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Las ideas de Mockus pueden ser ingenuas, demasiado teóricas y utópicas, pero en todo caso no son peligrosas

ELECCIONES 2010

Por qué Mockus

Inteligente, honesto, responsable. Indeciso, ingenuo, depresivo. Estos son algunos de los rasgos de este personaje que puso a soñar a los colombianos con que se puede cambiar la naturaleza humana.

12 de junio de 2010

Quienes llegan al poder con la bandera del cambio suelen ser dos tipos de personas: las que utilizan el voto de protesta como un truco para ganar las elecciones, pero que una vez en el gobierno terminan siendo más de lo mismo, y las que sí representan un cambio genuino pero en el camino se convierten en peligrosos gobernantes. Este último caso ocurrió con Hugo Chávez en Venezuela, que prometió sacar a los 'escuálidos' del poder y terminó siendo un populista irresponsable y un agresivo expansionista, y con Khomeini en Irán, que con la promesa de volver al auténtico islam terminó produciendo un baño de sangre y un profundo conflicto con Occidente.

Pero la verdad es que en la mayoría de los casos el llamado al cambio es más retórica que una realidad. Esa bandera ha sido una carta ganadora en múltiples procesos electorales. En Estados Unidos, donde el cambio como recurso electoral es denominado "running against Washington", el último en utilizarlo fue Barack Obama, cuyos afiches tenían una sola palabra: "Change". En América Latina con esa idea llegaron también a la presidencia Lula da Silva en Brasil y Vicente Fox en México. Y hasta Andrés Pastrana en Colombia, cuyo lema de campaña era 'El cambio es ahora'. La modalidad es tan universal que en la República Checa acaba de terminar una contienda en la que uno de los partidos protagonistas se llamaba 'Al carajo con los políticos'.

Pero el caso de Antanas Mockus es muy distinto: él sí encarna el cambio real pero en la práctica no es peligroso. Eso lo demostró en la Alcaldía de Bogotá donde hizo una revolución cultural que copiaron otras metrópolis. Y aunque sus invocaciones a una sociedad mejor donde no todo vale pueden ser consideradas utópicas o teóricas, son de todo menos peligrosas.

Antanas Mockus es el candidato perfecto para el voto de protesta. Es el símbolo perfecto de lo que se denomina un outsider. Un matemático como él, maestro y doctor en Filosofía, es escaso en el mundo de la política. Mockus resolvió el eterno dilema del divorcio entre la academia y la realidad: se metió en la política para darles un uso práctico a sus reflexiones filosóficas. Cuando le ofrecieron ser candidato a la Alcaldía de Bogotá aceptó solo "si podía hacer pedagogía" porque para él "la política es la acción pedagógica en su escala máxima".

¿Qué hace pensar que con Antanas Mockus el cambio es real? Hay dos marcas que le ponen un sello único en el tinglado político. La primera es el uso que él hace de un arsenal de símbolos para gobernar. Y la segunda es el concepto de honestidad como la primera regla de gobierno. La combinación de estos dos elementos es lo que llegó a producir hasta hace apenas un mes el fenómeno Mockus.

Los símbolos de Mockus, para él, no son un simple acto de un tipo muy creativo. Considera que nacen de una teoría filosófica y por ello se convierten en mecanismos de transformación. La teoría del profesor es sencilla: en Colombia, a diferencia de otras sociedades, abundan las incongruencias entre la ley, la moral y la cultura. Y su tarea es inventar la manera para poner en sintonía esos universos.

Esas buenas intenciones, sin embargo, acabaron enfrentadas a la realpolitik colombiana. En las últimas semanas la fórmula de Mockus se ha desinflado. Estrategias que pudieron funcionar a nivel distrital no necesariamente han funcionado ante una audiencia nacional. Algunos de sus principios y metáforas pegaron más que otros. El concepto de que "no todo vale" sintetizó lo mejor de su campaña. La evocación de que la vida y los dineros públicos son sagrados al final terminó siendo considerada más utópica que práctica. Y la teoría de que con un lápiz se gana la guerra contra el 'Mono Jojoy' finalmente no convenció.

A esto se suma que entre más evidente se volvió la bondad de sus intenciones también empezó a quedar claro que tenía grandes vacíos en relación con el funcionamiento del Estado a nivel nacional. Eso en cierta forma era lógico teniendo en cuenta que a diferencia de sus rivales no había contado con el tiempo suficiente para elaborar una plataforma programática detallada. Pero en todo caso, ese vacío lo llevó a patinar en los debates y a tener que hacer rectificaciones posteriores que le hicieron daño.

La otra bandera que ha ondeado Antanas Mockus en esta campaña es la de la honestidad. Su imagen de hombre impoluto le hizo ganar en el pasado batallas importantes. En su primera campaña a la alcaldía confesó que había tenido que sobornar a un patrullero y eso se volvió el detonante de su victoria. Para lanzarse a la segunda alcaldía tuvo que pedir perdón por haber renunciado a la primera sin terminar su periodo. Y hace unas semanas, cuando su candidatura tomó fuerza, también se encargó de decirle al país que le habían diagnosticado la enfermedad de Parkinson. Ni siquiera es capaz de callar en temas que en otras partes del mundo serían un suicidio político, como es anunciar que va a poner impuestos.

Sin embargo, tanto la honestidad como la vena filosófica pueden terminar siendo, en una campaña política, un talón de Aquiles. Esa fórmula le jugó una mala pasada en las elecciones de 2006, cuando lideró una lista al Congreso, con varios intelectuales de categoría, y no ganaron ninguna curul. El país todavía los recuerda como los que se pusieron una especie de queso gigante en la cabeza que no le decía nada a nadie.

Y la honestidad, cuando se acerca a la santidad, puede ser una gran virtud o llegar a rayar con la ingenuidad y el pecado de la pretensión. Al fin y al cabo, los otros candidatos a la Presidencia, Santos, Pardo, Petro, Sanín y Vargas, no pueden ser tildados de deshonestos. En Estados Unidos los dos presidentes más puros en el sentido mockusiano fueron Abraham Lincoln en el siglo XIX y Jimmy Carter en el XX. El primero es considerado universalmente como el mejor mandatario que ha tenido esa nación. El segundo, que llegó a la Casa Blanca como reacción al escándalo de Watergate con el eslogan 'I will never lie' (Nunca mentiré), ha sido considerado por muchos historiadores como el peor. Curiosamente el tercero en esta lista es Barack Obama, otro presidente con aureola de santo. Nadie sabe aún en cuál de las dos categorías anteriores va a quedar.

Lo mismo sucede con Antanas Mockus. De ser elegido presidente puede llegar a representar el cambio que millones de colombianos anhelan o ser el hombre ingenuo aplastado por la complejidad de un país amenazado con guerrilla, bandas armadas y narcotráfico.

Los rasgos de su carácter son contradictorios y no permiten hacer apuestas en uno u otro sentido. Sin duda alguna es enormemente inteligente. Hay quienes dicen que es el más inteligente de los que han pasado por el Liceo Francés de Bogotá. En 2004 fue invitado como profesor visitante en la Universidad de Harvard y recibió el título Honoris Causa como Doctor en Filosofía en la Universidad de París. Y en 2005 fue invitado como investigador en la Universidad de Oxford, Inglaterra.

Ese empaque de académico tiene consecuencias también en su desempeño político. Definitivamente no es un gran ejecutivo. Se demora en tomar decisiones, por ejemplo. Para armar su primer gabinete de alcalde se tomó casi dos meses y medio. Y ese gabinete tuvo un perfil parecido al de Antanas: honesto, idealista y sin experiencia en la gestión pública. Las reuniones con su equipo podían tomarse seis, siete y hasta ocho horas sin llegar, a veces, a una decisión.

Si uno de sus defectos como gerente es la indecisión, su principal virtud es la responsabilidad. No es nada populista y cuida los dineros públicos como si de verdad fueran sagrados. Tanto que algunas veces no se atreve ni a gastarlos.

A eso se le suma que aunque es muy racional a la hora de tomar decisiones, es también una persona emotiva hasta las lágrimas. Más que eso, se puede decir que es una persona depresiva como él mismo lo ha reconocido. Ese rasgo, sin embargo, no lo inhabilita como jefe de Estado. Haciendo otra vez alusiones históricas, Abraham Lincoln y Winston Churchill padecían con frecuencia depresiones profundas. En su autobiografía, el Primer Ministro inglés se refería a ellas como "my black sheep" (mi oveja negra) y confesaba que le tocó aprender a manejarlas. En todo caso su ciclotimia no le impidió ser el gran héroe de la Segunda Guerra Mundial.

En conclusión, en lo que todo el mundo está de acuerdo es que Antanas Mockus es diferente. Tan diferente que tal vez millones de colombianos no lo entendieron o sintieron miedo en el momento de votar por él en la primera vuelta. En un país con problemas tan concretos como la pobreza, la desigualdad, la violencia, la guerrilla, el narcotráfico y la corrupción, su confianza en que se puede cambiar la naturaleza humana parecía más un sueño que una realidad. Pero habla muy bien de él y del país que un hombre de sus quilates intelectuales y morales, sin palancas, dinero o maquinarias, haya puesto a soñar a una nación y esté peleándose la Presidencia de la República.