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| Foto: Guillermo Torres

EN PLATA BLANCA

"Países emergentes, como Colombia, son la sorpresa"

Los autores de ‘Gobernanza inteligente para el siglo XXI’ hablan de las perspectivas mundiales y las posibilidades de Colombia.

María Jimena Duzán
29 de marzo de 2013

El empresario Nicolas Berggruen es accionista mayoritario del Grupo Prisa y presidente del Instituto sobre gobernabilidad que lleva su nombre. Nathan Gardels es director del New Perspectives Quarterly y del Global Viewpoint Network de Los Angeles Times. Los dos estuvieron en Bogotá para presentar su libro Gobernanza inteligente para el siglo XXI, escogido por el Financial Times como uno de los mejores del 2012.


MARÍA JIMENA DUZÁN: ¿Cómo surge la idea de escribir este libro a dos manos?

NATHAN GARDELS: En mi caso tuvo que ver con el hecho de que yo volvía a China luego de 30 años. En ese entonces la gente andaba en bicicletas y no había empezado la construcción de la presa de las Tres Gargantas. Treinta años después, China tiene los mejores colegios del mundo, está atravesada por trenes bala y su ritmo de crecimiento es un milagro. En cambio, en Estados Unidos, durante ese mismo lapso pasamos de ser una sociedad que construía megaproyectos, con buenos colegios, a ser una sociedad endeudada, con colegios regulares, que gasta más en el sistema carcelario que en educación, salud e infraestructura. ¿Qué nos está pasando?, me pregunté ¿Cómo así que un país avanzado retrocede y uno atrasado avanza? ¿Qué está haciendo China que no estemos haciendo nosotros?

NICOLAS BERGGRUEN: En mi caso, yo estaba interesado en cómo los gobiernos funcionan y de hecho, diseñé varios sistemas utópicos en mi mente y los guardé hasta que me encontré con Nathan y empezamos nuestras conversaciones alrededor de una mesa con varios profesores de la Universidad de California en el instituto. Sin ningún sesgo ideológico, empezamos a mirar varios sistemas de gobernanza que funcionaban y nos dimos cuenta rápidamente de que no podíamos encontrar el sistema perfecto, pero que sí había elementos buenos de las sociedades tradicionales occidentales y elementos de las sociedades orientales que tenían méritos válidos. En el fondo llegamos a la única conclusión posible: que todos los sistemas deben estar dispuestos a mejorar su gobernabilidad y que el que más lo esté es el más eficiente. 

M. J. D.: Y cuál de los sistemas está más dispuesto a cambiar para mejorar su gobernanza, ¿el chino o el norteamericano?

N. G.:
De China rescatamos su impresionante capacidad institucional –lo que hemos llamado la meritocracia– y sus falencias son la falta de transparencia y la corrupción. Del sistema de Estados Unidos rescatamos muchas cosas, como por ejemplo el hecho de que la sociedad se exprese cada vez más a través de plebiscitos, como de hecho está sucediendo en estados como California. Pero también es evidente que ese país tiene una perspectiva muy arrogante de sí mismo mientras que los chinos están tratando de construirla. Cuando usted va a una facultad de Derecho en China, hoy muchos jóvenes se preguntan si el partido debe ser tan fuerte o si la justicia debe ser más independiente. Esas reflexiones –que sí se sienten en las élites chinas– no se sienten en las norteamericanas. Por eso creo que en este momento China está mucho más abierta a los cambios que los Estados Unidos. 

M. J. D.: ¿Y cómo definen esa arrogancia norteamericana?

N. B.:
En noviembre estuvimos haciendo unas entrevistas con la prensa china que es oficial, porque allá todo lo es y me sorprendieron las preguntas por lo directas. “¿Ustedes no piensan que los chinos necesitan tener prensa libre”, “¿Más protección para los ciudadanos” o “¿No piensan que necesitamos alguna forma de elecciones”. Esas fueron las preguntas. Evidentemente a nadie en China se le permite decir que el partido es malo ni que el sistema no funciona, pero sí creo que la gente está intentando buscar la manera de mejorar lo que tienen para volverlo más eficiente. En cambio si en Estados Unidos hay algún político que piense en que es necesario reformar nuestra Constitución, es muy probable que ni siquiera lo diga: el estatus cuasireligioso de ese texto no les permite cuestionarlo. Yo espero que eso no sea una señal de su declive, pero no es un buen augurio. Es una actitud similar a la que tuvo China cuando los comerciantes británicos fueron allá y ellos les dijeron que no los necesitaban. Ahí empezó el declive de China. En Estados Unidos ha estado pasando algo parecido. Han dicho que no quieren aprender de China, ni de México, ni de nadie. Miren lo que ha hecho el presidente Peña Nieto. Obtuvo un compromiso con los partidos para llevar a cabo unas reformas de fondo contra los grandes monopolios, cuestionando también a los poderosos sindicatos de profesores y en cambio a Obama lo han elegido dos veces y no ha podido gobernar porque no ha podido desbloquear el Congreso.

M. J. D.: ¿Será que la Unión Europea va a sobrevivir a esta crisis que la tiene paralizada?

N. B.:
La Unión Europea está integrada por todos esos países que decidieron trabajar juntos y crear una zona de comercio abierto y su propia divisa. Sin embargo, se les olvidó crear instituciones. Tienen una moneda pero no una unión fiscal ni tributaria, ni manera de financiarla, por lo menos de manera coherente. Y a pesar de que tienen una sola divisa, esta funciona como una camisa de fuerza. No se pueden mover por separado, pero en realidad van cada uno por su lado, entre otras, porque los gobiernos son legítimamente elegidos, además de que son muy diferentes política y económicamente. Por si fuera poco el centro de esa Unión, que es Bruselas, no es un poder legítimo a los ojos de todos los europeos. Yo diría que están a medio camino en la construcción de esa Unión y todavía la casa tiene paredes sin techo.

M. J. D.: ¿Y sí la van a poder terminar?

N. B.:
Pueden suceder dos cosas. O las naciones independientes ceden más poder a Bruselas, o van a tener que desagregarse. Lo que hay hoy no funciona.

M.J.D.: Pero, ¿sí cree que los gobiernos español, francés o alemán van a trasladarle más poder a Bruselas? 

N. B.:
Es muy difícil. En el pasado, tal vez. A nadie le gusta ceder poder de manera democrática y legítima. Por eso nuestro instituto está tratando de construir estos puentes, pero para ser sincero las élites en cada país de Europa, sobre todo las alemanas, no están de acuerdo. Y sin ese puente la Unión puede desmoronarse.

M. J. D.: En el libro ustedes también cuestionan la validez de un grupo como el G20.

N. G.: Ese es el grupo del mundo donde tienen asientos economías emergentes y avanzadas, pero tiene los mismos problemas de Europa. A los países democráticos no les gusta ceder autoridad y acordar nuevas reglas. En 2008 se hicieron algunos acuerdos a raíz de la crisis financiera, pero no se ha vuelto a avanzar y hay temas que no se han acordado como sucede con el cambio climático o la estabilidad financiera. En el libro proponemos que para que sea eficaz debe fortalecerse institucionalmente y tener un secretario permanente.

N. B.: Creemos que debería ampliarse la representación de los países en ese grupo. Por ejemplo, África que tiene más de 50 países está representada por Suráfrica. América Latina por Argentina y si mal no estoy creo que el PIB de Colombia va a ser muy pronto más alto que el de Argentina.

M. J. D.: En el libro dicen que los países emergentes, como Colombia, son la gran sorpresa.

N. B.: Sí, eso lo decimos. La mala noticia para los países avanzados es que el surgimiento de los emergentes les crea más competencia. Países como China, India y Colombia se convierten en competidores. La buena noticia es que todos estos países se van a volver grandes consumidores.

M. J. D.: ¿Hay algún líder importante que ustedes quieran resaltar? 

N. G.:
Sin duda el nuevo papa.

N. B.: Si hace lo que prometió al inicio de su gobierno, creo que Peña Nieto. Y si el liderazgo chino logra responder todas esas preguntas que se están haciendo los jóvenes en su país, puede también ser una gran revelación. Lo mismo digo del primer ministro japonés, si logra reversar los años de deflación que ha tenido su país, como lo ha prometido. Y si Obama puede construir puentes y gobernar, será el. Pero por lo pronto el único que podría hacerlo es Peña Nieto. 

M. J. D.: Y finalmente, ¿cómo ven a Colombia en términos de cambios y de gobernabilidad? 

N. B.:
A pesar de que he venido varias veces, no sé mucho sobre Colombia. Yo vine por primera vez hace 20 años, durante el periodo oscuro del país, y vuelvo ahora y debo decirle que me sorprendieron varias cosas. La que más me impactó es que durante los periodos más oscuros las cosas continuaron funcionando e incluso algunas instituciones se fortalecieron. Ahora se están viendo los frutos. El país sobrevivió en parte debido a la calidad de la administración pública y privada. Y si se logra la paz, va a tener unos enormes beneficios.

M. J. D.: Ustedes han dicho que Peña Nieto puede hacer esos cambios en México porque tiene un partido fuerte. Aquí en Colombia los partidos son cada vez más débiles y representan cada vez menos a los colombianos.

N. B.: ¡De pronto eso es bueno!... Los partidos no son tan importantes sino la capacidad de las instituciones y la posibilidad de que haya participación de la gente en las grandes decisiones. Hay partidos muy fuertes como los norteamericanos, que se bloquean entre sí.

N. G.: Sobre los partidos decimos en el libro que pueden desempeñar dos funciones. Una, construir grandes colectividades con definiciones muy ideológicas, como en los Estados Unidos, o coaliciones para avanzar en un proyecto común.

M. J. D.: ¿En dónde encajaría la amorfa Unidad Nacional de Santos?

N. B.:
El expresidente Betancur dijo en un almuerzo que mientras en Estados Unidos a la política la tienen secuestrada los extremos –el Tea Party que para mí es un circo que ha sido inflado por los medios y del otro los poderosos sindicatos– aquí en cambio el presidente Santos está ubicado en el extremo centro. Esa ubicación me gusta.