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| Foto: Daniel Reina

EN PLATA BLANCA

"Ojalá vinieran los más malos de los malos, con ellos hay que trabajar más"

Su hijo Juan Manuel fue asesinado por ser hincha del fútbol y desde entonces creó una fundación que lleva su nombre. Luis Bermúdez está dando la batalla por hacer de las barras bravas organizaciones tolerantes y constructivas.

28 de septiembre de 2013

MARÍA JIMENA DUZÁN: A usted la violencia en el fútbol le quitó a su hijo Juan Manuel. ¿Qué siente cuando ve que un joven muere por la intolerancia de unos hinchas?

Luis Bermúdez: Cuando usted me pidió esta entrevista, pensé en decirle que no. Yo soy el único de esta fundación que nunca da entrevistas. 

M.J.D.: ¿Y por qué no le gusta dar entrevistas? 

L.B.: Porque me cuesta mucho hablar de este tema. Mire: cada muchacho que cae en Colombia vale tanto como mi hijo o el hijo del campesino o el del obrero o el de Ardila Lülle. A uno le duele mucho ver cómo se desgarra la patria y cómo los jóvenes en Colombia no valen y en cambio sí son señalados y sometidos a leyes que son hechas por dirigentes que desconocen los problemas de la juventud. Aquí se legisla contra ellos. 

M.J.D.:¿Cómo muere su hijo?

L.B.: Él era un joven criado en un hogar de dos personas que nos vinimos de Cúcuta a estudiar a Bogotá, ciudad que nos abrió las puertas. Nuestro hijo era rolo y por cosas de la vida se convirtió en seguidor del América. (Yo soy del Cúcuta Deportivo). Tenía 19 años y estudiaba Ingeniería Química en la Escuela Colombiana de Ingeniería y cuando lo mataron cursaba su sexto semestre. 

A él le teníamos vetado que fuera a Medellín a los partidos de fútbol, pero Marta, su madre, lo dejó ir porque le había ido muy bien en el semestre. América jugaba contra  Nacional y perdió. Eso produjo el alboroto de los paramilitares y cuando venían los pelaos en los buses pasando por el Magdalena Medio, –en ellos venían las  dos barras, las de Nacional y las de América–, los desviaron y los llevaron a un lugar apartado. Los hicieron salir, los pusieron boca abajo y desgraciadamente allí murieron mi hijo y otro joven. 

Desde ese momento, Marta y yo decidimos retomar algo que ya veníamos conversando con Juan Manuel: que las barras podían ser vistas como una forma de organización social que podía gestar líderes constructores de vida, como de hecho lo era mi hijo Juan Manuel. Eso es lo que nosotros llamamos ‘barrismo social’. Y ese concepto se opone al de barra brava que  tradicionalmente reflejan los medios. Ustedes, los medios y eso sí se lo digo, hablan muy poco de los muchachos que hacen cosas buenas en las barras y en cambio cuando ocurre un hecho lamentable, se ensañan con los que hacen cosas malas.  

M.J.D.: ¿Para usted los medios también tienen que ver con esta violencia en las barras bravas? 

L.B.: Los medios reflejan el país al que le gusta el morbo. Y cuando usted habla en los medios de cosas buenas, a la gente le da pereza leer esas noticias. Son más interesantes el morbo, la violencia y las narcoseries donde se muestra la opulencia del narco. 

M.J.D.: Acepto el vainazo. Pero  ¿esta violencia no tendrá que ver también con la intolerancia que exhiben sus dirigentes? 

L.B.: A esos dirigentes yo los llamo ‘los salvajes del fútbol’. Miremos a una figura como Pimentel. ¿Qué le puede proporcionar de bueno a los jóvenes una figura deportiva como esa? Cuando hablamos del juego limpio, las directivas del fútbol son también unos manipuladores porque han permitido que un equipo como el de Pimentel, que según las malas lenguas, es bastante oscuro, siga formando parte de la fiesta del fútbol. 

M.J.D.: ¿No le sorprendió el odio que destila el himno que hizo el hijo de Mario Vanemerak y que este último para desembarrarla hubiera aceptado que en su época de jugador no se daba ni la mano con los jugadores del Nacional? 

L.B.: Sí, da tristeza. El pelao ha venido a la fundación varias veces porque quisimos vincularlo. Es una lástima que no forme parte de la estructura positiva de los Comandos Azules y el llamado que hacemos es que tanto el hijo como el padre se vinculen a nuestra causa del barrismo social y nos acompañen a hacer cosas positivas. Los pelaos son la esperanza de Colombia y nos debe doler cada vez que un muchacho muere por el color de una camiseta. Sea del lado que sea. Nosotros acá, y se lo digo sinceramente, tuvimos que perdonar. Marta y yo, mi esposa, cuando fundamos esta idea y la impulsamos decidimos que esa debía ser la primera premisa para empezar a construir lo que hoy es esta fundación. 

M.J.D.: ¿Cómo hizo para seguir disfrutando de la fiesta del fútbol, luego de la muerte de su hijo? 

L.B.: Yo soy de fútbol. A mí me gusta ir a los estadios, hablar de fútbol y asumirlo como una pasión. Es lo que más me gusta. Con la muerte de mi hijo lo que cambié fue la manera de mirarlo y de entender la relación que hay con la juventud. A mi esposa Marta le pudo más la pena y terminó alejándose del juego. 

M.J.D.: ¿A esta casa llegan barras de todos los equipos?

L.B.: Sí, de todos. Estas es una casa abierta y solo les pedimos que se soporten cuando empezamos a discutir.  Yo quisiera que se acerquen a esta casa los más malos de los malos porque es con ellos con quienes más tenemos que trabajar. Esos son los jóvenes que hay que meter en el barrismo social. Cuando comenzamos esta fundación pensamos que bastaba con poner a disposición un espacio neutral para que se desarmaran los ánimos. Hoy, después de años de experiencia, creemos que es importante respetar las autonomías y las decisiones internas de las barras sobre todo cuando entre unas y otras se hacen pactos y se dan la mano.   

M.J.D.: ¿Esos pactos de no agresión impulsados por el padre Alirio en Bogotá sí funcionaron?

L.G.: Yo diría que fueron insuficientes. Funcionaron más para la prensa, pero en realidad los pactos de no agresión entre barras funcionaban en el estadio, pero una vez en el barrio ese pacto se rompía. En el barrio los jóvenes se encuentran con sus tristezas y sus vacíos propios de una sociedad en conflicto. Por eso digo que la relación de nosotros con el fútbol no es la misma que tienen los hinchas ingleses con su fútbol porque las sociedades son distintas. La nuestra tiene que ver con el conflicto. 

M.J.D.: Hay analistas muy sesudos que dicen que las barras son parte incluso de las Bacrim ¿Eso es cierto?

L.G.: No lo es. Es cierto que la población joven es muy vulnerable pero no se puede llegar a esa conclusión. Hay unos casos muy tristes como el de Cali, donde hay barras bravas que sí han terminado formando parte de las estructuras mafiosas. Pero lo que los medios no saben es que hay muchos jóvenes que han tenido la valentía de no aceptar esas intromisiones, que se han negado a formar parte de esas estructuras y que se lanzaron a la resistencia.
 
M.J.D.: ¿Y cómo hacen ustedes en la fundación para que los jóvenes no piensen que ustedes son de un equipo o del otro? 

L.B.: No es fácil. Cuando llegan los Comandos Azules y se toman la casa, dicen que somos de Millos; cuando viene la Nación Verdolaga, que estamos con ellos. Y cuando vienen los de Santa Fe, pasa lo mismo. Cuando hicimos la fundación, Marta y yo queríamos que desapareciera rápido. Pensábamos que debía existir solo mientras creábamos la conciencia entre los pelaos de la necesidad de organizarse socialmente pensando primero en ellos mismos y en su relación con la ciudadanía para que pudieran andar en la felicidad de la vida. 

Marta y yo pensábamos que una vez terminada esa tarea nos íbamos a retirar a escribir o a ver fútbol, que es lo que más me gusta. Sin embargo, la cosa no ha sido fácil. No ha sido fácil que las instituciones nos apoyen ni que se abran los diálogos dentro de las familias de estos jóvenes, muchas de las cuales son disfuncionales; no ha sido fácil decirle a la mafia que hay en el fútbol que deje a los colombianos en libertad y que se vaya de este deporte para que el fútbol cumpla su función de divertirnos y hacernos felices. 

M.J.D.: Me imagino que usted conoce a Toledo, presunto asesino de lo sucedido en Engativá. ¿Qué le puede decir a él?  

L.B.: Lo conozco. Es muy duro. Hace tres meses enterramos a un pelao que en los Comandos Azules era el líder del barrismo social. Se llamaba Óscar Sandino y era todo un trabajador de derechos humanos. Lo mataron en Cali de una forma salvaje unos muchachos de las barras del Cali. Fue asesinado con tanta sevicia que yo mismo me pregunté qué era lo que realmente estaba pasando en nuestra juventud. A  nosotros nos dolió la muerte de Óscar porque veníamos construyendo sueños con él y abriendo caminos. 

M.J.D.: ¿Y cómo lo mataron?

L.B.: En esta  ola represiva con que el Estado ha decidido manejar el tema de las barras bravas, se expidió una medida para controlar la violencia: el cierre de fronteras. El pelao que tenía ganas de ver a su equipo se las ingenió para ir de todas formas. Esa vez tomaron la precaución y fueron de camiseta blanca. Pero como los rolos se delatan, apenas se dieron cuenta, fueron llevados a la barra brava del Cali. Óscar fue masacrado ante los policías, como quedó evidente en las cámaras. No sabemos todavía cómo va ese proceso en la Fiscalía. 

Lo curioso es que nosotros no fuimos a donde Óscar y los Comandos sino que fueron ellos los que vinieron a esta casa a pedirnos ayuda. “Estamos rotos”, nos dijeron, “nos estamos matando”. Matan a Óscar y luego sucede lo de Engativá. Esos pelaos que están siendo buscados por haber cometido presuntamente esos asesinatos, los hemos tenido en esta casa y doy fe de que ya venían en otra onda. Con Toledo me encontré en la muerte de Óscar y hablamos largo rato. Hablamos de lo importante que era que su muerte nos hiciera cambiar. Es más, estábamos pensando en construir escuelas deportivas…  

M.J.D.: ¿Y qué cree que pasó?

L.B.: Es que las lógicas de ellos a veces están tan arraigadas, que cambiar las reglas del juego no es fácil. Nos faltó tiempo con ellos. Cada vez que cae un joven que yo conozco, revivo los demás que han muerto. Se lo digo de corazón, cualquier muchacho me duele tanto como mi hijo. Lo que pasa es que esos muchachos tampoco saben llevar muy bien sus emociones, sobre todo cuando las mezclan con el trago y la droga. Yo le aseguro que estos muchachos de Engativá, en su sano juicio, no hacen eso. Toledo sabe que donde esté, estoy yo para darle la mano.