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Masacre

Puerto nada pacífico

Buenaventura está cercado por el miedo y el terror. Varias facciones paramilitares, guerrilla y el narcotráfico se disputan el dominio de este territorio estratégico.

24 de abril de 2005

Como todos los días, el martes a las 11:30 de la mañana la cancha del barrio Punta del Este estaba llena. Bajo un sol inclemente, apaciguado por una ligera llovizna mañanera, los mismos muchachos de siempre hacían sus gambetas cuando apareció un hombre blanco, con acento paisa -que al parecer algunos de ellos conocían- y les hizo una propuesta que era imposible de rechazar. Los llevaría a disputar un partido de fútbol, y si ganaban, les pagaría 200.000 pesos. El ofrecimiento resultaba atractivo para un equipo que entrenaba a diario con un desteñido balón. Si lo hacían por gusto cada mañana, ¿por qué no hacerlo por dinero? Al fin y al cabo en las mismas canchas donde hasta ese día pateaban, se habían formado futbolistas de la talla del 'Tren' Valencia. Doce de ellos no lo pensaron dos veces y se montaron a la moto de su verdugo, que en varios viajes los llevó a todos hasta el barrio Santa Cruz, donde los aguardaba un microbús. Dos de los jóvenes tuvieron que quedarse porque sus madres, por esas cosas del destino, se empecinaron en que no salieran del barrio.

Esa noche no regresaron. Tampoco al día siguiente. Al finalizar la tarde del miércoles algunos de los padres dieron la alarma y denunciaron la desaparición de sus hijos. Pero ya era tarde. En la mañana del jueves varios hombres que madrugaron a pescar en el estero Las Vegas, en la antigua vía al mar, sintieron el hedor de la muerte. A su alrededor flotaba una docena de cadáveres, maniatados y en avanzado estado de descomposición. El agua salada había destrozado sus cuerpos ya de por sí torturados.

La Policía rescató los 12 cadáveres. El cuadro era macabro. El mayor de los muchachos tenía 21 años; el menor, 15. Todos tenían un tiro en la cabeza, sus piernas demuestran que murieron arrodillados y que fueron cruelmente torturados. Algunos incluso no tenían los ojos en sus cuencas. Al parecer la buseta los llevó hasta el corregimiento de Dagua, donde se produjo el crimen.

Los familiares de los muchachos no alcanzan aún a comprender qué pasó. Sus hijos hacían parte de esa inmensa masa de jóvenes que apenas ocupaban una horas en oficios varios como servir de ayudantes en la plaza de mercado o lavar carros. Al estupor de esta masacre -la número 18 en cinco años- se sumó el viernes otro grave hecho de violencia. Desde una moto, un hombre lanzó una granada contra la casa de un desmovilizado de las AUC en el barrio Viento Libre. El artefacto hizo blanco en una casa vecina, donde mató a un niño e hirió a 11 personas, cinco de ellas menores de edad.

Si años atrás los titulares de prensa decían que Buenaventura era una bomba de tiempo, esta semana la bomba estalló. Durante los últimos años la ciudad se ha convertido en uno de los puntos más estratégicos para los grupos armados y las bandas de narcotraficantes. La enmarañada selva que la rodea, los centenares de caños y esteros, la existencia de magníficos navegantes la hacen ideal para el tráfico de drogas. Si a eso se le suma el galopante desempleo (las cifras oficiales hablan del 40 por ciento) y contingentes de jóvenes que acarician el sueño del dinero fácil, dispuestos incluso a inmolarse como polizones con tal de dejar atrás sus vidas en la miseria, entonces el coctel es explosivo. "Cuando usted ve una familia hipotecando la casa para enviar a su hija como prostituta a España o Italia, es que entiende que esta es una ciudad enferma", dice el personero municipal Flavio Hurtado. Y ese polvorín les sirve a todos los grupos violentos.

Las Farc -el frente 30 y la columna móvil Arturo Ruiz- mantienen su actividad y presencia no sólo en la parte rural sino con una fuerte red de milicias en la zona urbana. En los últimos años también hizo una fuerte presencia el Bloque Calima de las AUC, que a principios de este año desmovilizó a 543 de sus hombres. La historia de este bloque es enigmática. En un informe de derechos humanos publicado por la Vicepresidencia, dice que nació ligado al narcotráfico. Al momento de su desmovilización, el Observatorio para la Paz del Valle le atribuía 68 masacres y 249 homicidios selectivos. Una cifra descomunal para un grupo cuya aparición es relativamente reciente.

Quienes soñaban que con la entrega de armas del Bloque Calima la violencia se atemperaría estaban más que equivocados. La guerra se exacerbó pues, como lo reconocen las mismas autoridades departamentales y municipales, no todo ese grupo se desarmó. Los desmovilizados han terminado como carne de cañón en las vendettas mafiosas en la zona. Hasta la fecha han sido asesinados 12 de ellos en el puerto. Una de las hipótesis que manejan las autoridades es que la gente de Wílmer Varela, conocido como 'Jabón', estaría cobrándoles a los reinsertados las muertes de varios de sus hombres el año pasado en Candelaria, Valle del Cauca, donde al parecer las AUC le brindaron apoyo a su archienemigo 'Don Diego'.

El riesgo de que esta reinserción fracase es muy alto. Tanto, que el propio Sergio Caramagna, director de la misión de la OEA que observa todo el proceso de paz en Ralito, ha manifestado reiteradamente su preocupación por el futuro de estos muchachos.

A eso se suma la fuerte presencia del Bloque Pacífico, cuya desmovilización ha quedado suspendida por el momento. Este grupo no tiene unidad de mando y se ha atomizado en pequeñas bandas, cada una con su propio jefe, y todos al servicio del negocio de la droga. Estos grupos se disputan un control territorial, económico y social, ya no con crímenes ocultos, sino con acciones abiertamente terroristas.

Mientras esto ocurre, las autoridades están desconcertadas. Una fuente de la Fiscalía le dijo a SEMANA que nadie quiere hablar sobre los hechos más recientes. Hay mutismo entre familiares y testigos. El temor se tomó la ciudad. José Herlín Colorado, secretario de Gobierno, se lamenta. "El gobierno nacional no ha entendido la magnitud del problema", dice. Los esfuerzos de la Fuerza Pública en la zona, aunque arduos, son insuficientes.

Y la crisis social es de una magnitud indescriptible. Los pocos empleos de la zona se generan en el puerto. La madera y la pesca están en declive. El turismo no despega en medio de tanta violencia. Y la gente de Buenaventura todavía está esperando a las decenas de empresas que supuestamente llegarían a generar riqueza cuando en 2002 se declaró la ciudad como zona económica especial de exportación. Algo que difícilmente ocurrirá en medio de este fratricidio.