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Las FARCexcedieron en la puesta en escena de su pedagogía de paz. | Foto: Archivo particular

PROCESO DE PAZ

El plebiscito: la verdadera raya roja de Santos

Las diferencias sobre la refrendación, y no la pedagogía de paz, han roto la confianza en la mesa de La Habana.

Marta Ruiz, consejera editorial de SEMANA
24 de febrero de 2016

Dicen los que saben que Juan Manuel Santos hace yoga todos los días. Medita para mantener sus emociones bajo control, para no salirse de casillas tan burdamente o por lo menos no con tanta frecuencia ni con tanto dramatismo como su antecesor. Pero en las últimas semanas se le ha visto enojado en varias ocasiones. La primera fue el 8 de febrero, cuando las FARC, en un extenso comunicado, expresaron su NO al plebiscito como un mecanismo idóneo para refrendar los acuerdos de paz. Ese día Santos, con un tono inusual, escribió en twitter: “Lo que se firme en La Habana lo someteré a plebiscito le guste o no a las FARC”.

Diez días después, cuando las FARC montaron tarima pública en Conejo, Guajira, bajo el amparo de un protocolo de pedagogía que aún nadie ha visto, Santos salió furibundo a señalar cuatro temas que para él son innegociables, y que, sin embargo, hacen parte de la agenda que discute la mesa de La Habana. Algo un poco exótico, pues no es común que en medio de una negociación se pongan rayas rojas a temas que hacen parte de la agenda. Claro está que el tono altisonante de Santos, que tanto recordó las épocas de Uribe, fue recibido con regocijo en sectores del establecimiento. El consejo gremial aplaudió su ultimátum y en los cocteles bogotanos todavía se oyen comentarios sobre la “amarrada de pantalones” del presidente. La idea de una ruptura hizo soñar a algunos con volver a los tiempos de la guerra abierta y con la quimera de una derrota militar a la guerrilla, para no tener que verlos algún día en el Congreso. Porque más que los fusiles, lo que muchos repudian es la posibilidad de que los guerrilleros y sus ideas socialistas entren en la política, aun sin armas.

Que el episodio de Conejo se haya convertido en una crisis tan grande, al punto de haber paralizado toda la negociación por unos días –en medio de un cronograma crítico-, merece una explicación más de fondo. Si bien las FARC se excedieron en la puesta en escena de su pedagogía de paz y cruzaron la frontera del proselitismo, en realidad eso ya había ocurrido antes de manera muy similar en otras regiones y con otros comandantes de esa guerrilla sin tanto alboroto.

El segundo asunto es que en La Habana se trabaja a todo vapor para sacar para el 23 de marzo, por lo menos, el punto del fin del conflicto, con todas sus arandelas. Unos y otros dicen que es una meta lograble y que tienen todos los esfuerzos puestos en ello. Por eso resultó también exagerado suspender el viaje del general Javier Flórez y su equipo a seguir avanzando justo en ese tema.

¿Daba el episodio de Conejo para tanto? No, por sí solo. Pero sí, si se suma a la incomodidad que ha generado en el gobierno la posición de Timochenko y su gente sobre el plebiscito. Santos, aunque diga en twitter que lo hará con o sin las FARC sabe bien que eso no es posible. Sin las FARC no hay plebiscito. O por lo menos no hay plebiscito para refrendar los acuerdos, porque si algo está claro es que el mecanismo de refrendación debe pactarse de común acuerdo. Así está escrito en la agenda. Otra cosa es que el plebiscito se haga con otro propósito, como darle oxígeno político al gobierno, o derrotar a la oposición. Pero en términos reales, sin el sí de las FARC, el plebiscito está muerto.

Santos necesita el plebiscito no sólo para refrendar los acuerdos, sino para implementarlos. Sin la derrota del uribismo en las urnas, la legitimidad de lo pactado en Cuba estará siempre en la picota pública. Y efectivamente también necesita un aire para terminar su mandato, que se ha debilitado en medio del déficit, los recortes, la corrupción, los desfalcos y en general, cierto notable desgobierno.

Las FARC se niegan a aceptar el plebiscito, en parte porque creen no es vinculante, y que sólo compromete a un gobierno que en poco tendrá el sol a las espaldas. También porque sienten que Santos lo usará para sus propios intereses. Prefieren la constituyente y con ella se acercan al uribismo. Un escenario muy complicado para Santos, pues ya ha derrotado a Uribe por lo menos en dos frentes otrora en disputa: el de los militares y el de los empresarios. Que se imponga la constituyente sería, según algunos miembros del gobierno y la Unidad Nacional, darle aliento a un proyecto reaccionario en declive como es el del Centro Democrático.  

Hasta ahora es poco claro por qué las FARC quieren dar un salto al vacío con una constituyente que termine echando por la borda los acuerdos, luego del gran esfuerzo que ha significado la negociación. A lo mejor no han entendido que medio país no quiere la paz, y menos verlos a ellos en la vida civil. Este país tan atípico en el que hay gente que sin vergüenza saldrá a marchar contra la paz el 2 de abril.

En últimas no es mostrándose los dientes como la mesa de La Habana logrará destrabar el punto de refrendación que es, en la práctica, el palo en la rueda para que se firme el acuerdo final el 23 de marzo, con Obama a bordo, como lo sueña Santos. Con el episodio de Conejo, donde todos tienen un poco de responsabilidad, solo se logró perder tiempo y confianza para alcanzar ese objetivo. Confianza que hará mucha falta para buscarle una salida creativa a este entuerto.