Home

Nación

Artículo

PROCESO DE PAZ

Diálogos: ¿Qué hay detrás de los alentadores anuncios?

La decisión de iniciar el desminado del país y la orden presidencial de suspender los bombardeos causaron sorpresa y optimismo frente al proceso de paz. SEMANA explica el valor estratégico de ambas decisiones.

14 de marzo de 2015

La confianza es la palabra clave de un proceso de paz. La contraria es humillación. Y la mezcla de ambas en unos pocos días, muestra cuán complejo es ponerle fin a la guerra.

La semana pasada empezó con gestos de confianza nunca antes vistos entre militares y guerrilleros. Porque se necesita mucha confianza por parte de las Farc para aceptar que el Ejército se le meta al rancho, literalmente, a levantar las minas que ellos mismos han sembrado; y se requieren grandes dosis de ella para que un presidente como Juan Manuel Santos les ordene a sus tropas, públicamente, que suspendan temporalmente los bombardeos contra los campamentos de ese grupo insurgente.

Pero la desconfianza emergió rápido, el viernes, cuando las Farc, en un duro comunicado, expresaron su sentimiento de rabia y humillación por la muerte del comandante del Frente 57, Gilberto Becerro, quien fue presentado al país como un aliado de las Bacrim. También, porque según señalan, han visto caer a 15 de los suyos mientras se habla de bajarle intensidad a la confrontación.

De nuevo, los hechos del campo de batalla conspiran y van en contravía de lo que se construye en la Mesa de Conversaciones de La Habana.

Aun en medio del sabor agridulce que deja el comunicado de la guerrilla, lo avanzado en estos días es profundo y significativo. Nada más y nada menos que concesiones mutuas que afectan directamente los equilibrios estratégicos de la guerra: ambas partes renunciaron, parcialmente, al uso de sus armas más letales.

Durante varios días cinco altos oficiales ‘troperos’ y un almirante de la Armada, bajo la tutela del general Javier Flórez, estuvieron frente a frente con los ‘generales’ de las Farc, encabezados por Carlos Antonio Lozada, jefe de la temida Red Urbana Antonio Nariño y uno de los más agudos dirigentes de esa guerrilla. “Hablaron con el corazón e incluso hubo momentos de distensión”, le relató el general español Luis Alejandre, uno de los testigos del encuentro, al diario El País de Madrid.

Ambas partes escucharon la experiencia de los guatemaltecos y la conclusión es que el camino para silenciar los fusiles es muy empedrado y que por lo tanto, es necesario trabajar juntos. Al final de la jornada, el sábado 7 de marzo, dieron la buena noticia de que se empezará a limpiar el país de minas, una tarea que hará de manera conjunta el Batallón de Desminado del Ejército y guerrilleros activos, vestidos de civil, desarmados, y con órdenes de captura levantadas, quienes básicamente aportarán información. Todo bajo la coordinación de Ayuda Popular Noruega, (APN), una ONG con 80 años de experiencia en desminado.

El enemigo silencioso


El gesto de confianza que ofrecen las Farc no es menor. Las minas han sido el mayor dolor de cabeza para las Fuerzas Militares en la última década. Según Carlos Arturo Velandia, analista del conflicto y excomandante del ELN, el M-19 introdujo técnicas vietnamitas para hacer minas, y les enseñó su uso a las demás guerrillas en los años ochenta, en tiempos de la Coordinadora Nacional Guerrillera.

El ELN se convirtió en un alumno aventajado de estas crueles armas no convencionales, y masificó el uso de minas antipersona, especialmente en caminos por los que avanzaban los soldados de la infantería; en lugares donde las tropas oficiales suelen acampar, como las escuelas; cerca de las fuentes de agua y alrededor de infraestructura protegida por militares como las torres de energía.

De 1990 hasta este año ha habido 11.043 víctimas de minas y residuos explosivos, de los cuales más de la mitad, 6.817, son miembros de la fuerza pública. En la era del gobierno de Álvaro Uribe las Farc dispararon el uso de minas para detener el avance del Plan Patriota en su retaguardia y se convirtieron en un infierno para los soldados.

Entre 2005 y 2007 se llegó a más de 1.200 casos por año, aunque la tendencia en el último lustro ha sido descendente. Aun así, desde que se iniciaron los diálogos de La Habana ha habido más de 600 personas afectadas por minas, de las cuales, 400 son uniformados. La revancha de los militares a este desangre continuo de sus hombres ha sido igualmente brutal para la contraparte: los bombardeos.

Buscar y destruir

Los bombardeos han existido en Colombia desde tiempos de la Operación Marquetalia, sin embargo en la década pasada la compra de aviones contrainsurgencia, entre ellos una flota de Super Tucanos, y la sofisticada tecnología satelital aportada por Estados Unidos, convirtió a esta lluvia de explosivos en una pesadilla para las Farc por su alta precisión.

Tomás Medina, el Negro Acacio, tuvo en septiembre de 2007 la primera noticia de que bombas guiadas por chips electrónicos buscaban milimétricamente a sus blancos. Luego vino una seguidilla de ataques que no ha cesado: Martín Caballero en Montes de María; Raúl Reyes en Ecuador; el Mono Jojoy en La Macarena, y Alfonso Cano, en el Cauca. Los bombardeos acabaron con la mitad del Secretariado y con el mito de que la guerrilla era invencible en medio de la selva espesa. Puede decirse que por ellos las Farc están sentadas en La Habana.

Pocos han sobrevivido a un ataque aéreo. Lozada es uno de ellos, y en la reunión con los militares se levantó la camisa para mostrar sus heridas ante el general Alfonso Rojas Tirado, quien estuvo persiguiéndolo desde la Fuerza de Tarea Omega.

Por eso la orden presidencial, de suspender bombardeos a los campamentos de las Farc por un mes, tampoco es menor. Significa que por fin se empiezan a alinear las decisiones de La Habana con las del campo de batalla. También es un gesto de reciprocidad frente al cese unilateral que ha decretado y cumplido juiciosamente la guerrilla. El viernes quedó claro que el Secretariado de ese grupo esperaba más. Seguramente el cese bilateral y definitivo que ha sido su aspiración desde hace tiempo.

De todas maneras, Santos juega también con los precarios equilibrios que le permite un país polarizado, y unas Fuerzas Militares con sectores reacios a la paz. El procurador Alejandro Ordóñez fue el primero en revirar y calificar como un “cese bilateral disfrazado” el anuncio del presidente. No está en lo cierto, como lo demostró la propia muerte de Becerro. Sin embargo, su suspicacia tiene fundamento. Aunque una suspensión de un mes les parezca poco a las Farc, sin duda allana la ruta hacia el cese del fuego definitivo. Santos está preparando el terreno psicológico en sus tropas para el fin del conflicto.

En todo caso ambas medidas, desminar y suspender bombardeos, al tiempo que generan confianza entre las partes, benefician a los civiles que viven bajo el fuego cruzado. Se calcula que desminar podría tomar más de diez años y 200 millones de dólares. La tarea no es fácil. Las Farc son un ejército irregular y móvil, no tiene mapas exactos de sus explosivos, y estos están en las cabezas de guerrilleros, muchos de los que han muerto. La participación de las comunidades que saben o sospechan dónde hay campos minados en su territorio será crucial.

Lo mismo ocurre con los bombardeos. Si bien estos son de alta precisión y no han vuelto a ocurrir casos como el de Santo Domingo, Arauca, cuando en 1998 una bomba lanzada por la Fuerza Aérea mató a 17 civiles, son una de las causas más frecuentes de desplazamientos y pánico entre los campesinos. Suspenderlos será un alivio para regiones como el norte del Cauca, que vive bajo el estruendo de las bombas.

En medio de una guerra “inútil, costosa y sin gloria” como la describió el fallecido general Luis Alfonso Mejía, estos son anuncios alentadores. Pero tal como lo predijeron los expertos que estuvieron en el cónclave secreto entre militares y guerrilleros, el camino hacia un cese definitivo será arduo, lleno de incidentes, y con momentos de tensión extrema, que tendrán que superarse inyectando nuevas dosis de confianza.

El fin del conflicto es el punto más difícil de la agenda y solo tendrá éxito si quienes están jugados por la paz, de lado y lado de las trincheras, hacen causa común, frente a quienes se oponen a ella.