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El domingo 20 de noviembre se conoció una carta titulada ‘Así no es, Santos, así no es’, que el comandante del Estado Mayor Central de las Farc, Timochenko, le dirigió al presidente Juan Manuel Santos.

CONFLICTO

Nueva retórica, viejas ideas

En su carta al presidente de la República, Timochenko, el nuevo jefe de las Farc, muestra dos cosas: que su única revolución es estilística y que tiene un cinismo sin límite.

26 de noviembre de 2011

"Todos tenemos que morirnos, Santos, todos", es un comienzo bastante inusual para la carta de un jefe de las Farc al presidente de la República. Pero así empezó su primera misiva, dirigida a Juan Manuel Santos, el recién posesionado jefe de esa guerrilla, Timochenko. Y no solo el comienzo; el estilo, el vocabulario, la argumentación y hasta las referencias -Homero, Jesús, los ogros infantiles- marcan una ruptura con el lenguaje característico de las Farc, las cuales, pese a que partieron cobijas con el Partido Comunista, nunca abandonaron el léxico acartonado de la izquierda marxista ortodoxa. Nueva retórica que, lamentablemente, envuelve las mismas viejas ideas y el mismo olímpico cinismo del que ha hecho gala siempre esta guerrilla. En esto, su nuevo comandante no se diferencia para nada de sus antecesores. Por el contrario, es más soberbio que nunca.

Todo el mundo publicó la noticia de la carta que le dirigió el nuevo jefe de las Farc, al presidente Santos, el domingo 20 de noviembre. Poca atención, sin embargo, se prestó a un elemento: es una carta distinta. Aunque dice las mismas cosas de siempre, el lenguaje y la argumentación poco tienen que ver con los que esa guerrilla ha empleado.

De principio a fin, la carta de Timochenko es una anomalía en los anales retóricos farianos. Desde el título -'Así no es, Santos, así no es', hasta el final, que lleva solo el nombre y cargo del firmante y el mes en que fue escrita, en lugar del tradicional "montañas de Colombia" con el que el Secretariado cierra sus misivas, Timochenko exhibe un estilo tan desafiante como diferente.

"Todos tenemos que morirnos, Santos, todos. De eso no va a escaparse nadie. Unos de un modo y otros de otro. Unos por una causa y otros por otra. Algunos escogen una muerte heroica, gloriosa, profundamente conmovedora. Otros prefieren morirse de viejos, de un infarto o diabetes, tras una larga enfermedad en una cama o endrogados en medio de un burdel", empieza su epístola el comandante del Estado Mayor Central de las Farc, en clara alusión a la muerte de Alfonso Cano y a la forma como mueren sus enemigos.

Novedosas son las frases cortas y los párrafos breves, casi de estilo periodístico; las reiteraciones, que revelan un gusto por los recursos retóricos, y un vocabulario en el que no figuran la "oligarquía", la "derecha fascista", el "pueblo explotado", la "victoria". "Yo no sé. Pero eso de ostentar poder y mostrarse amenazante y brutal, no puede ganar las simpatías de nadie. De nadie que no sea ostentoso y brutal como el que lo hace", dice un aparte. Hasta en la sempiterna reivindicación de su lucha, el lenguaje de Timochenko es otro. "Esta gente", llama a sus guerrilleros. "Esta gente lleva medio siglo en esto, Santos".

Esa es la envoltura estilística, formal, de una argumentación que también rompe el molde fariano: la carta es un alegato moral, no una de esas típicas declaraciones políticas de las Farc.

Como siempre han hecho las Farc, Timochenko descalifica al gobierno de manera tan absoluta como reivindica a esa guerrilla, y se queja de la desproporción de los recursos empleados para matar a sus jefes y de la exhibición pública de sus cadáveres. Pero lo hace con símiles inesperados de la literatura infantil: "La historia nos enseña -dice- que a la inmensa mayoría de los seres humanos les repugna ese tipo de fanfarronadas. De niños aprendemos que solo los ogros más malvados suelen actuar de ese modo". Con el tradicional cinismo de las Farc, solo la violencia oficial contra sus hombres le parece condenable y no le pasa por la cabeza señalar la que su grupo inflige a diario contra civiles o que tenga secuestrados hace 13 años. Pero en lugar de las justificaciones políticas de siempre (la explotación, la guerra sucia, la injusticia, el paramilitarismo de Estado), opta por las imágenes morales para defender a quienes, "en el terrible invierno de esas abruptas cordilleras guerrilleras (…), soportan las más duras condiciones porque creen firmemente en su causa. No ganan un solo centavo, no poseen nada material, el movimiento les da lo que necesitan".

Timochenko divide el mundo, no en clases sociales, sino en clases morales: la de quienes "prefieren pasarla haciendo dinero y engordando como cerdos, o practicándose cirugías para conservarse jóvenes, pisoteando a los demás y dándose ínfulas", y la de quienes "escogen caminos más nobles. Y son muy felices así". Morales son sus argumentos: "Pretender intimidarlos para que acepten vivir como los primeros es un error. Y todavía más grave es matarlos. Pretender exhibirse como modelo de civilización y decencia dando la orden de despedazarlos a punta de bombas, plomo y metralla".

Morales son también sus referencias. Elogia la decisión de Aquiles, en La Ilíada de Homero, de "inmolarse", luego de comprender "lo miserable de haber paseado el cadáver de Héctor, atado a su carro, frente a sus seres queridos y su pueblo"; suerte que, para él, habrían corrido los cuerpos de Reyes, Ríos, Jojoy y Cano. Como era de esperarse, Timochenko hace honor al mesianismo de las Farc, convencidas de ser ellas las justas y toda Colombia la equivocada, pero para hacerlo recurre a una metáfora insólita en un estalinista puro y duro como él: el sufrimiento de Cristo y sus seguidores: "Lo coronaron de espinas, lo abofetearon, lo crucificaron y lancearon. Se burlaron de él. Habían preferido liberar en su lugar al peor de los criminales. Sin embargo fue ese Cristo el que los sobrevivió a todos. Pese a que hubieran perseguido por siglos a sus seguidores. De nada sirvió arrojarlos a los leones ante la aclamación general de la plebe en el circo".

Tan singular paseo por la antigüedad y el cristianismo clásicos lleva al jefe guerrillero a conclusiones, también de carácter moral. "El grado de ruindad moral que exhiben (los Santos y Pinzones) horroriza al más sano de los juicios". Pero si el gobierno es inmoral, las Farc son, para su jefe, la moralidad suprema: además de comparar su lucha con la bíblica epopeya de Jesús, pone a Alfonso Cano de prócer y a sus hombres, de comuneros: "La cabeza de José Antonio Galán, así como cada una de sus extremidades, exhibidas a manera de escarmiento para evitar otro alzamiento comunero, no lograron impedir la gesta por la independencia. Ni su triunfo".

Semejante argumentación lleva a Timochenko a un clímax de mesianismo moral y cinismo sin límite: con indisimulada grandilocuencia sostiene que las Farc han "construido una epopeya sin antecedentes en ningún lugar ni época histórica". Son, pues, únicas y las asiste una suerte de razón divina: "Son una impresionante creación histórica, aquí, en Colombia, ante nuestros ojos", es la penúltima frase de la carta. La última es la misma del título: "Así no es, Santos, así no es".

¿Ampara este estilo distinto algo nuevo desde el punto de vista del contenido? Lamentablemente, no parece. Aunque no faltará quien lea entre líneas un llamado al gobierno a que les dé un tratamiento distinto ("así no es, Santos, así no es"), la verdad es que el singular estilo retórico de Timochenko sirve de envoltorio a la misma ideología primitiva y desconectada del mundo que las Farc enarbolan hace años para justificar las más tremendas violaciones al derecho internacional y para cerrar los ojos a las razones por las cuales se han ganado el repudio de todo el país. El lenguaje será distinto, pero la carta muestra que, en el calenturiento invernadero de las selvas de Colombia, las Farc siguen cultivando su propia versión del "destino manifiesto" con el que Estados Unidos se invistió a mediados del siglo XIX para justificar todo lo que hacía. Por lo pronto, Timochenko solo parece capaz de una 'revolución' retórica.