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Álvaro Uribe fue elegido por votación como El Gran Colombiano. | Foto: SEMANA

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Polémica por la elección de ‘El Gran Colombiano’

El Espectador asegura que este es el precio de “votar la historia” y que Uribe no nos representa.

24 de junio de 2013

A pesar de que el periódico El Espectador era uno de los aliados del concurso El Gran Colombiano, el diario estuvo en desacuerdo con la elección del expresidente Álvaro Uribe como el personaje más importante en la historia del país. Esa casa editorial consideró el gran riesgo de poner la historia a votación y sentó su posición a favor el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.

Lea la editorial completa. 

Votar la historia

Desde hace unos meses El Espectador viene haciendo el acompañamiento a una votación que, de acuerdo a la voluntad de la gente, elige al “Gran Colombiano” de la historia.

El proceso lo hicimos en conjunto con el canal History, que ha aplicado el mismo formato en otros países y que anoche emitió el resultado. Nosotros promocionamos la contienda, hicimos los perfiles de todos los personajes nominados, muchos de ellos fundamentales para la historia colombiana, y, más importante, participamos en una serie de debates académicos alrededor de esta idea de pensar en el personaje insignia de nuestra historia.

Siempre creímos, y todavía creemos, en la bondad del ejercicio. No sólo por reconocer a un personaje entre muchos, sino, más que eso, porque el atractivo que genera el popular formato del canal sirve para hacer la reflexión, tan necesaria en las sociedades en situaciones retadoras, de identificar ideales y patrones que han servido en su conformación republicana y que pueden contener la esencia sobre la que se sustentan las respuestas a su futuro. Más que un personaje para mostrar, siempre nos interesó el proceso.

Con todo, había un personaje para escoger y las urnas virtuales de History Channel han dado su veredicto: el Gran Colombiano de la historia, según esta votación, es el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Lo cual dice mucho de nosotros. Y, claro, también de esta idea de hacer la historia por votación. No queremos restarle ningún mérito al expresidente, pero no podemos dejar de notar que su triunfo tiene mucho que ver con el contexto político actual (marcado por la polarización) de un país que sigue en una guerra que su gobierno quiso eliminar y que contó con un apoyo masivo —y reciente— de la población nacional.

Esto fue apenas un experimento. Al votar la historia se corre ese riesgo, y resulta útil para medir qué tan relacionadas están las personas con el pasado. No queremos criticar al expresidente. Sin embargo, no pensamos que él sea el Gran Colombiano de la historia. Y no porque le falten méritos (eso es harina de otro costal), ni porque no creamos que su obra quedará en un pedazo del tren de la historia. Pero creemos que su personalidad y su manera de concebir la institucionalidad democrática están lejos de ser las más importantes para los colombianos.

Así como hicimos seguimiento de este proceso, y aceptamos al ganador, nuestra fe siempre estuvo en que ese reconocimiento fuera para el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Por todo.
No solamente por hacerle un honor al arte y a las letras, que probablemente tienen mucho más que decir sobre nosotros que la política, sino porque esa pluma independiente, repleta de carpintería literaria, logró construir una identidad colectiva. Su escritura trascendió ampliamente las esquinas de la intelectualidad para convertirse en algo del día a día.

El Macondo que construyó con la sola ambición de su pluma, ha enriquecido la lectura de millones. Su misma historia de vida es admirable: salir de su Aracataca natal con una rebeldía sólo inspirada en los libros (“lo único que quiero en la vida es ser escritor”, dijo en su autobiografía), para construir, entre prostíbulos costeños y buhardillas francesas, parte de lo más granado de la literatura universal. Como se escuchó decir en algunos de los debates en universidades, del colombiano del que se hablará en un siglo será de él y posiblemente de ninguno otro.

El resultado, entonces, no nos satisface. Lo cual no significa que no hayamos encontrado sumamente interesante (y diciente) todo este proceso: saber en qué términos miran las personas el relato de nación. La conclusión, a la que se ha llegado miles de veces es que los colombianos seguimos embebidos en un estado de eterno presente. Aún falta mucho por construir. Y esa conclusión, no más, ha valido el ejercicio.