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Un hombre de 88 años es un vejestorio, digamos que tengo 90. Una persona de 90 años es una institución | Foto: Guillermo Torres

ENTREVISTA

"No creo que haya sido el mejor presidente, pero sí el mejor expresidente"

Al llegar a los 90 años, Belisario Betancur hace un balance de su vida con comentarios sobre diferentes temas.

9 de febrero de 2013

SEMANA: ¿Qué se siente cumplir 90 años? 


BELISARIO BETANCUR: Pues les voy a hacer una confesión. No estoy cumpliendo 90, sino 88. Lo que pasa es que le dije a Dalita que un hombre de 88 años es un vejestorio. Digamos que tengo 90, que es mucho más respetable. Una persona de 90 años es una institución.

SEMANA: Pero ya que es una institución, ¿cómo fue su celebración?

B.B.:
No ha sido. Va a ser todo el año. 

SEMANA: ¿Y es que para usted las celebraciones son muy importantes?

B.B.: Es que cuando era chiquito no había celebraciones. Éramos 22 hermanos y la prioridad en esas circunstancias era la supervivencia. 

SEMANA: Una infancia con 22 hermanos suena muy inusual…

B.B.: Yo diría que fue la infancia más feliz del mundo. Cuando uno no tiene nada es dueño de todo. Mi papá era arriero, tenía cuatro mulas y nosotros con eso nos sentíamos los reyes del mundo. 

SEMANA: ¿Y usted qué número era en la familia? 

B.B.: Yo era el número dos, pero mi hermano mayor –que se llamaba Belisario– falleció. Como en las familias campesinas antioqueñas morían tantos hijos, existía la tradición de ponerle el nombre del fallecido al hijo siguiente. De ahí mi nombre y creo que nunca he podido perdonar a mi papá por habérmelo puesto. 

SEMANA: ¿Y cómo fueron sus estudios? 

B.B.: Ser arriero requiere más inteligencia de lo que la gente cree. Enjalmar una mula es una ciencia, y como mi papá me obligaba a levantarme a las tres de la mañana a ayudarlo, crecí en medio de personas llenas de sabiduría popular que me infundieron conocimientos que me han servido toda la vida. A los tres años no solo sabía leer y escribir, sino las cuatro operaciones matemáticas. Yo vivía en El Morro de la Paila, una montaña cerca de Amagá, y por saber sumar y multiplicar me llamaban ‘el genio de las veredas’. 

SEMANA: ¿Pero educación formal? 

B.B.: Como el gobierno era conservador me gané una beca para estudiar en Bogotá en el San Bartolomé, lo cual era la máxima aspiración posible para un montañero como yo. Pero cambió el gobierno y llegaron los liberales y me cancelaron la beca. Así era la polarización política en esos días. Todo para el que ganaba. Como los Betancur éramos los conservadores de la zona, caímos en desgracia con el cambio de partido. Los liberales que eran nuestros enemigos a muerte eran una familia Cano, que vivía en la vereda de al lado que se llamaba Yarumal. Eran rivalidades como la de los Capuleto y los Montesco. 

SEMANA: ¿Entonces dónde estudió? 

B.B.: Un tío mío que tenía palanca con monseñor Builes me dijo que me podía recomendar para el seminario de misiones de Yarumal. Le dije que no quería ser cura, pero me contestó que lo importante era educarme y que eso lo veríamos posteriormente. Al llegar al seminario me encontré con que mi tío le había dicho a monseñor Builes que yo quería ser sacerdote. Cuando le comenté que eso no era verdad, me dijo que la vocación me llegaría posteriormente. La verdad es que nunca me llegó.

SEMANA: ¿Y cómo le fue en el seminario? 

B.B.: Académicamente muy bien. Como en mi familia éramos tan pobres yo crecí con la convicción de que la única forma de salir adelante era ser el primero. Y eso mal que bien lo logré. Pero yo era muy rebelde y después de cinco años y medio me expulsaron. 

SEMANA: ¿Y eso por qué? 

B.B.: Porque todo el mundo creía que el profesor de latín era un genio y a mí me parecía bastante regular. Entonces le puse una trampa. Escribí una palabra mal escrita sabiendo que él no captaría el error, y me puso un diez, que era la mejor nota. Cuando le dije que no podía merecerla por el error de ortografía me replicó que volviera al otro día con una plana en que estuviera escrita diez veces esa palabra. Le dije que el que tenía que escribirla era él, que era el que no había registrado el error. Entonces me aumentó el castigo de diez a 20 veces. Me volví a negar y me siguieron aumentando la pena hasta que me expulsaron. 

SEMANA: ¿Y ahí que pasó? 

B.B.: Regresé a mi vereda y estudié por mi cuenta y hasta enseñaba griego y latín en los colegios para ganarme la vida. Finalmente, entré a la Universidad Bolivariana. Como no sabía muy bien qué quería estudiar, con unos amigos fundamos la facultad de Arquitectura y ahí duré un año. Pero como desde esa época ya era una especie de agitador estudiantil, monseñor Henao me dijo un día “Belisario, tú lo que eres es un político, estudia más bien Derecho”. Le hice caso y cambié de carrera. Y es así como me gradué de abogado. 

SEMANA: ¿Y qué recuerdos tiene de esas épocas universitarias? 

B.B.: Esa era la época de la violencia y pasaban cosas inverosímiles. En una ocasión llegaron mi papá, mi tío y mi abuelo, los tres con heridas de machete que les habían propinado nuestros vecinos liberales. Afortunadamente los tres sobrevivieron. 

SEMANA: Ese detalle de su biografía no se conocía… 

B.B.: Es que para que todas esas pasiones pudieran ser superadas, yo siempre consideré que era más conveniente minimizarlas que exacerbarlas. Hoy como todo eso es historia patria y los problemas del país son otros, se puede hablar con cierta libertad para que las nuevas generaciones entiendan cómo fue. Pero ya que estamos en anécdotas de esa época les tengo otra que nunca he revelado hasta ahora. 

SEMANA: ¿También de machete? 

B.B.:
Peor, de puñal. En esa bohemia en que vivíamos los estudiantes de Medellín en esos años a veces las rumbas terminaban en algún burdel. En uno de esos episodios se me abalanzó un desconocido y me gritó “h. p. Betancur” y me metió una puñalada en el estómago. Afortunadamente fue muy superficial, me cosieron y la cosa no pasó a mayores. Pero ahí tengo la cicatriz. 

SEMANA: ¿Y nunca supo quién fue?

B.B.: Es una historia increíble. En una de mis candidaturas, 15 o 20 años después, se me acercó una persona y me dijo que él había sido. Nos abrazamos pues los dos sabíamos que lo importante es que esos odios habían dejado de existir. 

SEMANA: Hablemos de temas más gratos. Si usted era tan paisa, ¿cómo fue que llegó a Bogotá? 

B.B.: Como todo provinciano yo creía que Bogotá era el centro de todo. Y lo era. Y así sin más ni más decidí venirme para acá a lo que los paisas llamamos buscar destino. 

SEMANA: ¿Y cómo fue ese destino? 

B.B.: Me conseguí un puesto como abogado en el Ministerio de Educación y ahí empezó la cosa. Fue en esos días cuando conocí a León de Greiff, quien me honró con su amistad hasta el fin de su vida. Tengo recuerdos hermosos de esos primeros años en Bogotá. 

SEMANA: ¿Y después del ministerio qué pasó? 

B.B.: Lo que pasó después tiene mucho que ver con ustedes. Pasé a ser jefe de redacción de SEMANA. La revista la habían fundado Alberto Lleras y Abdón Espinosa, pero poco tiempo después la compraron Hernán Echavarría y Mauricio Obregón. Aunque ellos no se metían en la parte periodística, don Hernán había oído que había un muchacho paisa pilo, como dicen ahora, que no solo sabía manejar la planta sino que sabía escribir. Yo había adquirido esa experiencia en el periódico La Defensa de Medellín, que era un periódico godo que habían quemado los liberales. Me llamaron para reconstruirlo y durante un tiempo hice de director, gerente, editor y hasta mensajero. En todo caso, con esa experiencia me convertí en periodista, carrera a la cual le he dedicado más tiempo que al Derecho. 

SEMANA: ¿Y cómo fueron sus días en SEMANA? 

B.B.: El director era Hernando Téllez, quien había reemplazado a Alberto Lleras. Y el subdirector era Eddy Torres, un paisa hijo de María Cano con quien hice una muy buena amistad. Esa era la troika que manejaba la revista al comienzo de los años cincuenta. Fue desde la jefatura de redacción de SEMANA que pasé en forma seria a la política. 

SEMANA: ¿Cómo dio ese salto?

B.B.: Es que aunque yo no firmaba estaba sonando como opinador. Mientras estaba en SEMANA, me pidieron que escribiera editoriales para La Defensa de Medellín, para el Diario del Pacifico en Cali y para El Siglo en Bogotá. Lo más interesante es cómo llegué a El Siglo. 

SEMANA: ¿Cómo hacía usted para colaborar simultáneamente con cuatro medios? Eso suena imposible no solo en términos de creatividad, sino de tolerancia. Hoy nadie se lo aceptaría. 

B.B.: Como le dije, todo era sin firma y el país en ese momento era otro. Pero vuelvo a mi historia de El Siglo. Un día me dicen que el presidente Laureano Gómez me quiere invitar a almorzar. A mí no me parecía posible y me tocó llamar a palacio para verificar si era verdad. Para mi sorpresa lo confirmaron y acabé almorzando frente a frente con el presidente Laureano Gómez, que un muchacho conservador como yo lo tenía en un pedestal. Acuérdense que Valencia lo llamó “el hombre tempestad”. Uno podría decir que ese almuerzo cambió mi vida. 

SEMANA: ¿En qué sentido?

B.B.:
El doctor Gómez, que era una de las personas más tímidas que he conocido en mi vida, me dijo que su hijo Álvaro, que era el director del periódico, tenía que alejarse del día a día y que requería un codirector. Que como él había oído buenas referencias de mí, consideraba que yo era la persona para ese cargo. Le agradecí la confianza, pero decliné el ofrecimiento atreviéndome a decirle de pasada que el periódico era tan malo que no tenía arreglo. Él, sorprendido, me pidió que le explicara por qué decía eso. Trajimos el periódico del día y lo desmenucé explicando en cada página lo que me parecía absurdo. Aunque hoy no entiendo cómo tuve el valor de esa insolencia, desde ese momento nos volvimos cercanos y con mucha frecuencia me invitaba a almorzar a la Presidencia. Por esa cercanía pasé a la política. 

SEMANA: ¿Al Congreso?

B.B.:
Sí. El doctor Gómez me puso en la lista laureanista para la Cámara por Medellín. Y al periodo siguiente me puso en la lista por Cundinamarca. Como yo era buen parlamentario acabé en la Constituyente que él había convocado. Cuando lo tumbaron, esta siguió en pie, pero ya bajo la batuta del general Rojas Pinilla. El día de la instalación de la Constituyente tuve la audacia de presentar una proposición afirmando que el presidente constitucional era Laureano Gómez. Pedí una votación inmediata y hubo tal algarabía que yo la di por aprobada. Por esto, me arrestaron y acabé en la comisaría. Esa fue una de las 14 veces que acabé en la cárcel durante el gobierno del general Rojas Pinilla. Y en la última me torturaron. 

SEMANA: Eso no se sabía. Denos detalles. 

B.B.: Siempre quise doblar esa página pues yo no me las quiero dar de mártir. Así que no voy a hablar de eso. Pero si quisieras contarles cómo fueron mis días en lo que se denominó ‘el escuadrón suicida’. 

SEMANA: Eso suena terrible. 

B.B.: Es que por esos días había una película que se llamaba así sobre los kamikazes japoneses que se estrellaban contra los portaaviones norteamericanos. Seis laureanistas nos volvimos conspiradores en ese periodo y nos autollamamos ‘el escuadrón suicida’. Esa era una de las puntas de lanza de la oposición a la dictadura hasta que aparecieron Alberto Lleras y Guillermo León Valencia y quedamos con jefes. 

SEMANA: Pero esos días de tirapiedra lo convirtieron en un personaje nacional y de ahí sus candidaturas. ¿Cuántas veces fue candidato a la Presidencia? 

B.B.: Cuatro. La primera no fue seria. Fue simplemente que el doctor Gómez puso mi nombre en una lista de cerca de 40 personas que según él podían aspirar a la Presidencia. La segunda fue en los primeros días del Frente Nacional en que no se sabía si el primer presidente iba a ser liberal o conservador. Aspiramos Jorge Leyva, Alfredo Araújo Grau y yo. Pero en ese momento se llegó a un acuerdo político en el sentido de que el primer presidente sería liberal y concretamente Alberto Lleras. En consecuencia nos retiramos y el turno para los conservadores se aplazó para el segundo periodo, cuando fue elegido Valencia. Mi tercera candidatura fue en 1978 contra Turbay, y la verdad siempre he tenido dudas sobre cómo perdí esa elección. Y la cuarta fue en el 82 contra López Michelsen, cuando gané. 

SEMANA: Bueno, para terminar por qué no nos da unas respuestas concretas a unas preguntas concretas. 

B.B.: Arranquen. 

SEMANA: ¿Cuál ha sido el día más feliz de su vida? 

B.B.: El día que dejé la Presidencia de la República. 

SEMANA: ¿Cuál ha sido el peor día de su vida? 

B.B.: No fue un día sino una semana. La que transcurrió entre las tragedias del Palacio de Justicia y la de Armero. 

SEMANA: ¿Cuál es el personaje histórico que más admira? 

B.B.: Jesucristo. 

SEMANA: ¿Y alguien menos perfecto…? 

B.B.: Antonio Nariño. 

SEMANA: Después de 90 años de vida, ¿de qué se arrepiente? 

B.B.: De la arrogancia que llega a producir el poder. 

SEMANA: ¿Por qué nunca participó en política como expresidente? 

B.B.: La cambié por la cultura. No creo que yo haya sido el mejor presidente, pero sí el mejor expresidente.

SEMANA: Denos algunas opiniones de sus contemporáneos en la política. Por ejemplo, los presidentes del Frente Nacional. ¿Qué opinión le merece Guillermo León Valencia? 

B.B.: Gallardía y nobleza.

SEMANA: ¿Alberto Lleras Camargo? 

B.B.: Elocuencia y persuasión. 

SEMANA: ¿Misael Pastrana?

B.B.:
Ante todo intuición. 

SEMANA: ¿Carlos Lleras?

B.B.: El mejor economista que ha liderado un gobierno 

SEMANA: ¿Qué opina del enfrentamiento entre Santos y Uribe? 

B.B.: Que le hace daño a cada uno de ellos, al país y a América Latina. Así se los he dicho a ambos. 

SEMANA: ¿Qué opina de la reelección? 

B.B.: Enemigo toda la vida. 

SEMANA: ¿Usted cree que Santos va a firmar la paz? 

B.B.: Estoy convencido de que sí. Creo que no hay nada más importante para este país y que a va a suceder. 

SEMANA: ¿Cómo quiere que lo recuerden? 

B.B.: Como a un hombre que era amigo de la cultura, de los intelectuales, de los pobres y como un hombre que amó a Colombia.