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Palabras ardientes

Los contrapunteos entre los gobiernos de Uribe y Chávez pasaron de las palabras a los explosivos con el ataque de un grupo armado.

3 de marzo de 2003

En apenas tres semanas las relaciones entre Colombia y Venezuela pasaron de castaño a oscuro. La tirantez creada por la fogosidad declarativa de ministros y presidentes a lo largo del mes de febrero pasó a mayores la semana pasada con los ataques violentos en Caracas, primero a la sede diplomática colombiana y luego a la residencia de la embajadora, María Angela Holguín.

En la madrugada del 25 explotó un paquete bomba que había sido dejado en la portería del consulado de Colombia en Caracas, en el sector de El Chacaíto, que dejó tres pisos del edificio destrozados y cuatros heridos leves: la esposa y la hija del portero y dos transeúntes. Casi al mismo tiempo explotó una bomba en una cabina telefónica al frente de la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aeci), vecina a la embajada de ese país. Dos días después desconocidos lanzaron un petardo -bautizado por los venezolanos como un "bin laden"- contra una casa al frente de la residencia de la embajada en la urbanización Campoalegre. Más diseñado para asustar que para hacer daño, el artefacto no causó destrozos. Las autoridades de ambos países están investigando quiénes fueron sus autores, aunque varios señalan al Frente Bolivariano de Liberación como el más probable responsable (ver recuadro).

Puede ser que el incidente haya sido una acción de chavistas más chavistas que Chávez, que resolvieron respaldar a fuego las palabras de su presidente, que en la alocución del domingo anterior la había emprendido contra los gobiernos de Colombia y España por su supuesta injerencia en asuntos internos de su país. El mensaje para Uribe fue fuerte: "Ahí en Colombia siguen unos ministros dando declaraciones? Ahora salió un Ministro del Interior de Colombia diciendo que Chávez y la guerrilla. ¡Van a seguir con ese macán! Dedíquense a gobernar a su país y a solucionar sus problemas, que son bastantes, que aquí arreglamos los nuestros".

Otra posibilidad es que se haya tratado de opositores tratando de desprestigiar a Chávez. Pero lo cierto es que el deterioro de las relaciones entre los dos países tiene a más de uno nervioso. "Preocupa sobremanera la escalada de hechos violentos y declaraciones salidas de tono en momentos críticos como los que viven Colombia y Venezuela; la primera envuelta en un interminable conflicto armado; la segunda, afectada por una profunda fragmentación política y social", editorializó El Tiempo.

Ninguno de los dos países se puede dar el lujo de abrir otro frente de crisis con el vecino, y menos aún cuando se trata de grandes socios comerciales. A pesar de la reciente caída de las exportaciones a Venezuela, Colombia le vendió a ese país 1.121 millones de dólares en 2002 y se estima que tiene allí enormes inversiones. No obstante, el discurso de Chávez y las explosiones fueron apenas las erupciones de un volcán que ha revivido en el último mes.

Militares muertos

El sábado 8 de febrero desaparecieron de la ciudad de Arauca el sargento segundo Merlín Guerrero Quiñónez y el cabo segundo Saúl Gutiérrez Moncada, del batallón de contraguerrilla número 27, que realizaban un curso de capacitación. Estaban de civil y desarmados. Seis dias después sus cuerpos fueron hallados en una fosa común en la finca Bellavista, de la vereda de Mate Palo, del municipio venezolano de El Amparo. Los militares colombianos, según comunicado oficial, fueron secuestrados por el Ejército de Liberación Nacional y llevados a tierras venezolanas, donde fueron asesinados.

En días anteriores guerrilleros colombianos atacaron con un cilindro de gas lanzado desde La Victoria, en Venezuela, a miembros del batallón 46 que patrullaban Arauquita. Los incidentes no son sólo de este año. Según informaciones de Arauca, en 2002, varios soldados y agentes del DAS colombianos fueron asesinados en El Amparo.

Con tal tensión en esta frontera, de por sí caliente y con reportes de inteligencia que dicen que miembros del secretariado cruzan a Venezuela, la preocupación del gobierno colombiano con el gobierno de Chávez comenzó a crecer en febrero.

Más aún cuando el mecanismo por excelencia creado para resolver los líos de seguridad en la frontera, la Comisión Binacional Fronteriza, que reúne a las fuerzas de seguridad de ambos países, no se ha reunido en un año. Tampoco ha funcionado la Comisión de Vecindad para tratar otros temas limítrofes; la última vez que se convocó fue el 11 de septiembre de 2001.

Colombia, según dijeron fuentes en Caracas, puso toda la presión diplomática que pudo para reactivar estos mecanismos de diálogo entre los dos países. Era una manera de hacer que los reclamos se dieran en privado entre generales y no en público y entre ministros. Con gobiernos que, como el de Chávez y el de Uribe, estaba en orillas ideológicas opuestas, y con crisis en ambos países -el uno por la ofensiva guerrillera y el otro por la de la oposición política- estas comisiones restaurarían el flujo de información y podrían comenzar a disipar los fantasmas. Pero el gobierno venezolano no respondía.

Fue quizás esta frustración la que expresó la ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez, cuando en un foro en Bogotá pidió más cooperación en seguridad a Caracas y denunció que la "guerrilla colombiana se ha movido con cierta libertad en esa frontera".

La peticion

Días después, ante la bomba de El Nogal y los atentados en Neiva y contra el avión con los contratistas estadounidenses, Uribe aprovechó para tratar de conseguir que sus vecinos condenaran el terrorismo de las Farc. Su jugada iba especialmente dirigida a Chávez, para ver si con un llamado personal podía lograr que el gobernante venezolano dejara su ambigüedad frente al grupo guerrillero.

Algo alcanzó a lograr, pues a los cuatro días el gobierno chavista firmó la declaración extraordinaria en la que condena el terrorismo de las Farc y se compromete a cooperar en la persecución y captura de los responsables del ataque al club El Nogal.

Sin embargo Chávez -al igual que Lula en Brasil- no respondió al llamado de Uribe y no hizo una declaración explícita de las Farc como terroristas. Impaciente -ya salido de cualquier canal diplomático- el ministro del Interior y de Justicia, Fernando Londoño, salió a la batalla verbal. "Chávez no va a estar muy dispuesto a hablar en contra de personas a las que ve con frecuencia", dijo. El presidente Uribe terció y regañó a Londoño por su imprudencia, pero con un discurso que descalificó más al interlocutor que al contenido de su mensaje.

Para rematar, el mismo Uribe se sumó luego a las críticas a Chávez. En alusión tácita a su decisión de encarcelar a uno de sus principales opositores, el presidente de Fedecámaras, Carlos Fernández, el presidente colombiano dijo que "la oposición política no se puede tratar como una conducta criminal" y luego le dio lecciones de democracia a su par, como que hay que respetar la independencia de la rama judicial. Varios observadores sintieron que a Uribe se le había ido la mano. Una cosa era pedirle a Venezuela que se definiera frente a las Farc y otra muy distinta que opinara sobre sus asuntos internos.

Las declaraciones de los colombianos finalmente despertaron la ira de Chávez, famoso ya por su intolerancia ante las críticas. Aun César Gaviria, que ha intentado como secretario de la OEA mediar en la crisis venezolana, terminó regañado en el Aló Presidente del domingo: "Doctor Gaviria, este es un país soberano, caballero. Usted fue presidente de un país, póngase en su sitio". Y a las palabras de Chávez sucedieron, como ya se sabe, los ataques violentos.

Pero es necesario no perder la perspectiva. Estos ataques fueron también contra la embajada española y hubo amenazas contra la estadounidense. Los insultos de Chávez fueron contra todos los que ve como obstáculos para su permanencia en el poder. Claro está que por la cercanía y por la declarada afinidad ideológica de Chávez con las Farc las relaciones con Colombia se ven más afectadas.

Después de tantos ires y venires, las excesivas declaraciones de los colombianos terminaron por derrotar su propósito. El jueves el vicepresidente José Vicente Rangel declaró que su gobierno "se abstiene de calificar como terroristas a las Farc porque no posee elementos que vinculen a esta guerrilla con actividades de esa naturaleza en Venezuela", y que "el gobierno del presidente Hugo Chávez no se puede encasillar en una determinada caracterización".

Si la vía micrófono no le ha dado resultados al gobierno colombiano, deberá insistir en una que promete mejores resultados: la vía diplomática que logre una comunicación permanente de las Fuerzas Públicas de ambas naciones, que ayude a actuar con información más precisa, a distensionar los ánimos y, sobre todo, a proteger una relación económica que es vital para Colombia.