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Oscar y Luis Carlos tejen en la cárcel Picaleña. | Foto: Samuel Salinas / Semana.com

REPORTAJE

Tejen desde la cárcel Picaleña para ser libres

Condenados a 24 años de cárcel esperan reducción de penas y reinsertarse en la sociedad.

Samuel Salinas Ortegón /Enviado especial Semana.com
30 de agosto de 2014

La cárcel no es la universidad del delito. Al menos no para Oscar Armando Escobar y Luis Carlos Cárdenas, dos hombres que no solo coinciden en su edad (38 años), sino también porque purgan altas penas por delitos diferentes y por hechos aislados en la penitenciaria de Picaleña a las afueras del caluroso  Ibagué, Tolima.

Las manos gruesas y fuertes de estos dos internos que antes fueron protagonistas, por un lado, de un acceso carnal violento y por otro, del homicidio de dos personas, ahora tejen mochilas con la habilidad de cualquier costurera de barrio o el refinamiento de las indígenas Wayú en La Guajira. Por su trabajo pueden recoger uno 200 mil pesos que usan para sus gastos.

Mala decisión

Oscar, hasta el día en que fue preso, era maestro de construcción y llegó a tener a su cargo cerca de 80 obreros. Dice haber hecho tres edificios de 12, 7 y 6 pisos. No le iba mal, pero una mala decisión cuando conoció a una menor de edad lo llevó a prisión por 24 años.

Él prefiere guardase lo que pasó, pero a la vez acepta su error y por eso todos los días se levanta a las 5:30 a. m. para tomar aguja e hilo y de esta manera unir las hebras que lo hacen libre. “A uno se le olvida todo… que está encerrado y se concentra en lo que hace”, reconoce mientras su boca filtra pequeñas sonrisas que desdibujan la percepción del preso rudo y matón que se ve en las películas.

Lo primero que pierde un preso es su hogar. Oscar no es la excepción, lejos de la cárcel de Picaleña, en la ciudad de Villavicencio, viven su esposa y tres hijos, además de su madre que solo lo ve cada seis meses ya que él le ha pedido que no lo visite porque le “parte el alma” verla llorar cuando se despide. 

Las manos de Carlos ya no guardan el rastro de aceite y no huelen a gasolina como cuando trabajaba en la reparación de motos y guadañadoras. Él, hijo de humildes campesinos del Tolima que se fueron a vivir a San José del Guaviare a buscar mejor fortuna, terminó preso cuando un amigo le aseguró que en una finca encontrarían 400 millones de pesos, dinero de una venta de ganado que habían hecho dos esposos ancianos. Hoy paga una condena de 25 años por hurto y homicidio agravados.  Temeroso y dubitativo, no entra en detalle por sus hechos.

Cada que puede, Carlos llama a su hijo para preguntarle cómo va en el colegio, si ya hizo las tareas y se alegra porque como dice él “es juicioso”. En eso gasta parte de su dinero, en mantener un contacto con su hijo que solo puede visitarlo en diciembre, una vez cada año.

Ahora espera que con el trabajo pueda reducir la pena y por eso cuando teje o hace los zapatos para mujer, manufactura collares, o le mete la mano a lo que le pongan encima, solo piensa en que cuando salga se va a especializar en el tejido para poder hacer de esto, una pequeña industria. “La idea mía es salir de acá y dedicarme a este trabajo”.  

Liberar a los presos

Esto no sería posible sin el convenio entre el INPEC y el Centro de Industria Regional del Tolima del SENA. Esta última entidad es la encargada de dictar cursos que en cierta forma liberan a los presos ya que los saca la monotonía de una cárcel, del encierro, de las grisáceas paredes de hormigón, de los días sin fin. También porque pueden llegar a reducir la pena hasta en 120 días por cada año de trabajo.  

Yenny, Lizmory, Deyanira y Mariana, mujeres de batas blancas y sonrisas incansables, hacen parte del grupo de ‘profes’, como les dicen los internos, que diario capacitan a hombres y mujeres que pagan sus condenas
y en algunas ocasiones se vuelven sus cómplices y confidentes.

Pero en medio de la justicia que brinda el pagar un delito, existe una pizca de injusticia, reconoce la educadora del Sena Mariana Castrillón. Por un lado, la empresa privada no los apoya no hay materiales ni formas de comercializar los productos. Por otro, “a ellos se le tilda de las perores personas, pero he podido comprender que es gente que se ha equivocado en un proceso de vida y tiene derecho de cambiar”.

Así también lo cree el teniente del INPEC y responsable de la Atención y Tratamiento de los Reclusos, Luis Arias. Para él, las clases de alfabetización, primaria y secundaria, universitarios, artesanías, y otras actividades, son un motor de cambio. “Este es un proyecto de vida diferente al que ingresaron. Quieren ser productivos y ser parte de la sociedad, aunque depende de la voluntad de cada uno”. Hay otro beneficio, un mejor manejo y control de los internos.   

En pasarela

Una luz puede verse al final del túnel para que el trabajo y comercialización de productos estas personas pueda verse. Por primera en un evento de moda de categoría como Ibagué Maquila y Moda, los tejidos de Oscar y Carlos además de los trabajos de otros internos, tuvieron un espacio entre super modelos atrapadas por el flash de las cámaras y el corre corre de diseñadores reconocidos como Ricardo Piñeres o Adriana Santacruz.  

El stand que fue una iniciativa de la primera gestora del Tolima María Elsy Morales quien solicitó el espacio en una feria. “Ellos están haciendo un trabajo importante y eso nos ha permitió abriles las puertas y que hicieran su exhibición”, dijo el director de Ibagué Maquila y Moda, Julio César Mendoza. 

En la cárcel se aprenden a valorar las pequeñas cosas, como a tomar 1.200 envolturas de café para la unirlas como un tejido, una cadena y hacer una cartera de mujer que cuelga en el stand del INPEC en la feria, pero también a tomar el sol de a poquitos acortando cada paso mientras a Oscar y Carlos los llevan esposados a la celda y esperan otra oportunidad.