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Hasta aquí llegamos bien, pero hay que dar un paso más adelante. Se están mirando varias opciones y una de ellas es la de volver a ser diario

Al paredón con María Isabel

¿Quién es el Fidel Cano que hoy dirige ‘El Espectador’ que otro Fidel Cano fundó hace 120 años?

El director del semanario le responde a María Isabel Rueda.

17 de marzo de 2007

M.I.R.: Trate de explicarles a las nuevas generaciones, en cortico, cuál es la historia de El Espectador, periódico que usted dirige desde hace tres años y que este mes cumple 120…
F.C.: El diario se fundó en medio de la regeneración conservadora: don Fidel Cano era un liberal radical, y desde esa época quedó marcado como un periódico combativo, dispuesto a defender unas ideas y unos principios por encima de todo.

M.I.R.: ¿Las ideas liberales?
F.C.: Sí. Pero hablar de las ideas liberales no es lo mismo que hablar del Partido Liberal.

M.I.R.: Pero tanto El Espectador como El Tiempo fueron muchos años órganos periodísticos del partido…
F.C.: Sí, pero eso se fue desvaneciendo con el tiempo, y primero claramente en El Espectador. Las ideas liberales sí las seguimos defendiendo, porque ellas marcaron su inicio y su sentido. Yo lo que defiendo es un periódico alejado de los poderes, independiente, que no tiene segundas intenciones por ahí…

M.I.R.: ¿Se refiere a que la familia Cano no tiene intereses en la política?
F.C.: No los tiene, pero la familia Cano tampoco es hoy la dueña del periódico.

M.I.R.: ¿Cómo es dirigir un periódico del que ayer era propietario, y hoy, empleado?
F.C.: Es difícil, obviamente, manejar los sentimientos familiares, con una familia tan extensa y que trabajó tanto tiempo en El Espectador. Incluso a veces sus miembros querrían que se hicieran cosas que se podía cuando era un periódico de familia, pero que hoy no se pueden hacer.

M.I.R.: ¿Es cierto que El Espectador se reventó por el exceso de familia que trabajaba adentro, lo que es un típico defecto de las empresas familiares?
F.C.: No diría que esa fue la causa única ni la principal. Después de la venta quedó demostrado que no era que los Cano fueran unos brutos para manejarlo, porque el periódico siguió perdiendo incluso más que antes. Pero evidentemente, nosotros llegamos tarde a darnos cuenta de que la presencia de la familia se había vuelto muy inconveniente. Había familiares muy capaces, pero otros que vivían sencillamente de la empresa familiar, y eso para los tiempos modernos era imposible de sostener.

M.I.R.: ¿La venta del periódico produjo alguna ruptura familiar interna?
F.C.: Yo sí creo. La verdad es que tuve la fortuna o el infortunio de estar por fuera del país en ese proceso final, pero siento que hubo muchos dolores que no se sanaron.

M.I.R.: ¿Por qué no escriben hoy en El Espectador sus primos, o Ana María, la esposa de don Guillermo Cano?
F.C.: Cuando la venta, a todos los Cano los sacaron. Ahí no querían nada que oliera a Cano. Después algunos volvieron, se quedó escribiendo doña Ana María, pero ella se fue porque en algún momento hubo una celebración del periódico y no se reconoció el trabajo de sus dos hijos, Fernando y Juan Guillermo, después de la muerte de su padre. Don Alfonso se fue poco antes de que yo volviera a El Espectador, por un agarrón que tuvo con Carlos Lleras, no me acuerdo por qué.

M.I.R.: ¿Quién lo invita a volver al periódico?
F.C.: Carlos Lleras, cuando era director y presidente. Yo había trabajado con él en la embajada en Washington. Tenemos muy buena relación.

M.I.R.: Siendo Fidel, siendo Cano y siendo el director de El Espectador, usted es una persona prácticamente desconocida para el país. Nadie sabe como piensa. ¿A usted, por ejemplo, le gusta Uribe?
F.C.: No mucho. Le reconozco que tiene un interés impresionante por hacer bien las cosas, pero no me gusta su estilo personal y de gobierno. Tampoco me gustan sus viejas amistades ni su demostrada incapacidad para diferenciar a sus colaboradores pulcros y bien intencionados de los malandros y chupasangres del poder con los que le gusta rodearse y a los que tanto caso les hace. Pero es la opinión mía, y no la del periódico.

M.I.R.: ¿Y qué opina del proceso paramilitar?
F.C.: Me gusta la idea de la solución pacífica, pero no que sea un proceso hecho a su medida, para que limpien sus fortunas y nunca paguen lo que deberían a esta sociedad por todo lo que hicieron.

M.I.R.: ¿Qué cree que pensaría don Guillermo Cano de este proceso en el que hay un alto grado de narcotráfico, batalla que fue la suya y le costó la vida?
F.C.: Estaría totalmente opuesto a que vayamos corriendo cada vez más el límite en este país, de lo decente y de lo justo. Él pegó el grito cuando se dio cuenta de que ese límite se estaba corriendo y no le pararon tantas bolas al comienzo. Después toda Colombia ha sido testigo de lo sucedido.

M.I.R.: Se ha dicho que El Espectador volverá a ser diario muy pronto y nos pusimos todos felices…
F.C.: Yo también. (Risas). Pero es apenas una posibilidad. Nos ha ido muy bien durante los últimos tres años y especialmente el pasado. No se veía desde hace 20 años que El Espectador estuviera sacando empresarialmente la cabeza. Eso ha llevado a sus accionistas a fortalecer el periódico, porque cuando uno saca la cabeza, le empiezan a disparar desde la competencia. Hasta aquí llegamos bien, pero hay que dar un paso más adelante. Se están mirando varias opciones y una de ellas es la de volver a ser diario.

M.I.R.: ¿Cómo ve a El Tiempo como competencia?
F.C.: El Tiempo es un monstruo. Una empresa muy sólida a la que no le gusta que nadie respire a su alrededor. Su gran fortaleza es ser el primero. La gente tiene que comprar El Tiempo, porque si no, queda mal en las reuniones. Pero también tiene la ventaja de que lo compran incluso quienes no tienen el menor interés en leerlo, como la gente que busca empleo o vender la casa. La fortaleza de El Espectador es que quien lo compra lo hace para leerlo, por lo que tiene un perfil de lector mucho más definido que el de El Tiempo y por ello una relación más íntima con el periódico. Además, El Espectador es un periódico de opinión, de análisis, que ha perdido el pudor de no tener la noticia. La esencia de quien compra El Espectador no es encontrar la chiva, aunque obviamente, seguimos buscándola, como lo hace cualquier buen periodista.

M.I.R.: Vender El Espectador fue una embarrada? Porque finalmente, por cuenta de la venta, pasó de ser diario a semanario…
F.C.: La familia Cano no tenía otra alternativa. Era insostenible. Se vendió a tiempo porque inmediatamente después llegó la crisis. Nos habríamos reventado y hoy estaríamos en la cárcel.

M.I.R.: (Risas). Se lo pregunto porque como El Tiempo está a punto de hacer el proceso…
F.C.: A El Tiempo le sirvió mucho el ejemplo de El Espectador. Allá se asustaron y empezaron el proceso de los protocolos familiares, que tratamos de hacer nosotros cuando ya era muy tarde.

M.I.R.: ¿Qué sintió cuando le anunciaron que el periódico dejaba de ser diario y pasaba a semanario?
F.C.: Nos dijeron eso de una semana para otra. Es de los momentos más difíciles de mi vida. No tanto porque dejara de ser diario, sino porque yo era la cabeza del equipo, y me tocó sentar una a una a más de 80 personas, antes de pensar a rediseñar nada, a decirles: hermano, hasta aquí llegamos. Hoy día pienso que esa fue la salvación de El Espectador.

M.I.R.: ¿Le teme a que la venta de El Tiempo lo fortalezca?
F.C.: No me da susto, porque hemos sabido movernos y meternos como peces en unos sitios que a ellos les incomodan.

M.I.R.: ¿Como cuáles?
F.C.: Como apoderarnos del fin de semana, apoderarnos de la opinión… Por eso ellos, por ejemplo, pasaron las Lecturas Dominicales para el sábado y contrataron al New York Times, porque nosotros habíamos contratado a algunos de sus columnistas. Luego hicieron una campaña donde pusieron las fotos de todo el que hubiera escrito en El Tiempo, para sostener que la opinión estaba allá. Sin duda, están muy incómodos con lo que hemos hecho.

M.I.R.: Sobre ese punto, y le advierto que no es mi opinión, sino que la he oído, ¿es cierto que en El Espectador hay un exceso de columnistas?
F.C.: No creo. Estoy seguro de que son pocos los que se leen todas las columnas, pero queríamos hacer un periódico que sirviera para un fin de semana de tapas, que se lee un poco hoy y otro poco mañana. Hay balance entre columnistas nacionales y columnistas internacionales, hay balance por temas….

M.I.R.: De sus columnistas, ¿cuál es su favorito?
F.C.: Me los leo a todos y no me sobra ninguno. Me gustan mucho Marianne Ponsford, Molano, Bejarano, Alejandro Gaviria y, desde luego, Tola y Maruja. De los internacionales me gustan Tomas Eloy, Stiglitz….

M.I.R.: El maestro Osuna está en un momento muy agudo…
F.C.: Desde cuando volvió de SEMANA, revivió el Osuna que todos añorábamos. Sí creo que está viviendo un momento de una agudeza y una perspicacia maravillosas.

M.I.R.: ¿Cuáles son sus momentos más difíciles como director de El Espectador?
F.C.: Cuando me siento a escribir un editorial y pienso: "M…., ¿yo si estaré entendiendo lo que está pasando?" Este país es demasiado complejo como para uno emitir opiniones radicales.

M.I.R.: ¿Y la obligación de cerrar el jueves para que lo lean el domingo?
F.C.: Muy difícil al principio, porque había mucha expectativa y corríamos el riesgo de que se nos viera como un periódico al que le faltaban cinco días. Estaban esperando las noticias. Al principio nos criticaron mucho. Hoy día hemos madurado como periodistas, y los lectores también.