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PROYECTO HOUSTON

SEMANA revela la manera como Estados Unidos empieza a ser protagonista en la búsqueda de la paz para Colombia.

15 de junio de 1998

Estados Unidos parece estar dando pasos de animal grande en el tema de la paz en Colombia. No fue casual una invitación de la embajada norteamericana a un grupo de colombianos _violentólogos, politólogos, sindicalistas, periodistas, representantes de las ONG y miembros de las Fuerzas Armadas_ para que se reunieran en Cartagena con 12 invitados de Guatemala y El Salvador el pasado fin de semana. No fue un seminario más de diagnóstico sobre lo que está pasando en Colombia en materia de guerra y de paz, de violencia y de derechos humanos, de subversión y paramilitarismo. Según un alto funcionario de la embajada, "lo que estamos haciendo es invitar a antiguos miembros del gobierno, negociadores de paz, oficiales experimentados del Ejército y comandantes guerrilleros de El Salvador y de Guatemala para que se reúnan con un grupo selecto de colombianos a discutir no solamente las posibles lecciones derivadas de los acuerdos de paz en Centroamérica, sino las diferencias de esos procesos con respecto a la situación de Colombia en este momento".
No es la primera vez que el gobierno de Washington propicia este tipo de encuentros. En febrero de este año, entre el primero y el 8, Houston (Texas) fue sede de una reunión similar auspiciada por el Departamento de Estado. A ella asistieron dos periodistas colombianos, el columnista y subdirector de El Tiempo Enrique Santos Calderón y la directora de Cambio16, Patricia Lara. Se dieron extenuantes jornadas de 10 horas de trabajo con la intervención de politólogos, economistas, congresistas, generales en retiro y expertos en procesos de negociación y conciliación de España, Chile, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Argentina y Costa Rica sobre temas tan diversos como las guerras de liberación nacional, la insurgencia armada y el terrorismo. También debatieron los casos de Malasia y Vietnam, pasando por los procesos de Centroamérica y el Perú, hasta llegar a Irlanda del Norte y al País Vasco español. En el acto de instalación de la cumbre un funcionario del Departamento de Estado dijo que estaba motivada por el interés del gobierno Clinton de crear un clima propicio para que Colombia comenzara a pensar en serio en la solución de su conflicto interno. Los puntos centrales del debate y las conclusiones de la conferencia de Houston quedaron consignados en unas memorias que conservan altos funcionarios de Washington. Santos Calderón, por su parte, escribió a su regreso en una de sus columnas: "La reunión reflejó _y esto fue muy significativo_ el interés de Estados Unidos por ir más allá de su vieja obsesión por la droga para tratar de analizar el drama, mucho más complejo y grave (del cual el narcotráfico es una expresión) que es la violencia organizada en Colombia". La estrategiaQuienes pensaban que la reunión de Houston no pasaba de ser un ejercicio de análisis sobre la realidad colombiana y la violencia política y social en los países del Tercer Mundo se equivocaron. Fue apenas el comienzo de un gran cambio en la estrategia estadounidense frente a Colombia y el conflicto armado. SEMANA pudo establecer con fuentes diplomáticas de Washington que esta primera experiencia sobre el caso colombiano fue identificada como 'Proyecto Houston'. El proyecto no ha parado. Por el contrario, siguió adelante. Las reflexiones de los expertos convocados por el Departamento de Estado fueron enviadas a la embajada norteamericana en Bogotá, que recibió la orden de desarrollar los planteamientos que allí se hicieron. Por esa razón, y a instancias del embajador Curtis Kamman, fue que se realizó la reunión de Cartagena. Fueron tres días de debate y análisis del conflicto armado en Colombia, cuyas conclusiones serán enviadas a Washington. "Queremos dejar en claro _señaló la fuente de la embajada norteamericana_ que este seminario es el segundo paso en un proceso que ha puesto en marcha el gobierno de Estados Unidos para tratar de ayudar a que los colombianos se comprometan en una búsqueda propia de soluciones a los problemas de su nación". El creciente interés de Estados Unidos por la paz de Colombia no es gratuito. Desde hace cerca de un año la administración Clinton ha reconocido que, además del narcotráfico _tema que ha saturado la agenda entre los dos países_, la intensificación del conflicto armado y el deterioro de la situación de derechos humanos amenazan con una grave desestabilización de las instituciones. El propio presidente Bill Clinton, así como la jefe del Departamento de Estado, Madeleine Albright, y el embajador Kamman han expresado en forma clara su preocupación por el clima de violencia que vive Colombia y la violación de los derechos humanos. Además de las declaraciones públicas sobre la materia hay una serie de hechos que confirmarían la firme intención de Estados Unidos de aclimatar un proceso de paz en Colombia. No ha sido casualidad que en los últimos meses se haya producido una verdadera romería de funcionarios y congresistas norteamericanos al país. Desde marzo pasado, cuando el gobierno de Clinton certificó a Colombia por seguridad nacional, la ruta Washington-Bogotá se ha visto congestionada: desde el zar antidrogas, Barry McCaffrey, pasando por el jefe del Comando Sur, general Charles E. Wilhem; el director de la DEA, Thomas Constantine, el director del FBI, Louis Freeh, hasta el asesor del presidente Clinton para América Latina, Thomas McLarty, han visitado al país.

Mar de Fondo
Hasta ahora esas giras han sido presentadas a la opinión pública como protocolarias y casi todas han estado relacionadas, en apariencia, con el tema del narcotráfico. De ellas la más polémica ha sido la del general Wilhem, quien hace pocas semanas dijo que "Colombia es el país más amenazado en el área de responsabilidad del Comando Sur". Wilhem llegó a Colombia el 3 de mayo y durante dos días se entrevistó con altos mandos del Ejército y soldados heridos en combates con la subversión; sobrevoló el área de la tragedia del Caguán, donde perdieron la vida 80 soldados en enfrentamientos con las Farc, y el Guaviare, donde observó la labor de la Policía en la erradicación de cultivos ilícitos. Pero, además de los actos protocolarios, el general Wilhem se reunió a puerta cerrada con el ministro de Defensa, Gilberto Echeverri, y la cúpula del Ejército. SEMANA estableció con fuentes militares que el general hizo una descarnada radiografía de los problemas que afronta el Ejército colombiano y expresó la preocupación de su país por la debilidad que se palpa en las Fuerzas Militares, el avance de la guerrilla y la situación de derechos humanos. Un punto clave fue el relacionado con la colaboración de Estados Unidos al Ejército colombiano. Se habló de asesoría en materia de inteligencia militar para el manejo de equipos electrónicos, que evitarían sorpresas como las de Patascoy, Las Delicias y el Caguán. Pero Wilhem fue enfático al afirmar que, en caso de concretarse la ayuda, las Fuerzas Militares debían comprometerse en una revisión de fondo de la forma como opera la controvertida Brigada XX y del tema de los derechos humanos. Memorial de agravios
Otra visita significativa fue la de Thomas McLarty, asesor de Clinton para América Latina y amigo personal del presidente con línea directa a la Casa Blanca, el pasado 30 de abril, 15 días después de la Cumbre de las Américas en Santiago de Chile. Durante ese encuentro los presidentes de Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador y Panamá se entrevistaron con el primer mandatario norteamericano y uno de los puntos que salió a flote fue el problema colombiano. Palabras más, palabras menos, le hicieron saber que Colombia se ha convertido en un mal vecino. Venezuela se ha visto obligada a incrementar en 3.000 hombres su pie de fuerza en los últimos dos años para reforzar la vigilancia en la frontera con Colombia, donde circulan grupos subversivos y traficantes de precursores químicos. El presidente Caldera fue enfático al señalar que en su país el boleteo, el secuestro y la extorsión han aumentado vertiginosamente debido a las incursiones de la guerrilla colombiana en territorio venezolano. Por su parte el presidente del Perú, Alberto Fujimori, no se quedó corto en las quejas. Dijo que mientras las Fuerzas Armadas de su país han combatido sin cuartel a Sendero Luminoso y a los narcos, la guerrilla colombiana mantiene centros de apoyo logístico para los militantes de Sendero. El presidente de Panamá, Ernesto Pérez Balladares, también dejó sentada su protesta. Afirmó que tuvo que destinar una fuerza especial para detener incursiones de paramilitares y subversivos colombianos. Como si faltara algo, el presidente de Ecuador, Fabián Alarcón, aseguró que la guerrilla colombiana se mueve en su país como Pedro por su casa. Para completar, el presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, le dijo a Clinton que las selvas del Amazonas estaban en peligro en gran medida por la acción de los traficantes colombianos, que han deforestado grandes porciones de bosque para sembrar coca e instalar laboratorios. Con este crudo diagnóstico llegó McLarty al país. Fue enviado directamente por el presidente Clinton con el fin de establecer la veracidad del memorial de agravios que le habían presentado los presidentes latinoamericanos. Su agenda de compromisos incluyó reuniones con los generales Rosso José Serrano, Manuel José Bonett y Hugo Galán, con importantes empresarios, así como con representantes de las ONG. Y fue aún más lejos. Reservó tiempo para reunirse privadamente con cada uno de los candidatos presidenciales con el fin de evaluar y conocer de cerca la opinión de los aspirantes sobre problemas como la guerrilla y los grupos paramilitares, derechos humanos y corrupción. Pero no sólo han venido al país funcionarios de la administración. Miembros del Congreso norteamericano también han querido conocer de primera mano lo que pasa en Colombia. Uno de ellos, Benjamin Gilman, presidente del Comité de Relaciones Internacionales del Congreso, ha estado en dos oportunidades, una de ellas la primera semana de abril, invitado por el director de la Policía, general Rosso José Serrano. Su interés se centró en las relaciones entre narcotráfico y guerrilla. Denis Hastert, a la cabeza de una comisión del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, realizó una visita de cuatro días, que aprovechó para oír a miembros del Ejército y de la Policía y para asegurarles el interés del Congreso norteamericano en propiciar una salida al conflicto armado colombiano.
La paz o la paz
Todo indicaría que se está agotando la política de Estados Unidos frente a Colombia basada casi exclusivamente en el problema de la lucha contra las drogas, cuyo fracaso ha sido reconocido por sectores del gobierno y el Congreso, y que se estaría comenzando a dar un cambio de enfoque sobre la base de una comprensión menos maniquea del problema colombiano. En amplios sectores estadounidenses hay la convicción de que es necesario desnarcotizar las relaciones. De ahí que todo apunte a un replanteamiento de la 'línea dura' que ha marcado la relación entre los dos países en el último gobierno, cuestionado gravemente en cabeza de su Presidente, para recuperar la institucionalidad de los vínculos binacionales. Aclimatar, mediar o liderar un proceso de paz podría ser el comienzo de un cambio de énfasis en la agenda y de una modificación de la estrategia. Si la paz en Colombia había sido fundamentalmente un asunto interno y sólo había interesado seriamente a países como Costa Rica, España, Alemania y Holanda, con lo ocurrido desde el 'Proyecto Houston' a comienzos de año y ahora en Cartagena, queda claro que la primera potencia del mundo también quiere metérsele al tema de la paz, pues considera que Colombia se está convirtiendo en un grave factor de desestabilización continental. Y aunque funcionarios norteamericanos aseguran que "Estados Unidos es simplemente un facilitador para que Colombia encuentre su propio camino que lo conduzca a la paz, y en ello nosotros no vamos a intervenir", lo cierto es que están convencidos de que el suyo es el único país capaz de liderar un proceso de paz.