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PERO SIGO SIENDO EL REO

Desde su celda de alta seguridad en La Picota el narcotraficante Leonidas Vargas pidió permiso para convertirse en cantante profesional.

10 de marzo de 1997


MUCHOS COLOMBIANOS ya no se sorprenden cuando los noticieros de televisión o los periódicos muestran a los grandes jefes del narcotráfico desempeñando diversas labores en las cárceles donde se encuentran recluidos. Así ocurre con los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez, que en forma reiterada aparecen estudiando inglés o atendiendo una pequeña tienda de víveres en el pabellón de alta seguridad de la cárcel La Picota. Lo mismo pasa con Iván Urdinola, que fabrica cajas para lustrar calzado.
Al lado de estos hombres, sobre los cuales la opinión pública mantiene una permanente expectativa ya que son identificados como los líderes de los carteles de Cali y del norte del Valle del Cauca, hay un personaje, famoso en la época dorada del cartel de Medellín, pero que hoy es un virtual desconocido. Se trata de Leonidas Vargas, el principal socio de los extintos Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, quien purga una condena de 19 años. Vargas tiene en jaque a las autoridades celarias del país desde el pasado 22 de noviembre porque les hizo una petición no muy común: permitirle grabar 5.000 compac disc y 3.000 casetes con 20 canciones, cinco de ellas de su propia inspiración.
Para poner en marcha su iniciativa el recluso envió una carta al Instituto Penitenciario y Carcelario =Inpec= en la que explicó su proyecto: "Desde hace varios años he sido ferviente admirador y amante de la música ranchera, por mi forma de ser sentimental y romántica, compenetrándose en mis sentimientos como algo innato que se ha hecho realizar varias composiciones artísticas. Mi voz es favorable para interpretar este tipo de canciones rancheras, que requieren de tonos graves y agudos y de largos compases musicales. La grabación se titularia Cuatro años de prisión y tendria un costo de 12 millones de pesos, los cuales serían asumidos por Vargas.
La petición está lejos de ser aceptada por el gobierno por cuanto implica el ingreso al penal de sofisticados equipos de grabación. Pero no es del todo caprichosa. Así como los Rodríguez montaron su tienda y decidieron aprender inglés, Vargas optó por dedicarse a la música. Desde septiembre de 1995 los reclusos del pabellón de alta seguridad de La Picota observaron que en la celda de Vargas, todos los días, a la misma hora, se reunían tres reclusos. No se trataba de un encuentro para planear una fuga. Era una cita para cantar.
Vargas entabló por aquellos días una estrecha amistad con el italiano Francesco Marconi=solicitado entonces en extradición por la justicia de su país=, y con Eduardo Tribín, uno de los sindicados de colocar la bomba contra las instalaciones del DAS. Los tres hombres coincidieron en su afición por la música. El italiano hizo gala de un mayor conocimiento sobre el tema y les enseñó entonación, respiración, acentunción y vocalización. Leonidas Vargas impuso su gusto por los corridos rancheros.
El trío empezp a interpretar temas tan conocidos como La cruz de palo, La cama de piedra o El rey. Pero fue tal el entusiasmo de Vargas que en los primeros días de noviembre se lanzó a componer sus propias melodías con el ánimo de grabar un casete para regalarlo en la temporada decembrina. Y lo hizo. Con instrumentos rudimentarios y con una potente grabadora que Vargas tenía en su celda, los tres reclusos crearon el 'Conjunto Musical Alta Seguridad'.
A lo largo de una hora el trío interpretó 17 canciones. Cinco de ellas compuestas por Leonidas Vargas, que hacían alusión a su vida en la cárcel. Y una docena más con temas navideños y rancheras tradicionales. El casete fue reproducido por una casa disquera que sacó 250 copias, las que fueron distribuidas entre los demás internos.
Ahora que Leonidas Vargas ha manifestado su interés en profesionalizar su canto es al Ministerio de Justicia al que le corresponde dar la última palabra. Pero aun con una improbable aprobación las cosas no serían lo mismo porque el trío 'Alta Seguridad' acaba de sufrir un duro revés: quien ponía el talento y los conocimientos sobre partituras y acordes musicales, el italiano Francesco Marconi, fue extraditado en la última semana de diciembre pasado a su país.