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Varios líderes de la región aprovecharon la posesión de Dilma Rousseff en Brasil para estrechar lazos. En la foto, Juan Manuel Santos; la secretaria de Estado, Hillary Clinton; el presidente chileno, Sebastián Piñera, y Hugo Chávez, presidente de Venezuela.

DIPLOMACIA

¡Qué timonazo!

Santos ha logrado un impresionante revolcón en materia de política exterior en apenas cinco meses. En el ajedrez internacional, Colombia está pasando de ser una ficha a un jugador importante.

8 de enero de 2011

Todavía es imposible anticipar si el gobierno de Juan Manuel Santos será un éxito a nivel nacional. Su catálogo de intenciones es ambicioso. Pero no menos lo es el número de obstáculos que existen para cumplirlo; el más reciente, la tragedia invernal que destruyó a regiones enteras del país. En materia de política internacional, sin embargo, la revolución santista ya tuvo lugar. Uno de los resultados más conocidos hasta ahora es la normalización de las relaciones con Venezuela y Ecuador en términos que parecían imposibles hace apenas seis meses. La química que proyecta Santos en sus reuniones con Rafael Correa o con Hugo Chávez no da la impresión de una reconciliación, sino de un verdadero romance. La frase de "mi nuevo mejor amigo" puede haber sido una simple expresión espontánea algo infortunada, pero refleja una nueva realidad de enormes implicaciones económicas y diplomáticas para el país.

En el exterior ya se ha registrado el nuevo giro en la diplomacia colombiana. The Economist se refirió al tema recientemente con un artículo titulado 'Buscando nuevos amigos', y señala que "Santos ha mostrado mucho más sensibilidad que Uribe hacia la importancia de la diplomacia". Andrés Oppenheimer, en su columna que publican los principales diarios del continente, es la persona que mejor ha resumido el timonazo santista. Escribió que "hay un creciente sentimiento en Washington -especialmente en el Congreso- de que Santos está alejando a Colombia de su estrecha alianza con Estados Unidos y practicando una política más independiente y más multilateral". Como ejemplo de ese viraje señala los siguientes cinco argumentos: primero, que el primer viaje oficial de Santos fuera a Brasil y no a Washington; segundo, el representativo número de veces que el presidente Santos se ha reunido con su homólogo venezolano; tercero, la actitud complaciente de Santos hacia los "deseos de Chávez", como la extradición de Walid Makled; cuarto, la negativa de Colombia a un nuevo acuerdo sobre bases militares, y quinto, la búsqueda de Colombia de tratados de libre comercio con Europa y Canadá ante la ausencia de ratificación del que firmó con Estados Unidos. Sobre este viraje, Oppenheimer señala que ya hay preocupación en las altas esferas norteamericanas. Cita a Carl Meacham, un alto asesor del Senado norteamericano, quien dice que la demora en ratificar el TLC está "definitivamente alejando a Colombia y que su orientación ya no es hacia Estados Unidos como en el pasado". Pero el grito de independencia frente a los Estados Unidos no es más que un aspecto de la nueva diplomacia colombiana. Desde el primero de enero el país tiene un asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Aunque la posición es transitoria y en cierta forma protocolaria, Santos y su canciller, María Ángela Holguín, piensan utilizar esta plataforma para estrechar relaciones diplomáticas con otros continentes y actores.

Pero el Consejo de Seguridad es solamente uno de los escenarios en los cuales el gobierno Santos piensa desplegar su estrategia diplomática. No menos importante será el de Unasur para estrechar lazos con el resto de América Latina. El gobierno de Álvaro Uribe había tratado a Unasur con desdén y desconfianza. Allí se había llevado a cabo el candente debate sobre el fallido acuerdo colombo-estadounidense que permitía presencia militar de Estados Unidos en bases colombianas. El país se había sentido incómodo en su ambigua posición de ausente de algunas reuniones y convocado al banquillo de los acusados en otras. Santos ha hecho un esfuerzo decidido por acercarse a Unasur y la muestra más palpable de la importancia que le atribuye a ese acercamiento con los vecinos es que ha presentado la candidatura de la ex canciller María Emma Mejía para suceder al ex presidente argentino Néstor Kirchner en la Secretaría General. La elección se hará en las próximas semanas entre Mejía y el ex canciller venezolano Alí Rodríguez, pero, más allá de quién resulte ganador, Colombia envió un claro mensaje de mano tendida a la comunidad latinoamericana.

Por otra parte, Colombia también tiene la aspiración de ingresar a la Oecd, un club que originalmente reunía a los países industrializados, pero que se ha ampliado para incluir a los países mejor organizados del planeta por su buen gobierno. México y Chile son los únicos miembros latinoamericanos plenos hasta el momento y Brasil asiste como invitado. Durante el gobierno de Álvaro Uribe se dieron los primeros pasos para el ingreso, pero se anticipaba que esto no sería posible antes de una década. Con la nueva diplomacia colombiana, ese cronograma se ha acortado a la mitad.

El otro objetivo del Presidente y María Ángela Holguín es entrar al Apec, el foro más importante del Pacífico, aunque allí existe una restricción para recibir a nuevos países, que se levantará en 2012. En todo caso, ante la prioridad que se ha convertido el continente asiático, la canciller Holguín estará en Camboya, Corea y Vietnam a finales de enero, y el presidente Santos irá a Beijing este semestre. La ofensiva asiática va en serio. El gobierno Santos está estudiando la reapertura de la Embajada en Indonesia -además de la de Turquía y Emiratos Árabes- y está planteando un acercamiento a la Asean con un esquema de "amigos del diálogo".

El anterior panorama, a primera vista muy favorable, no está exento de riesgos y costos. Al igual de lo que le sucede a Santos con la política colombiana, cuando se asumen posiciones se pisan callos y se vuelve imposible mantener feliz a todo el mundo todo el tiempo. Eso ocurrió a finales del año pasado cuando el gobierno Santos tuvo que tomar la decisión sobre asistir o no a la ceremonia de entrega, en ausencia, del premio Nobel de Paz, Liu Xiaobo. El gobierno chino aspiraba a un gesto de amistad de Colombia y a que se abstuviera de acudir. Pero eso dejaba a Colombia mal parada ante la comunidad de derechos humanos y ante la mayoría de países de Occidente. Al final, fue enviado un funcionario de segundo nivel, con lo cual se dejó insatisfechos a ambos lados. Lo mismo puede suceder ante la decisión de Colombia de extraditar a Venezuela al narcotraficante Walid Makled en lugar de a Estados Unidos, país que también lo había solicitado en extradición.

Desde la época de Franklin Roosevelt se ha establecido la costumbre de medir las reformas de los gobiernos en los primeros cien días. Por lo general, esas mediciones son inocuas, pues se refieren más a intenciones que a resultados. El caso de la política exterior de la administración Santos es sin duda una excepción. Buena parte de los resultados están ya sobre la mesa y son admirables. Aunque Santos no logre nada más en los cuatro u ocho años de gobierno que le quedan, ya dejó una huella importante en materia de política internacional.