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El Planetario del Museo de Ciencias de Miami fue el escenario desde donde el presidente Uribe replicó al ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore por haberse negado a compartir el podio con él, en un foro sobre el calentamiento global y el futuro del planeta

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Operación U.S.A

María Alejandra Villamizar, de SEMANA, acompañó al presidente Álvaro Uribe al viaje a Miami en el que no se encontró con Al Gore.

21 de abril de 2007

Son casi las 9 y media de la noche. El avión presidencial acaba de aterrizar de regreso en la pista húmeda de la base militar de Catam en Bogotá y todos los pasajeros acomodan su cansancio de modo que las fuerzas les alcancen para la llegada. De un momento a otro, aparece el presidente Álvaro Uribe, de corbata roja, divinamente peinado y puesto, como si se acabara de levantar. Se acerca a la comitiva y hace un comentario que suena a disculpa: "Me acaban de informar que los generales me tienen honores. Esto es raro, porque cuando yo llegué a la Presidencia, los suspendí". El avión se detiene en plataforma, se abre la puerta, todos se bajan y en el mismo momento en que Uribe aparece, una banda militar empieza su música de tubas y trombones. Ningún funcionario entiende bien qué pasa, pero a todos se les nota su satisfacción. Ven al mandatario como un guerrero que regresa a su planeta después de sobrevivir a una batalla en el espacio exterior.

Minutos antes andaba de ruana, por los pasillos del avión, contando en su tono más relajado el momento en el que se enteró de que Al Gore, el ex vicepresidente de Estados Unidos, se negó a compartir escenario con él en un foro sobre medio ambiente, argumentando prevenciones políticas originadas por las denuncias sobre los paramilitares. Contó que en ese instante, a la una de la tarde del jueves pasado, esperaba que la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, de visita en el país, retornara de la Alcaldía de Bogotá a la Casa de Nariño. Una llamada de los organizadores del evento le dio la mala nueva.

Tenía pensado que a pesar de que el debate del martes en el Congreso rondaba en el ambiente, él no contestaría. Sin embargo, la noticia le cimbró en la cabeza y su voz interior le confirmó lo que indicaba el sentido común: esto no sería un asunto menor. Decidió hacer yoga y reflexionar. Resolvió entonces hacer la famosa rueda de prensa y mantener su decisión de volar a Miami.

Por eso, a las 5 de la mañana cuatro ministros, su secretaria privada, su asesor de comunicación, su jefe de prensa y su médica personal estaban a bordo del avión presidencial. En las pocas horas de sueño todos debieron cambiar el chip local por el de una agenda extenuante de política exterior. Uribe llegó en sudadera y saludó. "¡Qué batallita!", dijo, y se perdió en la intimidad de su cabina privada, con su "embajadora en el más allá", como le dice a la doctora Elsa Lucía Arango. Tres horas más tarde regresó, con agujas de acupuntura en las orejas, listo para bajarse en ese país a convencer de su verdad al que quisiera oírlo.

Miami resplandecía con el sol y con esas palmeras reales que parecen de mentiras. Lo esperaban en tierra unos cinco hombres del servicio secreto con una limusina y un par de camionetas que conformaron una discreta caravana. Fue imposible dejar de comparar, por absurdo que fuera, la llegada de Uribe a Estados Unidos con la visita que George W. Bush acababa de hacer a Colombia. Sólo unas cuantas personas sabían que Álvaro Uribe llegaba al país del norte. Y menos aún que su sencillo compromiso de asistir a un simple foro sobre el medio ambiente se había convertido en una misión crucial.

Su primera cita lo esperaba en la suite presidencial del Hotel Ritz. Era una entrevista con una periodista del New York Times a la que le brotaba superioridad por los poros. "Yo le contesté todo lo que preguntaba", contó más tarde el Presidente, despreocupado porque la señora hubiese entendido de verdad la complejidad de sus explicaciones. Por cierto, debieron sonar al menos curiosas en inglés. "The 'Guacharacas' Ranch, etc, etc.".

Luego vino la rueda de prensa. En el Grand ball room one del mismo hotel lo esperaban 11 cámaras de televisión y una cantidad moderada de periodistas. Les dijo que venía a aclararlo todo ("to clarify all the questions") y subrayó que Al Gore tenía que estar mal informado sobre él y su gobierno para tomar la decisión de no asistir, con lo que le hacía "daño al país". Y comenzaron las preguntas y las respuestas. Con su tono contenido presentó los mismos argumentos de la noche anterior en Bogotá. Pero cuando Gerardo Reyes, periodista colombiano de El Nuevo Herald, le preguntó por las denuncias del senador Gustavo Petro sobre las fincas de su familia, salió a flote toda su vehemencia. "A ver, Gerardo, usted sabe la verdad, usted es el periodista que más me ha investigado", le dijo con esa irritación suya tan personal. Luego volvió la calma y apareció el Uribe contador de historias, el político curtido que no temió tocar los temas más candentes: los paramilitares y la política en el país.

De ahí salió para un almuerzo con empresarios, en la mansión de Jorge Pérez, constructor millonario de Florida que estudió primaria en Colombia. Emilio Azcárraga, el magnate de Televisa, y otros ricos más lo atendieron por dos horas y le ratificaron su interés en traer "platica" al país. "Esa es una labor que siempre tengo como tarea, traer inversión privada", comentó luego. Estos empresarios, según comentaban los miembros de la comitiva del gobierno, tienen ya los ojos puestos en varios proyectos hoteleros en Colombia.

A las 3 de la tarde llegó la hora de ir al foro causante del escándalo. Se temía que los asistentes rechazaran el hecho de que Gore no hubiera aparecido por cuenta de Uribe. Los funcionarios colombianos estaba preparados para un público que podía ser hostil. Pero resultó ser una falsa alarma. Lo esperaban el alcalde de Miami, Manuel Díaz, y varios personajes, como el ex presidente de Chile Ricardo Lagos, quienes lo recibieron antes de que subiera a la tarima en el planetario del Museo de Ciencia de Miami. Uribe entonces se creció. Pausadamente, en su 'paisainglés', pronunció un discurso de casi una hora en el que habló de los recursos naturales del país, de la devastación que produce la siembra de la coca y, por supuesto, de los 'rainforest rangers families', la única traducción que la Casa de Nariño ha encontrado para describir las familias guardabosques.

Al final hubo aplausos y preguntas estilo consejo comunal a las que respondieron también los ministros correspondientes, apuntes en tono familiar y, por fin, una emotiva despedida.

Uribe cumplió una misión de contención de daños. De paso para el aeropuerto de regreso, una pequeña parada en el Ritz de nuevo para atender a Andrés Oppenheimer, el conocido periodista argentino-norteamericano que había insistido por todos los medios en que Uribe le cumpliera una cita, previamente acordada. El Presidente debió capear las incisivas preguntas de Oppenheimer sobre la necesidad de ordenar al menos una de las extradiciones de los jefes paramilitares y la efectividad de la Fiscalía en la Ley de Justicia y Paz.

Mientras tanto, tres o cuatro veces los teléfonos de cada uno de los ministros, asesores y el jefe de prensa timbraron con informaciones sobre Colombia. Al tiempo que Uribe desplegaba su verbo bilingüe en Estados Unidos, se supo que Gore insistió en su posición por medio de un comunicado público, y también que el Departamento de Estado, es decir el gobierno Bush, aclaró que nada tenía que ver con esa posición.

La caravana salió rumbo al aeropuerto. Eran las 7 de la noche. En el avión presidencial, Uribe volvió a lo suyo. A preguntar por el consejo comunitario, a darle el parte de tranquilidad al vicepresidente Santos y a agradecerle a su gente la compañía y respaldo. Concluía el viaje a ese mundo ostentoso, de hoteles, millonarios y sofisticados ambientalistas. La batalla había concluido y su destino de nuevo sería volver a la tierra, donde lo aguardaba una inesperada ceremonia militar de bienvenida.