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PERSONAJE DEL AÑO

26 de enero de 1987

Virgilio Barco Vargas, un cucuteño de 65 años de edad, elegido Presidente de la República el 25 de mayo de este año, puede reclamar que cumplió, a las pocas horas de haberse posesionado, con la principal promesa de su campaña: establecer un gobierno de partido. Lo estableció y desmontó así la fórmula bipartidista que gobernó al país desde 1958 y gracias a la cual, liberales y conservadores terminaban repartiéndose los cargos y las responsabilidades de la administración, sin importar quién hubiera vencido a quién en las elecciones.
Existe consenso alrededor de que ese solo hecho, el haber desmontado el gobierno bipartidista, hace del mandato de Virgilio Barco algo particular, un hito histórico para bien o para mal. Aunque durante los tres años y medio que le quedan de gobierno a Barco, este no haga nada más, lo cierto es que los libros de historia ya tienen algo por lo cual recordarlo, algo que si se mira desde el extranjero, desde países donde es normal que el ganador sea el que gobierne, puede parecer de poca monta; pero que para los colombianos que lo miran desde dentro, va a determinar buena parte del próximo futuro de la historia política del país.
En cuanto al resto de su gobierno, no existe en cambio consenso alguno. Las críticas han llovido con más fuerza y rapidez que nunca en el estreno de una administración. Lo que no se ha podido establecer es, hasta dónde esas críticas son más recias que en otras épocas, precisamente porque se implantó una fórmula de gobierno que exige y necesita oposición, y hasta dónde se deben a que, aparte del establecimiento del nuevo esquema, el gobierno no ha hecho mucho más.
Aparte del anterior debate, hay algo que podría presentarse como una de las primeras conclusiones sobre lo que ha sido hasta ahora el gobierno de Virgilio Barco: la mayoría de la gente consideraba que Barco iba a resultar bueno para la rutina y malo para las crisis, y lo cierto es que las cosas parecen haber salido precisamente al revés. En efecto, el Primer Mandatario ha resultado más bien malo para la rutina, pero bueno para las crisis. Si bien ha sido lento para nombrar y para determinar algunas de las más importantes políticas de su gobierno; si bien no fue capaz de lograr que el Congreso --donde su partido es mayoritario-- le aprobara en la primera legislatura sus programas reformistas bandera; y si bien son muchas las cosas que no parecen ir bien en el funcionamiento cotidiano del Palacio de Nariño, la verdad es que Barco ha salido bien librado en los momentos de crisis.
Cuando una serie de asesinatos de dirigentes de la Unión Patriótica estuvo a punto de echar por la borda lo que quedaba del proceso de paz iniciado en la anterior administración, Barco se movió rápidamente y evitó que se rompiera la tregua. Cuando un escándalo de malos tragos puso en la cuerda floja al gobernador del departamento más importante del país, Bernardo Guerra, el Presidente agotó una serie de trámites, que derivaron en carta de renuncia del gobernador. Cuando diferencias entre algunos de sus ministros llevaron al de Agricultura, José Fernando Botero, a renunciar, le dio largas al asunto mientras encontraba, como en efecto encontró, un momento oportuno para nombrarle reemplazo. Y finalmente cuando la Corte Suprema le planteó el problema más grave, al declara inexequible la ley aprobatoria de Tratado de Extradición con los Estados Unidos, alegando un vericueto jurídico, él, actuando con gran firmeza, decisión y valor, también se rebuscó un vericueto jurídico para sancionar de nuevo esa ley, mantenerla vigente y evitar la caída del tratado.
Frente a la última de las crisis, la más grave de todas, sin duda, planteada por el asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza, Barco ha dado la impresión de estar moviéndose, de estar buscando fórmulas, de estar diseñando planes, para afrontar la cuestión cada vez más inmanejable del narcotráfico. Los resultados de esas movidas son por ahora bastante inciertos, pero de cualquier modo, el Presidente ha logrado proyectar en esta crisis, una imagen de hombre decidido que pocos le conocían.
Sin embargo, si el principio de la administración Barco se compara con el principio de algunas de las anteriores, hay que decir que al actual Presidente le está yendo menos bien que a su antecesor. En efecto, a estas alturas de su mandato, Belisario Betancur todavía estaba en una curva ascendente de su popularidad, mientras en el caso de Barco, las pocas cifras que se han revelado indican que el Primer Mandatario no ha hecho sino perder puntos desde que se posesionó de la Presidencia. Lo salva quizá que su gobierno ha perdido más puntos que él. Si de Betancur se podía decir que era más popular que su gobierno, de Barco es necesario decir que es menos impopular que su gobierno.
En fin, es de todos modos prematuro juzgar la administración Barco apenas seis meses después de iniciada. Por ahora, las expectativas generadas durante la campaña electoral se conservan en su mayoría y puede afirmarse que Virgilio Barco presidente sigue siendo tan enigmático como Virgilio Barco candidato.--