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La aclaración del presidente de que no se trataba de una amenaza, sino simplemente del registro de lo sucedido en el pasado, eran válida pero no tranquilizó los ánimos.

CONTROVERSIA

La metida de pata de Santos

Las declaraciones del presidente en Medellín sobre la posibilidad de que las Farc se dediquen al terrorismo urbano si no hay acuerdo de paz alborotaron el avispero.

18 de junio de 2016

Pocas veces una declaración del presidente Santos ha tenido un impacto tan negativo como la que tuvo en el Foro Económico Mundial. Ante la pregunta de un empresario sobre qué sucedería si se pierde el plebiscito, el presidente contestó: “Tenemos información amplísima de que ellos (las Farc) están preparados para volver a la guerra, y a la guerra urbana, que es más demoledora que la guerra rural”.

Ante el escándalo que se armó, inmediatamente aclaró el alcance de sus palabras. Anotó que simplemente estaba registrando una realidad histórica: que cada vez que se rompe un proceso de paz se recrudece la violencia. En cuanto a la “guerra urbana”, señaló que desde la época del Mono Jojoy las Farc han dejado saber que su meta es llevar el conflicto a las ciudades.

Esa aclaración no apaciguó los ánimos. El problema fueron las palabras “tenemos información amplísima…”, que dejaron la impresión de que las Farc estaban amenazando a Santos o Santos estaba amenazando a la opinión pública. Y como la estrategia de Uribe ha sido la del miedo con el castro-chavismo, no quedaba nada bien parado el presidente al recurrir a la misma estrategia.

En realidad como se trataba de una respuesta improvisada es exagerado deducir que había una estrategia detrás. Esto hace pensar que el problema de la respuesta es que, como él lo explicó posteriormente, tiene mucho de verdad. Como la inminencia de la firma de un acuerdo ha reducido el nivel de confrontación con las Farc en un 90 por ciento, el país tiene la percepción de que las Farc ya no tienen la capacidad de hacer daño.

Es indudable que esta guerrilla se ha debilitado mucho en los últimos 12 años, pero también hay antecedentes históricos que demuestran que mientras más débil es un grupo, más recurre al terrorismo. Cuando se vuelve imposible tomar el poder por las armas, la mejor forma de hacerse sentir es recurrir a técnicas de terror. Es más fácil, más barato, más efectivo y genera una gran sensación de impotencia en la sociedad y de poder en los violentos, como sucedió en el Club El Nogal de Bogotá hace 13 años. Igualmente, pocos recuerdan ahora el rapto de los 11 diputados del Valle a plena luz del día en Cali con el desenlace fatal de todos muertos menos Sigifredo López. Y antes de eso, el secuestro masivo que tuvo lugar en el edificio Miraflores, uno de los más elitistas de Neiva.

La afirmación del presidente de la “amplísima información” no parece creíble. La realidad es que la mayoría de las acciones urbanas de las Farc, con excepciones como la bomba en El Nogal, ocurrieron antes del gobierno de Álvaro Uribe. Durante este esa guerrilla fue arrinconada en la periferia y le tocó replegarse a su retaguardia rural. Por otro lado, los líderes que desarrollaban acciones urbanas, como Carlos Antonio Losada, jefe de la red urbana Antonio Nariño que operaba en Bogotá, y Óscar Montero, el Paisa, a quien se le atribuye la bomba de El Nogal, están negociando en La Habana y el proceso se encuentra tan avanzado que no están pensando en poner bombas en las ciudades, sino en firmar la paz.

Puede ser lógico que las dos partes que están sentadas en la mesa tengan un plan B por si fracasan las negociaciones. Pero a estas alturas no es un plan detallado sino más bien un concepto abstracto, pues tanto el gobierno como las Farc están convencidos de que el proceso está en un punto sin retorno. Aun si el plebiscito se pierde en las urnas es previsible que se encontrarán fórmulas para no volver a la guerra.

Por lo tanto lo que sucedió con el presidente en Medellín no fue tanto una amenaza como una metida de pata. En una situación espontánea las palabras le salieron mal. Muy mal.