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Representantes del equipo negociador del Gobierno y de las FARC. | Foto: Archivo SEMANA

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La Mesa de La Habana: el personaje del año de SEMANA

A pesar del escepticismo y los tropiezos, los miembros de las delegaciones del gobierno y las Farc en La Habana fueron los principales protagonistas de 2015.

12 de diciembre de 2015

Son adversarios. Piensan distinto sobre casi todos los temas. Tienen valores diferentes y han vivido en mundos opuestos. Eran desconocidos los unos para los otros hasta hace poco, y en algunos casos fueron enemigos que intentaron matarse a toda costa. Desde hace tres años, sin embargo, están sentados en la Mesa de Conversaciones de La Habana, intentando superar sus diferencias a través de las palabras y construyendo un horizonte de futuro común.

De un lado, están los delegados del gobierno encabezados por Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo. El primero, un negociador nato que se crece en los momentos difíciles, ha sacado a flote las conversaciones en episodios críticos. El segundo, con su imperturbable personalidad, lleva las riendas de la negociación y maneja al detalle todos sus flancos.

Del otro lado, está casi todo el Secretariado y una parte del estado mayor de las Farc en cabeza de Iván Márquez, considerado el más doctrinario de los jefes de esa guerrilla. Como negociador ha encabezado una delegación que no cede fácilmente en sus posiciones. Tiene experiencia en casi todos los campos posibles para un insurgente. A su lado, siempre está Jesús Santrich, un ideólogo puro, quien finalmente redacta junto con Sergio Jaramillo los textos del acuerdo.

Este ha sido un año difícil para todos ellos y para el país entero. A lo largo de 2015 han sentido rabia, desconfianza, cansancio e impaciencia. También, a veces, admiración, respeto, reconocimiento y alegría. Han tenido largas horas de conversaciones, seguidas de momentos de silencios infranqueables. Muchas páginas de acuerdos puntuales, y otras en blanco. Algunas crisis y varias idas y venidas. En todo caso, todos ellos tienen la convicción de que la historia los ha puesto allí para ponerle fin a una guerra que ha durado medio siglo. Por eso soportan con cierto estoicismo las dificultades y desavenencias. Y las ha habido por montones.

Durante todo este año han estado intentando sacar adelante el punto más complejo y controvertido de la negociación: el de las víctimas. Este punto define la calidad que tendrá el acuerdo de paz de cara a la reconciliación pues está compuesto de verdad, de justicia y de reparación. Y aunque esta semana por fin se le dará la noticia al país de que queda definitivamente cerrado, llegar a un consenso ha sido un viaje lleno de tormentas.

Al principio, las posiciones eran muy distantes. Ambos lados temían poner las cartas sobre la mesa. Cuando empezaron a hablar de verdad, por ejemplo, hubo desacuerdos en la propia delegación del gobierno y un conato de salida de la mesa del general Jorge Enrique Mora. Muy pronto el presidente Santos comprendió que Mora era un elemento central para la confianza del proceso por parte de los militares y los empresarios. Por eso Mora volvió y luego también se sumó a la delegación el empresario Gonzalo Restrepo, para tender un puente entre la mesa y el sector privado, papel que tampoco le ha sido ajeno a Frank Pearl, quien ha estado desde la fase exploratoria.

La dificultad para desatrancar el punto de las víctimas tuvo como efecto que desde febrero la mesa empezara a trabajar en subcomisiones para avanzar en otros temas. Una para diseñar todo lo relativo al punto tres, del fin del conflicto, de la que hacen parte varios militares activos liderados por el general Javier Flórez. Del lado insurgente están Carlos Antonio Lozada y Joaquín Gómez, ambos miembros del Secretariado. Con un estricto bajo perfil, esta subcomisión ha diseñado minuciosamente las características del cese bilateral definitivo del fuego, la verificación y el monitoreo del mismo, así como la dejación de armas.

Otra subcomisión que ha trabajado incansablemente es la que encabezan el general Óscar Naranjo –quien renunció a ser el ministro del posconflicto– y Pablo Catatumbo. Busca establecer las garantías de no repetición, que también tiene que dar salida al espinoso tema del paramilitarismo. Naranjo conoce a fondo el panorama del crimen organizado y, como exjefe de la inteligencia policial, conoce bien los riesgos por enfrentar en un posacuerdo. Catatumbo también. Con 42 años de militancia es posiblemente uno de los más curtidos miembros de las Farc. Junto a él ha estado Pastor Alape, el hombre de las Farc que más ha contribuido a construir confianza con su contraparte y con la sociedad. Ha desempeñado un papel clave en las crisis y se ha puesto al frente de tareas como el desminado y el reconocimiento de hechos tan graves cometidos por las Farc como la masacre de Bojayá. Con ese mismo talante también han actuado Marcos Calarcá y Ricardo Téllez.

La subcomisión de la que hacen parte María Paulina Riveros, por el gobierno, y Victoria Sandino, por las Farc, ha sido clave para mantener el trabajo mancomunado, aun en los peores momentos.

Luego vino la larga crisis

En medio de ese desierto de resultados del primer semestre comenzaron a consolidarse gestos de ‘desescalamiento’. Las Farc iniciaron un cese indefinido del fuego, y el gobierno, en febrero, decidió suspender los bombardeos.

En abril, en un hecho desafortunado, las Farc atacaron una patrulla de soldados en Buenos Aires, Cauca, mataron a 11 de ellos y rompieron de facto su propia promesa de cesar las hostilidades. La respuesta del gobierno no se hizo esperar. En pocas semanas bombardeó varios campamentos, y cerca de 40 insurgentes murieron. La crisis puso en cuestión la premisa de negociar en medio de la guerra.

Los negociadores de las dos delegaciones estaban desconcertados. Había rabia, mutismo, confusión, posiciones distantes. También dolor. Tuvieron que controlar esos sentimientos durante los ciclos realizados en medio del fuego cruzado. La serenidad de ambas partes fue crucial para no echar por la borda lo logrado hasta entonces. También lo fue el papel de la comunidad internacional que ha rodeado el proceso todo el tiempo, gracias en buena medida a la gestión de la canciller María Ángela Holguín, quien este año se incorporó a la mesa.
 
En el peor momento, en junio, se logró anunciar el acuerdo para crear una comisión de la verdad. Pero se necesitaba algo más contundente que devolviera la esperanza en el proceso. Entonces el presidente Santos y Timochenko se prometieron acelerar en La Habana y desescalar el conflicto en Colombia.

Parte del ‘acelerar’ consistió en crear una comisión de juristas para encontrar una fórmula de justicia que sacara del atolladero a la mesa. En cuestión de mes y medio, supuestamente, la comisión había logrado su cometido y Santos se lanzó a tener un encuentro con Timochenko en Cuba, con apretón de manos incluido.

El 23 de septiembre el país y el mundo recibieron dos buenas noticias: había humo blanco en materia de justicia y había una fecha para firmar el acuerdo final: el 23 de marzo de 2016.
 
Las puntadas finales

El encuentro era necesario porque el respaldo al proceso estaba en su nivel más bajo, y Santos iba rumbo a la Asamblea de Naciones Unidas con el cometido de lograr un apoyo decisivo en materia de verificación. Pero resultó apresurado. El texto necesitaba precisiones y estas tomaron cerca de dos meses más y confundieron a la opinión pública, que percibía que en Cuba había una pequeña torre de Babel.

De nuevo la mesa estuvo tejiendo, no sin desaires y tensiones, una versión final del acuerdo, mientras avanzaba en temas como la búsqueda de desaparecidos, la reparación a las víctimas y la posibilidad de un cese del fuego bilateral y definitivo. A pesar de los incidentes, la sensación de ambas partes es que el proceso está en su fase final. Que es posible, a pesar de todo, tener un acuerdo en el primer semestre del año entrante.

Este año la negociación ha sido un camino lleno de abismos. Pero 2015 se cierra con un acuerdo sobre víctimas que será la punta de lanza para una transformación real del país. Para su reconciliación.

Los hombres y mujeres que hacen parte de esta mesa han estado a la altura de las dificultades. Han demostrado capacidad estratégica, inteligencia emocional, y mucho compromiso con el futuro. Cada uno de ellos ha hecho que el sueño de terminar un conflicto de 50 años esté cada vez más cerca. Ellos son un testimonio vivo de que los colombianos sí pueden resolver sus conflictos de manera civilizada. Que las personas, los países y las épocas cambian. Que Colombia puede dejar atrás su pasado violento.