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¿NO MAS BALA?

Incógnitas en medio del optimismo al llegar la hora cero para el cese al fuego.

25 de junio de 1984

Cuando a sólo cinco días de la fecha señalada para el cese al fuego con las FARC, el país iniciaba el conteo regresivo y las esperanzas de que no iba a haber más bala estaban sembrando un clima de optimismo frente a la inminencia de una tregua, ocho petardos de gran poder explosivo estallaron en Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga e Ibagué. Sus efectos no se limitaban solamente al número de muertos y heridos y a los destrozos materiales, sino que parecían haber hecho saltar por los aires el escenario donde estaba a punto de finalizar el primer acto del proceso de paz.
Sin embargo, una vez disipado el humo de los petardos, los ánimos de la opinión pública parecieron apaciguarse ante los indicios de que quienes los habían colocado formaban parte de un grupo minoritario y disidente de las FARC. El hecho de que este grupo estuviera totalmente opuesto a la decisión de la dirección de las FARC, evidenciaba que la convicción del Estado Mayor de seguir adelante con el acuerdo firmado en La Uribe el 28 de marzo era tan grande, que sus principales enemigos estaban luchando desesperadamente por frustrarla a como diera lugar. En otras palabras, esto quería decir que si la disidencia estaba en contra del proceso de paz, era porque los 28 frentes de las FARC habían hablado en serio al comprometerse con un cese al fuego. Al final de la semana era evidente que un proceso iniciado 14 meses atrás no podía ser bombardeado en una noche de terrorismo.

ABONANDO EL TERRENO
Aun cuando "la paz", para la mayoría de los colombianos, comenzó a tomar por primera vez cuerpo con los acuerdos de La Uribe, cuando miembros de la Comisión de Paz y el Estado Mayor de las FARC suscribieron las bases para un cese del fuego, las semillas habían sido sembradas desde el 7 de agosto de 1982, cuando Betancur tomó posesión de la presidencia.
Belisario, quien durante su campaña había hecho mínimas referencias a la política internacional y a la búsqueda de la paz interna, ya elegido comenzó a hacerle a la izquierda algunos guiños, cuyo significado en aquel entonces no era evidente. Semanas antes de su posesión, manifestó su desacuerdo con la posición del gobierno de Turbay frente al conflicto de Las Malvinas y en el discurso de posesión declaró de manera sorpresiva que Colombia buscaría su ingreso al grupo de los No Alineados, con lo que indirectamente estaba anunciando que durante su gobierno Colombia seguiría una política independiente frente a los EEUU y, sin necesidad de hacer referencia directa a las relaciones con Cuba, abría la posibilidad de un acercamiento con Fidel Castro y sus aliados internacionales. Eran las primeras puntadas hacia la creación de un clima favorable a la apertura política tanto nacional como internacional.
Sin embargo la izquierda y los llamados sectores democráticos, que eran los destinatarios directos de estos mensajes, miraban aún con escepticismo al Presidente, que para muchos no dejaba de ser otro "lobo disfrazado de oveja". Hacía falta el eslabón que uniera las dos partes de la cadena. La Academia Sueca lo puso en bandeja de plata cuando otorgó, en octubre de 1982, el Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez, un hombre de proyección internacional que no sólo contaba con la simpatía de la izquierda colombiana, sino que además tenía acceso a las altas cumbres del socialismo en el mundo: Castro, Mitterrand, González y la junta sandinista nicaraguense.
Abonado de esta manera el terreno, Belisario pasó de los mensajes a los hechos concretos. Al terminar el primer semestre de su gobierno, ya había otorgado la amnistía amplia y generosa que había promovido la izquierda a través del senador Gerardo Molina, y el país, sorprendido, había presenciado a través de las cámaras de televisión la participación de un representante del M-19 en una cumbre política convocada por el ministerio de Gobierno para discutir diez puntos neurálgicos de la situación nacional, reunión que finalmente se convirtió en escenario de un primer diálogo sobre la apertura democrática. Pero de muy poco servía circunscribir el problema de la paz al frente interno. Era necesario entederlo también dentro del contexto general del conflicto centroamericano y del Caribe.

LA CARTA DE CONTADORA
Betancur tenía que evitar a toda costa la centroamericanización del conflicto guerrillero en Colombia. Las difíciles condiciones internas del país eran caldo de cultivo para que la onda expansiva del conflicto centroamericano traspasara las fronteras y repercutiera en el contexto nacional. Había entonces que navegar río arriba para construir un dique. La idea de Contadora surgió como una fórmula tendiente a evitar el enfrentamiento armado en Centroamérica y plantear más bien soluciones negociadas. Al jugar la carta de Contadora, Belisario logró, en efecto, evitar la centroamericanización del conflicto guerrillero colombiano. Pero el revés de esta carta fue que, por reflejo, se centroamericanizó la solución para el problema nacional. Si Contadora estaba promoviendo un diálogo político entre las fuerzas enfrentadas en esa región, Betancur no podía menos que propiciar el mismo proceso en su propio terreno. De esta manera, mientras en el Palacio de Nariño representantes de la guerrilla salvadoreña y del gobierno norteamericano adelantaban conversaciones, en las selvas colombianas miembros de la Comisión de Paz se entrevistaban con el Estado Mayor de las FARC. Y más adelante el propio Presidente, después de frustradas citas en Nueva Delhi y Panama con el entonces jefe del M-19, Jaime Bateman, se reunía en Madrid con los nuevos jefes del movimiento.
Pero mientras el diálogo nacional avanzaba con buenos pasos, sucedió en Centroamérica algo con lo que tal vez Belisario no contaba: se empantanaron las gestiones de Contadora. La invasión de Granada, los cada vez más frecuentes incidentes fronterizos en Centroamérica y el informe Kissinger estaban torpedeando las soluciones negociadas, que se veían cada vez más lejos. Esto hizo aún más imperiosa la necesidad de acelerar el acuerdo de paz interno. Belisario tenía que demostrar que las fórmulas de Contadora, que estaban a punto de fracasar en Centroamérica, eran factibles en Colombia. La importancia internacional de ese acuerdo pudo verse más tarde cuando el precandidato demócrata norteamericano, Gary Hart, mencionó el pacto logrado en marzo en La Uribe, como un modelo para Centroamérica.

¿POR QUE LAS FARC?
En este punto de la historia estaba claro qué movía al gobierno a firmar la paz. Pero y las FARC, ¿qué interés podían tener en el acuerdo?
Muchos observadores opinan que éste es el momento menos adecuado para que ese grupo se comprometa con una tregua. La situación nacional, difícil como nunca, hace poco probable que el móvil de las FARC sea la esperanza de un cambio económico y social, que obviamente el gobierno está en imposibilidad de cumplir. Como lo señaló a mediados de la semana el Contralor Rodolfo González García, "el gobierno no está preparado para responder a los requerimientos socio-económicos que demandará la protocolización de un acuerdo de paz con las FARC". Aparte del dramático déficit fiscal, el sector externo está bloqueado; la tasa de desempleo es, en términos absolutos, la más alta registrada en la historia del país, y ha sido incluso calificada por el propio ministro de Trabajo de "subversiva", la educación pública ha hecho crisis, tanto a nivel universitario como a nivel del magisterio; el problema de la tenencia de la tierra tiene a varias regiones del país sumidas en una guerra civil y la deuda externa le ha echado la soga al cuello tanto al sector oficial como al sector privado.
Si es remota la posibilidad de un cambio socio-económico, ¿cuál ha sido entonces la motivación de las FARC? ¿Acaso están derrotadas, o cansadas después de 30 años de lucha? ¿Acaso buscan un "año sabático" para reorganizarse internamente y fortalecerse para arremeter de nuevo contra el sistema? ¿Acaso creen haber encontrado las condiciones para renunciar a las armas y actuar dentro de un marco político legal? ¿O acaso obedece esta tregua a una consigna de sus aliados del exterior?
Nada hace pensar que las FARC estén dérrotadas: el propio ejército reconoce que su organizáción política y militar es la más estructurada, y el hecho mismo de que el acuerdo no exija entrega de armas es prueba de su fortaleza. La posibilidad de que estén cansadas se descarta si se piensa que aunque las FARC llevan 30 años luchando, el grueso de sus efectivos está conformado por gente que no sóbrepasa los 30 años.
No es en cambio tan fácilmente descartable la posibilidad de que las FARC estén buscando un año de tregua para reorganizarse políticamente y regresar posteriormente a la lucha, legitimadas con el argumento de que el gobierno no satisfizo sus expectativas. Pero esta teoría también tiene sus bemoles. En primer lugar, porque nada indica que las FARC estén necesitadas de una reorganización interna. Al contrario, parecen estar en su mejor momento militar y político. En segundo lugar, con un año de tregua se arriesgan a debilitar su estructura y su efectividad ofensiva.
De ser cierto que la motivación para la tregua fue la existencia de un clima político propicio, muchos no entienden por qué las FARC aparentemente "tragaron entero" las medidas de Estado de Sitio impuestas en todo el territorio nacional, que de hecho constituyen un recorte de las libertades políticas. Esto sólo se explica a través de una posibilidad que juristas consultados por SEMANA no descartan: que así como al fracasarle en el Congreso la ley de amnistía al ex presidente Turbay, éste la impuso a través de un decreto cobijado por el Estado de Sitio, igual procedimiento podría utilizar el Presidente Betancur para eventualmente tramitar el perdón y el olvido pactados en el acuerdo de La Uribe, y que gestionado por la vía parlamentaria muy posiblemente se empantanaría.
Queda abierta una última posibilidad, y es la de que en la tregua con las FARC existan intereses internacionales. Una solución negociada con la guerrilla en Colombia, que es el país que ha acaudillado las gestiones de Contadora, fortalecería sustancialmente la vigencia de los métodos que este grupo propugna y que, a su vez, constituyen la única alternativa ante un conflicto generalizado en Centroamérica. Y ahora vienen las preguntas claves: ¿Quién es el único que podría poseer la autoridad política externa sobre las FARC? ¿Quién es el más directamente interesado en evitar que se produzca una invasión militar de EE. UU. a Nicaragua? Todo parece apuntar hacia Fidel Castro como uno de los patrocinadores de la tregua pactada por las FARC, ya que el acuerdo negociado en Colombia podría servir de botón de muestra para probar que "sí se puede" lograr una solución negociada en la región.

LO QUE VIENE
A nadie se le escapa qúe la firma de la tregua apenas es el corte de cinta de un complejo proceso cuyo desenlace nadie puede anticipar. Se puede prever, sin embargo, que se viene una época de grandes presiones para el gobierno nacional. Si por un lado los sindicatos y otras organizaciones populares lucharán para que los puntos del acuerdo se lleven efectivamente a la práctica, por el otro el sector empresarial, abocado a una de las recesiones más graves de la historia, difícilmente cederá un centímetro en esta batalla.
Pero más allá de estas expectativas no muy halagueñas, hay que reconocer que si bien en privado son muchos quienes confiesan su escepticismo sobre el éxito de las negociaciones, al hablar en público lo hacen pensando con el deseo de que se imponga la paz, ante el hecho evidente de que la otra salida es mucho menos deseable: la guerra. De ahí que mientras entraba en vigor el cese al fuego, muchos colombianos recordaban el adagio según el cual "la peor diligencia es la que no se hace".