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| Foto: Jorge Restrepo

POLÍTICA

Los polos de la izquierda

A la izquierda le han cuestionado siempre su viabilidad por culpa de la guerrilla. ¿Qué pasará ahora que las Farc se transforman en una fuerza política?

9 de julio de 2016

En comparación con la mayoría de América Latina, Colombia ha sido un terreno menos fértil para la izquierda. Ni siquiera en los últimos 20 años, el auge de fuerzas progresistas en el continente se replicó en el país. La exclusión formal heredada del Frente Nacional ha sido mencionada como una de las causas, pero la otra –sobre todo defendida por la derecha– asegura que la prolongada presencia de grupos guerrilleros les ha quitado espacios posibles a partidos legales de izquierda. Muchas de las apuestas se han visto limitadas por la estigmatización de que formaban parte de una estrategia de combinación de formas de lucha.

El asunto se vuelve más relevante ante la inminente llegada de las Farc, un grupo que dejó las armas para participar en la política. Y nada puede anticiparse antes de que se conozcan sus decisiones estratégicas sobre su comportamiento futuro: ¿harán énfasis en las regiones en las que han tenido presencia, o buscarán espacio en los centros urbanos? ¿Mantendrán el discurso que enfatiza lo agrario o diversificarán su agenda de propuestas? ¿Conformarán un partido autónomo o intentarán convergencias con otras fuerzas progresistas? La mayoría de estas preguntas tendrán respuestas después de la décima conferencia de la organización, que se llevará a cabo después de la firma del acuerdo final con el gobierno.

Pero es un hecho que su llegada a la arena significará uno de los cambios políticos más profundos de la historia reciente. El remezón se sentirá también en la izquierda. Después de más de 50 años, los movimientos y partidos que se han ubicado de ese lado del espectro podrán quitarse de encima la acusación de haber contado con un brazo armado.

Paradójicamente, a pesar de habérsela jugado por el proceso de paz y de haber estado en el detrás de cámaras de las negociaciones de La Habana, los sectores de izquierda están divididos en torno a cómo actuar en las etapas iniciales del posconflicto. Esta división se ha materializado en el Polo Democrático (PDA) –partido que, como su nombre lo indica, tiene su origen en la búsqueda de una convergencia de la izquierda–, en donde la llegada de las Farc a la competencia ha profundizado una grieta que empezó a abrirse con el nombramiento de Clara López como ministra de Trabajo.

El ingreso de López al gabinete en abril causó malestar en dos sectores del partido. El Moir, liderado por el senador Jorge Enrique Robledo, acusó al gobierno nacional de estar capturando al Polo, y la ‘Nueva Tendencia’, en cabeza de Wilson Borja, cree que la colectividad debe mantener su independencia y que ninguno de sus integrantes debe hacer parte del gobierno. En contraste, un sector que cuenta con la misma fuerza de los anteriores en el comité ejecutivo, la instancia en que se toman la mayoría de decisiones del Polo, optó por guardar fidelidad al liderazgo interno que durante años ha ejercido la ministra.

Esa misma división se proyecta en las toldas amarillas frente a la manera como se debe armar su relación con otras fuerzas de izquierda. Los grupos de Robledo y Borja coinciden en que –en el futuro inmediato y para las elecciones de 2018– el PDA no debería hacer alianzas con nadie: ni liberales ni de centro, y tampoco con las Farc o con otros movimientos de izquierda como la UP y Marcha Patriótica. Se espera que a finales de este mes, ambos sectores –que sumados representan cerca de la mitad del comité ejecutivo del Polo– ratifiquen su posición de independencia.

En contraste, es predecible que la otra mitad del comité, en el que se encuentran los seguidores de Clara López y otros grupos más pragmáticos, defiendan la posibilidad de que se hagan alianzas. A comienzos de este mes, en declaraciones a El Tiempo, la ministra invitó a la izquierda a hacer parte de una coalición con integrantes “aparentemente contradictorios entre sí”. “Lo que más le conviene al país es un gobierno de coalición con los sectores que están y los que llegan en el posconflicto”, dijo. Esas declaraciones, que repitió el pasado miércoles, alborotaron el avispero en el Polo, donde se interpretó que tanto las Farc como el sector de Clara estarían pensando en que es mejor apostarle a una alianza con figuras de los partidos tradicionales que respaldan la paz, que arriesgarse a que llegue al poder un gobierno de derecha, reacio a implementar los acuerdos de La Habana.

El senador Iván Cepeda, quien se la ha jugado a fondo por la negociación con las Farc y que en el Polo lidera el sector ‘Vamos por los derechos’, también defiende la idea de conformar una gran alianza política para poner a andar el posconflicto. “Se requiere una gran coalición para la paz. Creo que esa es la posición que debería abrirse paso”, señala.

El meollo del problema radica en que ambas visiones –la opuesta a las coaliciones y la que defiende una gran alianza para aglutinar a sectores de centroizquierda y arrinconar al uribismo–hoy en día parecen irreconciliables. Según le dijeron varios miembros del comité a SEMANA, la negativa a hacer parte de una coalición con las Farc o con el candidato presidencial que lidere el discurso de la paz –cualquiera que sea su partido– podría generar incluso que quienes respaldan a Robledo, sumados a los miembros de la Nueva Tendencia, se fueran del PDA e, incluso, consideraran inscribir por firmas su candidatura presidencial. Esa situación –si llegara a concretarse– implicaría una pérdida para el Polo: en 2014, Robledo fue cabeza de lista al Senado y obtuvo la mayor votación.

Otra dimensión que podría generar transformaciones en el Polo Democrático tiene que ver con cuáles son los sectores sociales y políticos a los que representa. Actualmente el Polo es el único partido de izquierda con representación en el Congreso, por lo cual algunos analistas se preguntan si la llegada de las Farc y la consecuente revitalización de la UP, la Marcha Patriótica y el Partido Comunista podrían terminar quitándole algunas de sus bases sociales. Aunque el Polo es una organización fundamentalmente urbana, que siempre se ha opuesto a la lucha armada, hay incertidumbre sobre el discurso que construirán las Farc una vez estén en escena. Según Cepeda, “aunque llevan años en el monte, están a punto de llegar como un actor nuevo, con reivindicaciones políticas propias, interesado en recoger movimientos sociales que buscan representación”.

Resulta paradójico que, a pesar de que la izquierda ha sido un apoyo importante en el proceso de paz con las Farc, existan tantos obstáculos para que pueda llegar a consensos sobre sus posiciones en el corto y en el mediano plazo. Pero en esa orilla, a diferencia de otros sectores, los debates ideológicos y las diferencias conceptuales sobre el poder y la manera de conquistarlo, siempre han hecho parte de sus encuentros y rupturas. Ahora que dejará de tener sentido la estigmatización de que sus líderes son ‘el brazo político de las Farc’, la izquierda tiene un doble reto. El de posicionarse como una opción de poder con capacidad de reivindicar los nuevos temas que coparán la agenda política del país, por un lado, y el de buscar consensos, por el otro. Si esto último no se logra, quienes la lideran podrían caer en una contradicción: defender a capa y espada la firma de la paz, pero abrirles espacio a quienes la critican.