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Narcotrafico

"No le tengo miedo a Castaño"

Quién es y de qué se acusa a Hernán Giraldo Serna, el primer paramilitar que será pedido en extradición por Estados Unidos.

22 de julio de 2002

Arriba, bien arriba de la Sierra Nevada de Santa Marta, a escasos metros de los picos Colón y Bolívar, donde hay nieve perpetua y el agua se congela, se encuentra el hombre que está en la mira de las autoridades de Estados Unidos: Hernán Giraldo Serna, comandante de las Autodefensas Campesinas del Magdalena y La Guajira.

"¿Qué por qué vivo por aquí?, pregunta con suave acento paisa. Pues porque a mí no me gusta que me jodan", explica categórico. Y eso es precisamente lo que ahora le está pasando. En su contra tiene a sus eternos enemigos, las Farc y el ELN, a sus antiguos aliados, Carlos Castaño y Salvatore Mancuso, que parecen darle de nuevo la espalda; y a una corte federal en Washington que lo acusa de haber "introducido o conspirado para introducir" cientos de kilos de cocaína a Estados Unidos. Además la Fiscalía lo investiga por las masacres de Honduras y La Negra.

Sus gestos, ademanes y vestimenta son sencillos. Tanto como los de su más fiero enemigo: 'Manuel Marulanda Vélez', el septuagenario comandante de las Farc. Ambos tienen raíces en la región cafetera, son de la misma generación, de hablar sencillo, de toalla o poncho al hombro y les espanta vivir alejados del campo, de la montaña. Y tienen a su disposición un ejército bien armado. Con escalofriantes historias de sangre y horror. Al extremo que hace un tiempo la revista Newsweek calificó a Hernán Giraldo como "el nuevo Pablo Escobar". "¿Quién, estando en el monte, se va a igualar con Escobar?", pregunta él. "Nadie", responde.

Lo cierto es que ahora está atrapado por las traiciones desatadas tras el rosario de muertes que él ha causado en la Sierra Nevada de Santa Marta en su lucha contra la guerrilla. Muchos años atrás se sentía invencible. Todo empezó cuando aparecieron los primeros guerrilleros en las trochas a 'vacunarlos' y 'boletearlos'. Entonces era un joven campesino. Se organizó con otros labriegos, fueron hasta el Batallón, compró armas de defensa personal, en su mayoría escopetas, balas de Indumil y deció hacerle frente a la guerrilla. La guerra, que empezó con un muerto allí, otro en un paraje, uno más en la quebrada, se extendió a tal punto que hoy los bandos utilizan helicópteros artillados.

El desmesurado crecimiento se debe a la fiereza de los combatientes y la disponibilidad de recursos para financiarse. Un informe de la Defensoría del Pueblo afirma que la región comprendida entre Santa Marta y los límites del Magdalena con La Guajira fue, en un pasado cercano, una región poco poblada y sin explotar económicamente. "Durante los años 60 y 70 dos fenómenos ocurrieron para darle dinamismo demográfico y económico: el turismo y el narcotráfico".

Con el dinero rodando a chorros la situación cambió. Adán Rojas, otro curtido paramilitar y viejo compañero de acciones de Hernán Giraldo Serna, se separó. Lo hizo movido por razones afectivas, para respaldar a su hijo Rigoberto, "un verdadero delincuente", en palabras de Hernán Giraldo. Según los informes de las autoridades Rigoberto se convirtió en una pesadilla para Santa Marta. Hizo del secuestro, la extorsión y el asalto su actividad cotidiana. Cada acción la reivindicaba a nombre de las Autodefensas Campesinas del Magdalena y La Guajira.

Adán Rojas cayó tras las rejas pero no tardó tiempo en fugarse. Se unió a su hijo y juntos secuestraron y asesinaron a un próspero ganadero de la región, Emérito Rueda. El crimen fue para Hernán Giraldo intolerable y decidió combatirlos por las armas. Con lo que no contaba, según varios testimonios recogidos por SEMANA en Santa Marta, es que Rigoberto contara con el apoyo de otro paramilitar 'Jorge Luis Cuarenta', "dicen que está emparentado con Salvatore Mancuso, que es su cuñado", explica una fuente.

Las páginas de sucesos de los diarios de la región no daban abasto para reseñar los crímenes de parte y parte. "Tenían el dedo caliente", dice un oficial de la Policía para calificar la facilidad de estos hombres para matar. Un ejemplo brutal: un día Rigoberto jugó un partido de fútbol con un grupo de muchachos. Perdió. Ordenó fusilarlos y sepultarlos en una fosa.

Para mantener la guerra nada mejor que la bahía de Santa Marta. El espléndido paraíso de día se convierte en el sitio ideal de noche para embarcar droga y desembarcar armas. Las aguas son mansas y la exuberante selva para guarecerse está a pocos metros.

Un informe de la Policía Antinarcóticos afirma que el 9 de octubre de 2001 fueron asesinados por los hombres de Hernán Giraldo el intendente Heriberto Cordero Guerra, el subintendente Fabián Torralba Vásquez y el patrullero José Gregorio García Sanguino, todos miembros de la institución. "El crimen se produjo en inmediaciones de Mendihuaca, sobre la Troncal del Caribe".

Pesca en rio revuelto

La reacción fue doble. De una parte, la Policía Antinarcóticos desplegó una serie de operativos en las estribaciones de la Sierra para golpear a Hernán Giraldo. Casi simultáneamente las Autodefensas Unidas de Colombia, en ese momento comandadas por Carlos Castaño, enviaron 200 hombres para presionar la entrega de Jairo 'Pacho' Musso, hombre consentido por Hernán Giraldo y quien, según las AUC, fue el autor del triple homicidio. El jefe paramilitar de la Sierra les dijo a sus hombres que se preparaban para la pelea con una convicción clara: "Recuerden que yo no le tengo miedo a Castaño, a mí no me asusta nadie".

"No se podía caminar tranquilo, todo daba miedo", dice un congresista de la región, quien prefiere mantener su nombre en reserva para referirse a la insólita situación que produjo la guerra abierta entre dos sectores de los paramilitares. Según la Policía, por lo menos una docena de civiles cayeron acusados de ser auxiliadores de alguna de las partes.

Hernán Giraldo realizó dos acciones sin precedentes en la historia del país para demostrar su fortaleza. Primero envió a sus muchachos, quienes en moto y pistola al cinto se distribuyeron la ciudad. Unos fueron al mercado público, otros escogieron locales al azar, algunos más seleccionaron a transportadores casuales. "Hay paro el próximo jueves y viernes". En efecto, ni una sola alma salió a la calle los días 7 y 8 de febrero de este año por decisión de un paramilitar. "A través de las cortinas uno se asomaba y veía la ciudad desierta, vacía, daba miedo", recuerda un habitante de Santa Marta. Así mismo dio la orden a los campesinos de la Sierra de bajar a la Troncal del Caribe para bloquearla y llamar la atención del país. A principios de este año había 15.000 personas en la vía. "Tengo miedo, por eso bajé", le dijo en ese entonces a SEMANA uno de los desplazados. "El patrón dio la orden y por eso aquí estoy", explicó otro.

Niños, mujeres, hombres y animales domésticos se hacinaban en la carretera calcinante mientras arriba, entre la maleza, los paramilitares se mataban entre sí. "No seamos pendejos que los enemigos son otros", relató un testigo de lo dicho por Hernán Giraldo a Mancuso cuando éste llegó en un helicóptero para hablar frente a frente. "Entréguenme a Jairo 'Pacho' Musso y le ponemos punto final a esto". "Un padre no entrega a sus hijos", le respondió el septuagenario paramilitar, quien además le recordó que cuando Mancuso era un bebé él ya se estaba dando plomo con la guerrilla.

Al final hubo acuerdo. Las aguas en el conflicto entre los paramilitares volvieron a su cauce normal hasta la semana pasada, cuando Castaño sorprendió al país con el anuncio de su renuncia a la dirección de las AUC por el caso del empresario venezolano Richard Boulton. Luego, en un comunicado firmado por Mancuso y Castaño titulado 'Las AUC: del exceso a su fin', explican que se llegó a esta situación porque "nos encontramos con una serie de grupos atomizados y altamente penetrados por el narcotráfico". El editorial se produjo el pasado jueves 18, el mismo día en que trascendió la pretensión de Estados Unidos de pedir en extradición a Hernán Giraldo.

"Con esta situación, sin precedentes, el hombre fuerte de la Sierra tendrá que enfrentarse de nuevo a Castaño y a Mancuso. Ellos están en un propósito de lavado de imagen para preparar una eventual negociación con el próximo gobierno y van a insistir, al menos públicamente, en alejarse de todo lo que tenga que ver con narcotráfico", dice un analista del conflicto armado.

Sin embargo un testigo que dice haber visto a Hernán Giraldo la semana pasada en la Sierra cuenta que se encuentra tranquilo. "Allí estaba, en su casa de madera, con su planta eléctrica, mirando las nieves perpetuas, con su poncho". ¿Qué va a hacer? "Seguirá firme en lo que ya ha dicho: 'Aquí me quedo, nada de esto va a cambiar hasta cuando mi Dios disponga de otra cosa".