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PURA PANTALLA

La transmisión por TV de la posesión de César Gaviria demuestra que un gigantesco montaje técnico, por sí solo, no garantiza la calidad de un programa.

10 de septiembre de 1990

Prometía ser el programa perfecto. La emisión por televisión de la posesión del Presidente contaba con todos los elementos que exige un programa para ser bueno. Un buen argumento: el arribo del país al futuro. Un buen protagonista: la joven familia presidencial. Un buen reparto: cumbre de jefes de estado y de altas personalidades intemacionales y todo el elenco de figuras nacionales. Un factor de drama: la entrega del poder de manos del viejo Primer Mandatario, Virgilio Barco, al vigoroso nuevo Presidente. Una buena locación: el imponente Patio Nuñez. Generosos recursos técnicos y humanos: 33 cámaras, 8 unidades móviles, 14 programadoras, un helicóptero, 40 pre-grabados y 230 personas. Y, lo que constituía el objetivo de todos los esfuerzos: una audiencia multitudinaria nacional (6 millones de televidentes) y extranjera (22 países), ávida de ver materializadas en un acto solemne sus esperanzas de un mejor futuro.

A lo anterior se suman dos hechos: de un lado, la pasada campaña para la elección de Presidente se hizo por primera vez casi enteramente por televisión, creándole a la audiencia una nueva necesidad informativa y estableciendo unas pautas de imagen. Y de otro lado, el presidente Gaviria ha sido el mandatario que más interés ha mostrado en el área de las comunicaciones. Cinco de sus más cercanos colaboradores son periodistas o expertos comunicadores. La expectativa no podía ser mayor. El despliegue técnico que se haría en la trarismisión estuvo tan bien promocionado, que todos los que no fueron incluidos en la lista de invitados, se sintieron privilegiados de poder asistir a la ceremonia, en el cómodo palco de honor de sus casas.

Desafortunadarnente, el plan de transmisión falló en lo que, se suponía, debía constituír el objetivo principal de comunicación que justificaba tan gigantezco montaje: mostrar con protagonistas de carne y hueso el cambio generacional, y conseguir, desde el primer momento del gobierno, "enganchar" el interés de la gente a los própositos del nuevo mandatario y no simplemente registrar en secuencia las imagenes de la posesión. Fue una transmisión sin norte, que dejó la impresión de un triste desperdicio de los inmensos recursos técnicos con los que se contaba, y una desalentadora sensación de vacío en cuanto al contenido del programa.

Faltó la principal herramienta en un especial de televisión: el libreto, que hace posible que todos los recursos que se tienen al alcance, converjan en un resultado exitoso. Descontando el discurso del presidente del senado, que en su forma y extensión constituyen la anti-televisión, los dos temas del programa eran, básicamente, la transmisión de mando y el plan de gobiemo del nuevo Presidente. Ni uno ni otro se salvaron y toda la sofisticada técnica quedó oculta tras unos paneos errantes que no iban para ninguna parte. El número de cámaras (33) perdió un dígito para quedarse en sólo 3 alternativas de imagen: un plano abierto del Patio Núñez, una camara con el Presidente, y un repetido paneo sobre las mismas cinco primeras filas del auditorio. El anunciado helicoptero no conocía sus líneas en el libreto y fuera de unas breves y trepidantes apariciones, las "panorámicas" no constituyeron un aporte a la emisión en su conjunto.

El discurso de Irragorri, sin duda, no ayudó en nada al éxito de la transmisión, como también es un hecho que las fuertes medidas de seguridad no facilitaban el trabajo de la televisión. Sin embargo, cuando llegó el momento de la exposición del plan de gobierno para entrar al futuro, las cámaras seguían sus giras por el auditorio distrayendo la atención de lo que todo el mundo queria oir. Se hizo alusión a las delegaciones extranjeras, a los expresidentes, al Parlamento, a la economía del país, a los procesos de paz. Y si la televisión sirve para mostrar a los ejecutores de las políticas, ahí estaban todos. Se vieron, pero en desorden y sin identificación. Y cuando por fin apareció un crédito sobre el vicepresidente de los Estados Unidos, Dan Quayle, estaba mal escrito, y cuando salió el segundo y último, correspondía al único personaje que todo el mundo conocía: César Gaviria.

En cuanto a los presentadores, también por el problema de libreto, no jugaron ningun papel distinto al de aparecer como desconectados del resto de la transmisión, y los pre-grabados, que buscaban ilustrar sobre personas y sobre políticas, aparecieron como "rellenos" sin sentido. Un momento dramático por excelencia, el encuentro de Barco y Gaviria, fue intempestivamente suspendido por un inoportuno pre-grabado sobre el ministro de salud.

Para rematar, las condiciones que vive el país no son las más propicias para realizar una emisión tan compleja. Sin embargo, quedó claro que este especial adoleció de planificación, no en su operación práctica, se hizo un simulacro el día anterior, sino en su diseño conceptual. Y los resultados demuestran que el uso de la televisión es mucho más complejo de lo que parece y que un gran volumen de sofisticados y costosos recursos técnicos, por sí mismos, no garantizan la eficiencia de la información. Como siempre, detrás de la máquina, esta el hombre. Y detras de él, una idea que, en esta oportunidad, se quedó corta.