalmente sus actividades. Los niños y adolescentes, siempre dispuestos a ver las cosas por el ángulo más positivo, tuvieron vacaciones anticipadas. Pereira se vio paralizada por completo.

Los gremios y el gobierno seccional enviaron una carta al presidente Barco en que, entre otras cosas, decía que "lo ocurrido en Pereira es clara manifestación de la falta de atención y decisión de funcionarios del gobierno ante los planteamientos oportunamente formulados. Denota que en materia de inversión pública, parecen ser más eficaces las manifestaciones tumultuosas y agresivas y la actitud mendicante, basada en la capacidad política de las regiones".

La reacción gubernamental no se hizo esperar, y el 7 arribaron a Pereira las comisiones de Planeación Nacional y del Fondo de Emergencia. Pronto, el proyecto del Nuevo Libaré, sin la palanca del paro cívico, estaba aprobado. Pero ésta, que es una solución de largo plazo, no era más que un anuncio del gobierno. Para los pereiranos, azotados ya por la esperada ola de gastroenteritis, la marcha de los trabajos de reparación era lo más importante.

La solidaridad y la resistencia física y moral de los pereiranos tuvo finalmente su recompensa: hacia el final de la semana el problema parecía finalmente conjurado. Los trabajos que desde el comienzo de la emergencia se hicieron día y noche, permitieron al gerente de las Empresas Públicas, Luis Enrique Arango Jiménez, declarar a SEMANA que el suministro llegaría a una cantidad de 1.500 metros cúbicos por segundo, nivel superior al consumo promedio de la ciudad, que es de 1.300 metros cúbicos por segundo.

La solución a la sed de los pereiranos está asegurada, al menos a corto plazo. Sin embargo, los gremios insisten en la necesidad de declarar la emergencia económica, que permita, por una parte, incentivar la economía de la ciudad, afectada por pérdidas que podrían ascender a los $1.200 millones, y por la otra, acelerar los trámites administrativos necesarios para el comienzo de los trabajos del nuevo acueducto.

Mientras se bañan por primera vez desde que un aguacero convirtió los patios de sus casas en duchas naturales, los habitantes de "La ciudad sin puertas" se preguntan si la construcción del proyecto del Nuevo Libaré no implicará en el futuro otro alud, esta vez de trámites burocráticos y administrativos .--