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Por qué Colombia necesita una izquierda

No vengan a decir que en Colombia lo que hace falta es derecha, cuando es lo único que hay, incluso en lo que llaman izquierda. Lo que hace falta es izquierda y no la hay.

Antonio Caballero Holguín
30 de octubre de 2000

Colombia no necesita una derecha, como me dicen que dice en esta misma revista Plinio Apuleyo Mendoza, en un artículo del cual sólo conozco el título pero que, en cuanto salga, leeré con indignación. Porque Colombia no necesita una derecha: tiene derecha de sobra. Todo es de derecha aquí. No sólo el propio Plinio Apuleyo Mendoza es de derecha; ni únicamente ese que llaman “candidato presidencial de la derecha”, Alvaro Uribe Vélez. También son de derecha el presidente de la República Andrés Pastrana, y el comandante de las Farc Manuel Marulanda, y los cardenales López Trujillo y Castrillón, y el jefe de las autodefensas Carlos Castaño, y los candidatos presidenciales Noemí Sanín, que está a la derecha del Papa Wojtyla, lo cual es mucho decir, y Horacio Serpa, que se dice de izquierda pero que si lo fuera no podría ser candidato presidencial. Son de derecha los generales y los empresarios, los policías y los narcotraficantes, los ganaderos y los maestros, las reinas de belleza y los atracadores. Y la totalidad de la prensa —o casi—, desde los dueños y los editorialistas hasta los caricaturistas y los telefonistas encargados de colocar anuncios por palabras. ¿O es que creen ustedes que, digamos, Enrique Santos Calderón, que fue de izquierda o creyó serlo en su ya remota juventud, no es de derechas? Lean sus editoriales y me cuentan. ¿Y Pachito? ¿Y Rafael? ¿Y Pepón? ¿Y el padre Gallo, o Llano, o como se llamen (¿Restrepo?) esos curas que escriben en El Tiempo? O los de El Espectador: a la derecha de Goebbels, el ministro de Información de la Alemania nazi, sólo es posible situar a Carlos Lleras de la Fuente. Para no hablar del propietario del periódico, Julio Mario Santo Domingo. Ya sé que él, en una entrevista concedida en Barú al periodista Roberto Pombo, se proclamó defensor de los pobres contra los abusos de los ricos. Pero, sinceramente, no lo creo sincero. Y los Lloreda de Cali. Y los Galvis de Bucaramanga. Y los Gómez Martínez de Medellín. Derecha pura, derecha dura, derecha a la derecha de la más extrema derecha de que se tenga constancia en los anales de la historia universal: ni el general Millán Astray, jefe de la Legión española en tiempos de la ‘cruzada’ de Franco; ni el rey Senaquerib de Asiria, que hace 4.000 años hizo pasar a cuchillo a toda Mesopotamia; ni siquiera el mismísimo dios Jehová de los israelitas, padre fundador de todos los fascismos, fue tan de derecha como logra serlo, sin esfuerzo, cualquier editorialista o columnista o simple notista de farándula o de sucesos de un periódico colombiano de hoy.

Y SEMANA, claro. ¿Ustedes no se han dado cuenta de que María Isabel Rueda o Lorenzo Madrigal no son de izquierda? No voy a hablar del dueño, Felipe López, que es tal vez el único colombiano que reconoce en público ser de derecha. Pero ¿y yo mismo? Si fuera de izquierda, no escribiría en SEMANA. Pero entonces tampoco tendría en donde escribir, pues en Colombia no existen publicaciones de izquierda ¿Voz, del Partido Comunista? Derecha burocrática. ¿Resistencia, la revista de las Farc? Ultraderecha: su prédica (y el que predica siempre es de derecha) es la misma del fascismo de hace 50 años: acción intrépida y atentado personal.

Derecha inconsciente de serlo. Por decirlo así: natural, como la de las fieras en la selva. Porque resulta que en Colombia no sólo son de derecha los que lo son en todas partes, y es normal que lo sean en función de sus propios intereses: los ricos, los policías, los curas, los dueños del poder y de las cosas. Sino también todos los demás. Los colombianos son —somos— visceralmente de derecha: hombres o mujeres, ricos o pobres, y cualquiera que sea el calificativo ‘político’ que nos demos a nosotros mismos: liberales o conservadores o comunistas o últimamente ‘socialdemócratas’ o ‘cristianos’, o lo que se nos ocurra. Tenemos ideas, instintos, sentimientos de derecha. La raza superior —nosotros, aunque los demás no lo hayan notado—; el jefe —Gómez, López: el que sea—: el Pueblo —el nuestro, claro—: “nuestro pueblo”, decimos todos con acento de dueños descontentos. Somos machistas, y nos creemos machos. Somos racistas, y nos creemos blancos. Somos nacionalistas y xenófobos, y nos creemos mejores: más inteligentes, más cultos, con más ‘malicia indígena’ (pues no nos privamos de nada), y dueños del mejor idioma español, de la más amplia biodiversidad, de las más altas cumbres andinas, del mayor número de mares y de océanos y de climas y de todo: la cocaína de mejor calidad, las más bellas playas, el café más suave, las más verdes esmeraldas del mundo, y por añadidura García Márquez y Fernando Botero y César Rincón y Lucho Herrera y Carlos Vives. Y los mejores asesinos, y los más hábiles ladrones. Tenemos los dos elementos fundamentales que constituyen la mentalidad fascista: nos creemos superiores a los demás, y nos despreciamos a nosotros mismos.

Y nos gustan los métodos de la derecha: la violencia y la trampa.

Y, en cambio, despreciamos las virtudes de la izquierda, que son las de la civilización: las de la superación del estado de naturaleza. Las virtudes de la izquierda son las que propuso —y sólo a medias logró imponer— la revolución francesa de 1789, y en su espíritu habían sido anunciadas por la inglesa y por la norteamericana: la libertad, la igualdad, y la fraternidad. Los colombianos odiamos la libertad: queremos ser esclavos de quien sea, y además tener esclavos; y, por favor, que no se nos exija pensar por nuestra cuenta. Odiamos la igualdad: a ver si es que éste se va a creer igual a mí (digamos: a ver si Plinio Apuleyo Mendoza piensa que yo, o a ver si Antonio Caballero piensa que él…: ¡por ningún motivo!) Y odiamos sobre todo la fraternidad: nos da asco.

Es que somos de derecha.

Cuando en Colombia ha existido algún embrión de izquierda, sea individual o colectivo, ha sido de inmediato excluido, y a continuación extirpado, y para terminar suplantado por algo de derecha. Excluido: la herencia de la intolerancia española, desde la Inquisición religiosa hasta el Frente Nacional. Extirpado: desde el asesinato de los jefes (que ya por serlo, por ser ‘caudillos’, eran en esencia de derecha ellos mismos: Uribe Uribe o Jorge Eliécer Gaitán) hasta el exterminio de las bases: lo que se hizo, en los tiempos de Barco y Gaviria, con la Unión Patriótica, que ha sido el único partido político civil y desarmado que ha existido en la historia de Colombia. Pues todos los demás han sido de derecha: militaristas y armados. Y finalmente, digo, cualquier embrión de izquierda ha sido suplantado, puesto que al ver el hueco que quedaba vacío han querido ocuparlo los oportunistas de la derecha (López Michelsen con su MRL) o los idealistas mesiánicos de la izquierda (el cura Camilo Torres con el ELN): pues ha sido tal la carencia de la izquierda en Colombia, que hasta los oligarcas y los curas han podido tomar su puesto.

(Cómo será la cosa, que hasta Plinio Apuleyo Mendoza creyó, algún día, que era de izquierda. En cuanto a mí, ya veremos.)

Hoy en día, año 2000, tampoco existe izquierda en Colombia. Lo que la suplanta, usurpando su lugar y pervirtiendo su función, es la guerrilla armada: una organización que es, en su espíritu, en sus métodos y en sus objetivos, de extrema derecha. Jefecillos fascistas rurales, como ‘Romaña’ o el ‘Mono Jojoy’ en las Farc o los herederos del nacional-clericalismo stalinista del cura Pérez en el ELN, a quienes los ideólogos universitarios (digamos Alfonso Cano) intentan interpretar a la luz del leninismo. El leninismo, raíz de todo mal. Pues fue Lenin quien históricamente pervirtió a la izquierda marxista al derechizarla para que pudiera conquistar el poder. Al militalizarla en su organización y en sus métodos, y al cambiar radicalmente sus objetivos: no ya la defensa ante el poder, sino la conquista del poder. Un fascismo de los pobres. O, mejor, un fascismo en nombre de los pobres.

En fin: el hecho cierto es que en Colombia sólo hay derecha, y no existe la izquierda: ni siquiera esa izquierda residual que todavía sobrevive en otras partes del mundo tras el triunfo generalizado del fascismo en su doble versión: la neoliberal y la stalinista. No existe la izquierda, y sin embargo sería bueno que existiera, puesto que es el imperio incontestado de la derecha el que nos ha traído al horror que vivimos. Sería bueno que existiera una izquierda, no para que buscara el poder —pues la izquierda en el poder se vuelve derecha: la derecha es el poder—; sino para que llenara su función natural (o, más bien, artificial: civilizada y civilizadora), que es la de servir de resistencia ante el poder. O sea, la se servir de oposición. Una oposición que, si la derecha —o el poder— fuera lo que en otros ámbitos se ha dado en llamar “civilizada” (lo cual quiere decir izquierdizada: impregnada de las virtudes de tolerancia de la izquierda), no estaría obligada a defenderse a tiros. Es decir, a volverse de derecha.

De modo que no vengan a decir que en Colombia lo que hace falta es derecha, cuando es lo único que hay, incluso en lo que llaman izquierda. Lo que hace falta es izquierda y no la hay.

Ah, sí, pero ¿y los Estados Unidos? Sí: el gobierno de los Estados Unidos representa la derecha a escala planetaria, y ayuda y respalda a la derecha de aquí (y a la de todas partes). Pero se trata de defenderse también de esa derecha.