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| Foto: ODD ANDERSEN / AFP

RECONOCIMIENTO

El colombiano que recibió el Nobel de Paz por luchar para que se prohíban las armas nucleares

Esta es la historia de César Jaramillo, quien hace parte de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares, la cual recibió el premio el 10 de diciembre en Oslo.

21 de noviembre de 2017

En las calles de Medellín de 1997 había poca tranquilidad, ni bajo la luz del día ni en medio de la fresca noche la violencia amainaba. A esta ciudad llena de matices llegó un joven desde La Guajira, desde un pueblo ficticio que más parecía estadounidense que colombiano: El Cerrejón. Lo paisa lo llevaba literalmente en la sangre. César Jaramillo -el protagonista de esta historia- nació en Rionegro, y fue criado por un ingeniero antioqueño y una mamá costeña. Por esa combinación de genes y costumbres sus amigos lo definen como un costeño-rolo-paisa muy buena gente.

Primíparo, pero con buenas bases del colegio, César entró a la Universidad Pontificia Bolivariana. Allí conoció a los que se convertirían en sus grandes amigos: Juan Miguel y John. Los tres estudiantes de periodismo solucionaban los problemas del mundo hablando durante horas, no le tenían miedo a la ciudad, la disfrutaban con todo lo que traía. Vivían sus años felices. En una de esas tertulias César, con su toque de realismo, comentó lo absurdo que le parecía que unas pocas personas tomaran la decisión de acabar con la vida de todos. Se refería al poder de las armas más letales que existen.

Su lema -el que le enseñó su padre- era "make things happen", lo acompañaba con un "las cosas son como son, pero si uno quiere cambiarlas hay que hacer que pasen". Él pasó de las palabras a los actos, y ahora hace parte del grupo que recibió el Premio Nobel de Paz por el trabajo que han hecho desde la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (Ican) que logró que se firmara el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN) en la ONU.

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Faltan 19 días para que en Oslo se haga entrega del Premio Nobel de Paz de 2017. César todavía no puede creer que todo haya sucedido. La aprobación del tratado parecía utópica, que los países pertenecientes a la ONU le dieran el visto bueno a la prohibición de las armas nucleares era un deseo, una lucha, un sueño que a veces sonaba hasta ingenuo. Eran civiles contra las potencias que tienen el armamento y que movían sus fichas para torpedear la negociación. Pero ocurrió en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York el 7 de julio.

César recuerda ese día como uno de los mejores en su vida. Era un tratado histórico pero frágil, no había garantía de que fuera aprobado, y sabía de los poderosos que trataban de frenarlo. Durante años y como director de Project Ploughshares, una organización canadiense enfocada en temas de desarme y seguridad internacional, había trabajado para que llegara ese día. Felizmente ahora puede contar el final de esta historia, aunque sabe que la batalla no ha acabado.

"Lo del desarme nuclear que a mucha gente le puede parecer abstracto es una amenaza real, existencial de toda la humanidad. Sin sonar alarmista, no es descabellado pensar que puede haber un conflicto nuclear ahora con las tensiones de Corea del Norte y Estados Unidos", relata César. Su mente está permeada por la idea de lograr un mundo libre de armas nucleares, es un objetivo concreto por el cual trabaja metódicamente. "No sé si es una exageración pero yo me acuesto y me levanto pensando en estos temas", confiesa.

Aunque lograron que se firmara el tratado en la ONU los retos continúan. En la actualidad a César y su equipo de trabajo los desvela la "venta de armas canadienses a países de Arabia Saudita, a pesar de que hay una abundancia de evidencias acerca del récord tan malo que tiene en el respeto a los derechos humanos y a la posibilidad real de que estas armas que se exportan allá sean usadas contra civiles". El negocio es jugoso, y los interesados en que continúe son poderosos. "No me cabe duda de que hay intereses del más alto nivel que están pendientes de nuestro trabajo", dice César.

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-Cuénteme usted a quién admira.
-A mucha gente. Por ejemplo a Setsuko, es sobreviviente de Hiroshima y dedicó su vida a la abolición de las armas nucleares.
-¿Ha conversado con ella?
-Sí, es amiga mía, he cenado con su familia en Hiroshima. Recibió el Nobel a nombre del Ican.
-Cuénteme de usted.
-No me gustaría hablar tanto de mí, mejor hablemos del desarme nuclear.

Así es César, reservado. Eso dicen quienes lo conocen de toda la vida. Pero también es buen orador y líder. En el colegio Albania, en La Guajira, fue presidente del Consejo Estudiantil. Su fuerte era debatir, y lo sigue siendo, ha participado en las reuniones de los estados parte del TNP; en los tres foros de Ican sobre impacto humanitario de las armas nucleares (Oslo, Nayarit, Viena), y a las negociaciones del TPAN como delegado de la sociedad civil internacional.

Después de enterarse de que ganarían el Premio Nobel, César escribió para SEMANA un artículo en el que contaba su experiencia y aprovechaba para poner sobre la mesa toda la discusión que se debe dar sobre las armas nucleares. En ese escrito usó una cita de Gabriel García Márquez de 1986, el año en el que se conmemoraban los 41 de la bomba en Hiroshima.

"Desde la aparición de la vida visible en la tierra debieron transcurrir 380 millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros 180 millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en cambio, haber concebido el modo en que un proceso milenario tan dispendioso y colosal pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón".

Utilizar las letras de Gabo no fue una decisión al azar, ha leído su obra y la tiene impregnada en la piel. "Cuando lo conocimos supimos de su admiración hacia Gabo, y él nos motivó a leerlo. Creo que tiene una conexión desde el trópico, para él lo macondiano no hace parte de la ficción, en la tierra de su madre en Sucre vivió esas historias", cuenta John Rojas, uno de sus amigos.

César no se desempeña como periodista, de hecho solo ejerció el oficio cuando hizo la práctica en Florida, Estados Unidos, después estudió Ciencias Políticas en Canadá, donde construyó su vida. Sin embargo, no ha abandonado las letras, regularmente escribe para periódicos columnas de opinión.

-John, ¿pero tiene algún defecto César?
-Tal vez que le encanta la salsa pero es un mal bailarín, dice entre risas.