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El alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, atraviesa por una severa crisis de gobernabilidad a tan solo seis meses de haber arrancado su mandato.

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Qué le pasa a Gustavo Petro

Aunque solo lleva seis meses como alcalde, muchos ya se preguntan si a Gustavo Petro le quedó grande Bogotá.

16 de junio de 2012

No es exagerado afirmar que Gustavo Petro ha vivido una de las más cortas lunas de miel que recuerde gobernante alguno de la capital. Una combinación de cinco factores ha puesto al burgomaestre en un punto bajo de su gestión: la falta de claridad en su modelo de ciudad, la crisis de ejecución de su equipo de gobierno, una permanente lluvia de críticas de los medios, los problemas de comunicación de sus logros y un estilo personal muy beligerante. A tan solo cinco meses y medio, Petro no la tiene nada fácil.

La prematura crisis de gobernabilidad de Petro coincide con una ciudadanía desesperada por el estancamiento en la movilidad e indignada por los escándalos de corrupción del gobierno anterior. Prácticamente todos los sondeos de opinión coinciden en registrar el mal arranque de la administración distrital. La encuesta Gallup del pasado mes de mayo muestra una disparada de 21 puntos porcentuales en el rechazo a la gestión en solo dos meses: mientras en febrero de este año el 43 por ciento de los bogotanos desaprobaba el desempeño del alcalde, para abril ese indicador alcanzó el 65 por ciento.

Esto debe disparar las alarmas del Palacio Liévano: el exalcalde Samuel Moreno se demoró año y medio en llegar a esos mismos niveles de descontento mientras que Luis Eduardo Garzón y Antanas Mockus en sus dos mandatos nunca los experimentaron. Al mismo tiempo, el pesimismo ciudadano ha subido 10 puntos en cuatro meses: hoy 60 por ciento de los capitalinos creen que la ciudad está empeorando.

Colombia Opina, la medición de SEMANA, La FM y RCN Radio y Televisión, pinta un panorama similar. La imagen negativa de Petro aumentó 13 puntos entre su elección a finales de octubre del año pasado y los primeros 100 días de gobierno en abril pasado. El inicio del cuatrienio es preocupante: el 38 por ciento de los encuestados ya califican de "mala y muy mala" la gestión del mandatario bogotano. Para el Centro Nacional de Consultoría, la aprobación de Gustavo Petro se ha derrumbado 20 puntos entre enero y mayo de este año: del 70 por ciento al tomar posesión al 50 por ciento. Estos guarismos ratifican que el problema de imagen del alcalde de Bogotá y su gobierno en este primer semestre no es un invento de los opositores conspicuos sino una realidad política que brota por todos los poros.

No son pocas las preguntas que se generan al ver cómo en lo corrido de 2012 un periodo tradicional de compás de espera al gobernante de turno se ha convertido en una evaluación de gestión tan negativa. ¿Qué le está pasando a Petro? ¿Será que aún no se ajusta del todo al paso de su solitaria y valiente oposición legislativa a encabezar una ciudad de 8 millones de habitantes? ¿Toda esta turbulencia se reduce a un problema de comunicación de los logros del gobierno? ¿O tal vez la falta de un gabinete ejecutivo y capaz está en la raíz del desplome? En resumidas cuentas, las encuestas reflejan la confusión de los bogotanos sobre el talante del liderazgo del alcalde y la preocupación sobre el rumbo de la capital.

Unir o dividir

Para empezar a responder estos interrogantes es necesario regresar al 30 de octubre de 2011, día de las elecciones. En esa jornada Gustavo Petro logró una hazaña política: derrotar prácticamente solo al Establecimiento, al uribismo y al Polo Democrático y crear una bancada de ocho concejales progresistas de la nada. No obstante, lo hizo con el más bajo porcentaje de votos en más de 20 años de comicios: el 33 por ciento. Sumados los respaldos de sus contradictores -Enrique Peñalosa, Gina Parody, Carlos Fernando Galán y David Luna-, llegaron al 58 por ciento. Es decir, el nuevo gobernante capitalino no solo venía de una minoría ideológica sino que también ganó con la mayor de un puñado de minorías.

Siguiendo la tradición colombiana, Petro interpretó ese tercio de apoyo en las urnas como un mandato abierto para implementar su visión. Como lo dijo en entrevista a SEMANA a pocos día de haber tomado posesión: "El Polo siguió el modelo de Peñalosa que ya no es pertinente. El mío es un gobierno de izquierda". En esa línea comenzó a tomar una serie de decisiones -algunas, polémicas, que respondían a los anhelos de esa base ideológica desde la lucha de los defensores de animales contra los toros hasta el afán de crear una gran empresa de propiedad pública para agua, energía y telecomunicaciones-. Abrió varios frentes que marcaran esas rupturas izquierdistas: renegociación y baja de tarifas del TransMilenio, agua gratis para los más pobres, control del porte de armas y lanzamiento de cabildos abiertos para discutir el Plan de Desarrollo.

Simultáneamente, Petro diseñó el primer gabinete a su imagen y semejanza. La mayoría de carteras fueron ocupadas por leales seguidores del movimiento Progresistas y académicos que habían ayudado al nuevo funcionario a estructurar sus propuestas de campaña. La única y aplaudida excepción fue el regreso a Bogotá del exgobernador de Nariño, Antonio Navarro Wolff, quien con su experiencia ejecutiva y trayectoria política serviría de 'viejo sabio' de esta tribu de recién llegados al poder capitalino.

Desde sus primeras decisiones como alcalde, Petro prefirió el camino de fortalecer su minoría de izquierda y complacer a quienes comparten su ideología que moverse hacia el centro y ganar el respaldo de los que no votaron por él. Esa estrategia de 'conquistar' los corazones de los contradictores en los primeros meses de gobierno fue seguida por todos y cada uno de sus antecesores desde Enrique Peñalosa. Como resultado, todos subieron en sus niveles de aceptación comparados con el porcentaje de votos que obtuvieron en las elecciones, incluyendo a Samuel Moreno. Mientras tanto, Petro regresó a las proporciones del 30 de octubre: un tercio lo respalda y dos tercios lo desaprueban. En otras palabras, en la disyuntiva de unir, crear una amplia coalición o dividir, radicalizar las posturas, el alcalde bogotano ha optado por marcar ruptura.

Esta es una alternativa riesgosa. En especial cuando las realidades políticas obligan a agachar la cabeza como le ha pasado a la administración con respecto al Concejo. En primer lugar, Petro sufrió su primer revés político al no conseguir la alianza mayoritaria en el cabildo. Y después logró la aprobación de su Plan de Desarrollo tras aceptar más de 600 modificaciones provenientes de los concejales. Con otros proyectos claves para las finanzas del Distrito como el cupo de endeudamiento, seguramente el cuerpo colegiado continuará buscando concesiones frente a la Alcaldía. En otras palabras, ya el Concejo le tiene medido el aceite.

Por otro lado, el carácter recio del mandatario capitalino y su avalancha de propuestas han despertado el surgimiento de voces opositoras. Desde los políticos independientes como el concejal Juan Carlos Flórez y la excandidata a la Alcaldía Gina Parody hasta líderes de opinión en los medios. De hecho, columnistas como María Jimena Duzán que lo apoyaron durante la campaña, hoy se muestran desilusionados de su gestión.

Cuestión de estilo

Las dificultades que están marcando el gobierno de Gustavo Petro en Bogotá no se limitan a la estrategia política. En este semestre el mandatario ha construido un estilo ejecutivo marcado por el autoritarismo, la desconfianza en su equipo y una excesiva inclinación a la retórica. La primera característica quedó en evidencia con la carta de renuncia de Daniel García-Peña, director de Relaciones Internacionales de la Alcaldía, coequipero y amigo suyo en los últimos diez años. En su queja por la decisión de Petro de sacar a María Valencia, su esposa, como secretaria de Hábitat, García-Peña confirma lo que se venía comentando en muchos círculos sobre el trato del alcalde hacia sus colaboradores: "Lo mínimo, por decencia, era tener la valentía de poner la cara… y no permitir que sean informados de sus despidos por los medios". El antiguo compañero de luchas políticas va más allá: "Un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota".

Con la salida de Navarro Wolff y ahora de García-Peña y Valencia, Petro ha perdido a tres miembros de su anillo más cercano. Minar así sus escuderos íntimos no solo es torpe sino peligroso, ya que se van personas capaces de decirle que no al gobernante. Lo anterior se conecta con la falta de confianza en su gabinete. Con contadas excepciones como Guillermo Jaramillo, secretario de Salud, y Guillermo Asprilla, secretario de Gobierno, los altos funcionarios distritales se han caracterizado en esta administración por el silencio y el bajo perfil. Aun en temas críticos para la ciudadanía como la movilidad, la jefe de ese sector, Ana Luisa Flechas, no es una vocera del Distrito y con frecuencia es desmentida por el propio alcalde.

La movilidad recoge como pocas áreas los problemas de gestión de la alcaldía de Petro. Por ejemplo, la renuncia de la plana mayor de TransMilenio reflejó las discrepancias entre los técnicos y los políticos sobre el futuro del sistema. A esto hay que añadir los desórdenes contra la infraestructura de los buses rojos que profundizó las dudas sobre el compromiso del alcalde con futuras troncales. Las filtraciones y bandazos sobre medidas sensibles como el pico y placa han minado la confianza ciudadana en la capacidad del Distrito para resolver el tema más prioritario para los bogotanos. Por último, a pocas semanas de la entrada en operación del Sistema Integrado de Transporte Público (SITP), que el propio mandatario ha calificado como un "colapso", persisten las alertas de expertos sobre la poca preparación de la ciudad y de información para los usuarios.
 
Al igual que se decía que el expresidente Álvaro Uribe no tenía ministros sino viceministros, Petro cuenta con subsecretarios en la mayoría de las carteras. El protagonismo del burgomaestre en la mayoría de los asuntos de la agenda distrital es preponderante y permanente. Sin embargo, esa excesiva exposición, sumada al constante 'tuiteo' de los primeros cuatro meses de gobierno, no se ha traducido en un mejor conocimiento de la gestión ni en una comprensión de los bogotanos sobre el 'modelo de ciudad'. Al contrario, los diversos mensajes, y en algunas ocasiones su complejidad, han derivado en confusiones y cruces de cables. Al final, el alcalde bogotano ha terminado proyectando una percepción de improvisación en iniciativas claves como el tren ligero o de incumplimiento de promesas como en los jardines infantiles o la jornada única escolar.
 
Por último, viene creciendo la disparidad entre los anuncios de Petro y su capacidad de convertirlos en realidad. Una lectura inicial del Plan de Desarrollo de la capital muestra una serie de ambiciosos objetivos en materia de movilidad urbana, ordenamiento del territorio, segregación espacial y mitigación del cambio climático. No obstante, la ruta para ejecutar estos programas no es la más clara. En unos, como los proyectos de metro y trenes, la financiación de 15 billones se perfila como un duro obstáculo, mientras que en otros, como el ordenamiento alrededor del agua, las metas puntuales terminaron siendo mucho más modestas que el discurso retórico de la administración.

Ejecutar, ejecutar, ejecutar

En una reciente entrevista con El Tiempo, Gustavo Petro reconoció la necesidad de un equipo de gobierno más gerencial. "Necesitamos un gabinete con la capacidad de arriesgarse", afirmó el alcalde al anunciar que había pedido la renuncia masiva de sus 12 secretarios y directores de institutos. A pocos días de haber aprobado el Plan de Desarrollo en el Concejo, todo indicaba que la administración usaría esa 'autocrisis' como oportunidad para incluir directivos de un perfil más ejecutivo y para reorganizar las prioridades. Tras casi una semana de interinidad, los cambios efectuados confirman que Petro mantiene su rumbo intacto. Los nuevos miembros del gabinete distrital mantienen el mismo perfil de los antiguos: académicos y asesores cercanos al proyecto de Progresistas.

Aunque no se puede desconocer la herencia tóxica que en materia de movilidad y corrupción recibió Petro en enero, el tiempo para ordenar la casa ya se agotó. La falta de acción frente al caos del tránsito tiene agotada a la ciudadanía. Así mismo, las dificultades de la administración en transmitir su visión y modelo de ciudad ha dejado a los habitantes con una sensación de desconcierto que se está transformando en rechazo. De hecho, en las redes sociales crecen los llamados a movimientos de revocatoria del mandato que deberían preocupar a la Alcaldía Mayor.

En resumen, a Petro se le ve lejano y casi solitario. Lejos de sus antiguos aliados de izquierda, lejos del establecimiento político tradicional, lejos de los medios de comunicación, lejos del Concejo Distrital y lejos de su equipo de gobierno. Y por encima de todo, lejos de la mayoría de los bogotanos.