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Plan cabecillas

Con operaciones de ataques aerotransportados se inicia una nueva etapa en la cacería de los jefes guerrilleros.

12 de diciembre de 2004

En los primeros días de septiembre, detectives del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) lograron reunir una información muy importante. La labor de inteligencia les había permitido ubicar el que se había convertido en uno de los campamentos principales del frente 16 de las Farc, a cargo del Tomás Medina Caracas, alias 'El negro Acacio'. Ese frente es uno de los más activos que tienen las Farc en el negocio del narcotráfico en el oriente del país y es considerado la caja registradora de ese grupo guerrillero.

Con esa información en su poder, los hombres del DAS acudieron a la Policía con el objetivo de trabajar los datos recolectados y empezar un operativo conjunto. Los detectives y los oficiales de inteligencia de la Policía Antinarcóticos trabajaron durante varias semanas en la confirmación de datos, lugares y nombres. Con sobrevuelos de aviones espía de la Policía y la DEA vigilaron durante varios días el campamento localizado en una de las regiones más inhóspitas del país. Estaba escondido en medio del espeso follaje de las selvas del departamento de Vichada entre los corregimientos de Puerto Príncipe y Guerima, cerca de la frontera con Venezuela.

Las semanas de control sobre el lugar permitieron establecer que el campamento era el corazón del frente 16 de las Farc ya que era el sitio de presencia permanente de una de las columnas móviles más estratégicas para ese frente, la Hermides Molina. Establecieron también que en el lugar permanecía uno de los subversivos más buscados por la justicia colombiana, Efraín Méndez, conocido con el alias de 'Gochornea'. Este hombre tiene 25 órdenes de captura de la Fiscalía, el mayor número de requerimientos judiciales en el país, incluso superior a los del 'Mono Jojoy' o el propio 'Tirofijo'. Por encima de esto, 'Gochornea' es uno de los lugartenientes de confianza de 'Acacio' ya que es el encargado directo del abastecimiento de todo el frente 16, de realizar los intercambios de armas por droga y del manejo financiero de esa facción subversiva.

Con todos estos datos en su poder y por tratarse de una zona a la cual difícilmente podría llegar tropa por tierra, los hombres de inteligencia de la Policía se aliaron a la Fuerza Aérea (FAC) para efectuar una operación poco común: un ataque relámpago aerotransportado. Se trata de un asalto realizado por pequeños comandos especiales que, una vez llegan a su objetivo en helicópteros, efectúan capturas y destrucción de campamentos y laboratorios en un tiempo máximo de 10 minutos, al cabo de los cuales salen del lugar.

El antecedente más reciente de ese tipo de acciones en el país ocurrió el 5 de julio pasado, cuando durante la Operación Bambú, un grupo élite de la Policía apoyado por helicópteros de la FAC atacó y destruyó el campamento del frente 43 de las Farc en una zona del sur del Meta. El éxito de esa operación dejó en claro que para la Fuerza Pública sí era posible cazar y buscar a los jefes guerrilleros en los lugares más remotos de las selvas sin los inconvenientes logísticos y económicos que implica una gran movilización de tropa. "Son operaciones de un alto valor estratégico que tienen objetivos muy específicos, como son los cabecillas o sus campamentos. Se basan en una gran labor de inteligencia y en una excelente labor de coordinación de recursos, especialmente con la Policía", dijo a SEMANA el general de la FAC Jorge Parga. "Al llegar hasta lugares en los que los delincuentes se creían a salvo, queda en claro que podemos buscarlos en cualquier sitio en donde están escondidos, y eso por sí mismo tiene un efecto sicológico muy importante, los obliga a movilizarse y produce una gran desorganización interna en los frentes", afirma el general Parga

Ese precedente fue el que permitió que el pasado 21 de noviembre se efectuara otra experiencia de ese tipo: la Operación Guicocha. A las 4:30 de la mañana de ese domingo despegaron tres helicópteros Arpía y tres Black Hawk de la base militar de Carimagua, en el Vichada. Viajaban 60 hombres jungla de la Policía armados hasta los dientes. Mientras ese operativo era coordinado por el director de la Policía Antinarcóticos, general Luis Alberto Gómez Heredia, simultáneamente el comandante de la base de la Fuerza Aérea de Apiay, el general Parga, dirigía las operaciones y el despegue de dos aviones de combate OV-10, el avión fantasma y el avión plataforma de inteligencia. Los dos oficiales eran los responsables del ataque que comenzó 50 minutos más tarde, cuando todas las aeronaves estaban encima del campamento del frente 16.

Los tres Black Hawk que transportaban al comando Jungla descendieron sobre un cultivo de coca cerca del campamento. Los uniformados formaron una línea de defensa para contener el nutrido fuego con el que los recibieron los guerrilleros. Una vez despegaron, los Black Hawk se unieron a los Arpía y los OV-10, que desde el aire repelieron el ataque de otra columna de guerrilleros que intentó emboscar por la retaguardia a los jungla que estaban en tierra. Después de varios minutos de una intensa balacera, los guerrilleros comenzaron a huir por la selva. Los hombres de la Policía ingresaron a las instalaciones del campamento, y aparte de una inmensa bodega con todos los víveres del frente 16 encontraron parte de lo que habían ido a buscar: todos los documentos y detalles sobre los movimientos financieros, socios y rutas del frente para el narcotráfico. También, fotografías de un gran número de los integrantes de esa facción. Después de recolectar todos los documentos, los uniformados destruyeron el campamento y un laboratorio con capacidad para producir una tonelada de cocaína. Diez minutos después de haber llegado partieron de nuevo rumbo a las bases.

Aparte de su espectacularidad y alto nivel de riesgo, la importancia de este operativo consistió en que fue una prueba contundente de que cuando hay trabajo conjunto, confianza y determinación es posible atacar, como se hace con los carteles de la droga, todos los eslabones de las estructuras de la guerrilla sin importar en dónde estén escondidos.

Estas operaciones se han convertido también en una especie de laboratorio que le ha servido al gobierno para empezar a diseñar una estrategia aún más ambiciosa. Conocida como Plan Cerbero, en pleno desarrollo en el Ministerio de Defensa, consiste en aplicar de manera más amplia el modelo de ataques relámpago en contra de objetivos puntuales, concretamente los principales líderes guerrilleros. Con apoyo económico y técnico del gobierno de Estados Unidos se pretende que las Fuerzas Militares estén en capacidad de efectuar con mayor frecuencia operaciones como Bambú o Guicocha. La iniciativa, que estará en plena ejecución a partir del próximo año, pretende convertirse en el punto de quiebre en la guerra.