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¿Quién mató al gobernador?

SEMANA analiza los posibles móviles tras el asesinato de Antonio Roldán.

7 de agosto de 1989

El martes, muy temprano como siempre, el gobernador se levantó con una corazonada. Trabajadicto como el que más, sorprendió a su esposa a la hora del desayuno cuando le comentó: "Tengo una pereza de ir hoy a la oficina...si por mí fuera, me quedaría aquí todo el día".
Media hora más tarde, hacia las 7 y 50, el presagio encontraría justificación: un carro-bomba estallaría al paso del Mercedes Benz y la escolta del mandatario antioqueño Antonio Roldán Betancur, frente a la villa olímpica Atanasio Girardot de Medellín, y mataría al gobernador y a seis personas más. Choqueado por el impacto, Roldán no alcanzaría a salir del carro blindado antes de que el fuego consumiera la parte trasera del vehículo.
El eco de la explosión habría de escucharse minutos después por todo el país, con sus secuelas de horror y desazón. Una vez más, el terror se anotaba un éxito y se volvían a escuchar las declaraciones indignadas de dirigentes y altos funcionarios, las promesas de exhaustivas investigaciones y los llamados a derrotar a los violentos. Al día siguiente, miles de antioqueños acompañaban el féretro hasta el cementerio y se repetían las escenas de dolor e indignación de la misma película que el país está viendo desde hace varios años. La frase, gritada a todo pulmón por un campesino de Urabá que había hecho trabajo político con Roldán en esa dura región, marcó el clímax del sepelio: "Antonio, Dios te llamó a gobernar el cielo".
QUIEN Y POR QUE
Horas después, a la tragedia del crimen mismo se sumaba la confusión alrededor de por qué y por cuenta de quién había muerto este médico de 4 años que, a juzgar por todos los testimonios, parecía carecer de enemigos. A una pregunta de SEMANA al respecto, un importante dirigente empresarial de Medellín respondió en tono concluyente: "Porque era el gobernador y esa es para nosotros una figura muy importante, quizá la más importante del país después del Presidente de la República. Y en este caso, es evidente que se trataba de matar un símbolo".
Efectivamente, si en el país hay un mandatario seccional importante para su región, ese es el gobernador de Antioquia. Formados en siglo y medio de amor a su tierra y fervores federalistas, los paisas han creído siempre que su gobernador debe ser el máximo símbolo de la patria antioqueña, al lado de la arepa, los tipleros y la actividad industrial. Esa condición se ve reflejada en el hecho de que ese funcionario tiene más poder en su departamento y en el país que ninguno de sus colegas en las demás regiones. Primero que todo, porque cuenta con un presupuesto de más de 84.000 millones de pesos anuales, sin contar institutos descentralizados. Segundo, porque asiste o envía a un delegado a las juntas directivas de varias empresas del sector público nacional que tienen sede en Medellín, en especial las del sector eléctrico. Y tercero, porque difícilmente el gobierno central puede desarrollar un programa de alcances nacionales, sin contar con la aprobación y la colaboración de la administración departamental de Antioquia.
Todo lo anterior sin mencionar la trascendencia misma de ese departamento en estos tiempos en los cuales Antioquia conjuga, a la vez, lo mejor y lo peor del momento por el que atraviesa el país. Esa región es escenario de una pujante actividad industrial, agroindustrial y financiera pero también de la acción de varios grupos guerrilleros y de las más importantes cabezas del narcotráfico.
En fin. Si el objetivo del asesinato era el de desestabilizar, el gobernador de Antioquia era una figura propicia. Para muchos paisas, esto puede resolver, al menos en parte, las dudas alrededor del porqué. Pero no necesariamente aclara las del quien. ¿Quién está interesado en desestabilizar, no sólo a Antioquia, sino a todo el país? Los candidatos son muchos: la mafia, claro está, y por lo menos uno de los grupos guerrilleros que operan en ese departamento, el ELN, empeñado en una agresiva y violenta campaña contra la industria petrolera, pero también contra los representantes del Estado, como lo demuestran los reiterados secuestros de funcionarios públicos y el fallido atentado de la semana pasada contra el comandante de la Brigada en Ibagué, general José Gregorio Torres.
El problema con el ELN en este caso, es que sería la primera vez que ese grupo terrorista, que no parece avergonzarse nunca por las locuras que hace, se habría abstenido de reivindicar una que, desde su optica fundamentalista, bien valdría la pena cobrar. "Aunque el ELN ha demostrado repetidamente que está dispuesto a todo, no existe mayor indicio de que pueda estar detrás de este espantoso crimen", le comentó a SEMANA una alta fuente del gabinete, a la salida de una reunión en la Casa de Nariño.
Queda entonces, más por eliminación que por claras evidencias, la mafia como único candidato. En esta dirección parece apuntar uno de los pocos indicios que flota en el mar de confusión que dejó este asesinato. Se trata de la forma como se llevó a cabo, que resulta muy similar a la utilizada en el atentado que hace seis semanas los narcoparamilitares perpetraron contra el director del DAS general Miguel Maza Márquez.
La diferencia es que, si en el caso del jefe de la seguridad nacional un carro-bomba era quizás la única manera de atentar contra su vida con relativas probabilidades de éxito, en el de Roldán semejante operación debía ser, desde el punto de vista de los asesinos, absolutamente innecesaria. Efectivamentc, el gobernador de Antioquia era una persona que se cuidaba muy poco. Era común verlo caminar por las calles de su vecindario o salir, sin mayor aspaviento de guardaespaldas y ametralladoras, del restaurante "Los Recuerdos", después de una noche de bandeja paisa, bambuco y aguardiente. Cuatro días antes del asesinato visitó, sin escoltas, la pequeña población de Abriaqui, que no cuenta siquiera con un puesto de Policía.
Pero entonces, ¿por qué lo mataron de esa forma?. Evidentemente porque la intención de los asesinos no era sólo la de matar al gobernador de Antioquia, sino la de enviarle al gobierno y a toda la sociedad, un mensaje de amedrantamiento, algo como un "vean de lo que somos capaces", sin importar que, de entrada, las características de ese mensaje implicaran la muerte de otras seis personas, entre ellas dos transeúntes que se aprestaban ese día a iniciar su jornada de trabajo y que, posiblemente, ni siquiera conocían al mandatario paisa.
ALGO MAS QUE UN SIMBOLO
Sin embargo, independientemente del hecho de que el asesinato del martes 4 pueda interpretarse básicamente como un acto desestabiliiador, una serie de rasgos del perfil de la víctima pueden contribuir a entender -si es que eso es posible- el proceso demencial que llevó a los asesinos a escogerlo como blanco de este nuevo asalto contra la paz.
Hijo del telegrafista de la población de Briceño, Roldán estudió en la escuela pública de ese pueblo y luego se fue a Medellín para ingresar a la facultad de medicina de la Universidad de Antioquia. Desde entonces se destacó por su amor al deporte, el mismo que lo llevaría años más tarde a la dirección seccional de Coldeportes y a la gerencia del club Atlético Nacional. Ese amor se convertía por momentos en una verdadera obsesión, a tal grado que en la universidad se la pasaba organizando campeonatos de fútbol en los cuales su equipo -el de los estudiantes de medicina- siempre jugaba de uniforme completamente blanco.
Y es que la medicina y, en general, la salud pública, eran su otra obsesión. Cuando su hermano Arturo fue asesinado en Apartadó, donde hacía política a nombre del grupo del senador liberal Bernardo Guerra y donde -médico también- tenía un consultorio popular y había sentado las bases para poner a funcionar un hospital, Antonio Roldán resolvió trasladarse a esa población del convulsionado Urabá, para hacerse cargo tanto del consultorio como de los votos de su hermano.
En 1986 se hizo elegir concejal de Apartadó y desde entonces, su militancia al lado de esa región lo convirtió en un dirigente querido y respetado por tirios y troyanos. Los horrores de la guerra se repetían a diario y Roldán resolvió que su obligación era convertirse en mediador de los conflictos. Buscó dialogar con unos y otros, tendió puentes entre los bandos y, muy especialmente, se transformó en el aliado número uno de los programas del Plan Nacional de Rehabilitación en esa zona y luego, como secretario de salud y como gobernador, en todo el departamento.
A los funcionarios de la Consejería de Rehabilitación, del PNR y del Incora, siempre les impresionó el planteamiento que Roldán, en su calidad de médico, hacía del problema de la violencia. Para él, se trataba de un asunto de salud pública, pues por lo menos en Antioquia, era la primera causa de mortalidad.
En este proceso que lo llevó a comprometerse cada vez más con la búsqueda de la paz, Roldán no le tuvo miedo a impulsar y patrocinar los diálogos regionales que, particularmente en la zona de Urabá, estaban comenzando a surtir algún efecto. "Si en Urabá se hicieron diálogos de paz, diálogos informales -le dijo al diario El Mundo de Medellín la semana pasada el obispo de Apartadó, monseñor Isaías Duarte-, esto se debió indudablemente a la acción del doctor Roldán".
Así que nada de raro tiene que esta labor haya servrdo de móvil para los enemigos de la paz que decidieron acabar con la vida de Roldán. Y teniendo en cuenta que, según las mismas declaraciones del obispo Duarte, entre los grupos guerrilleros había en Urabá "una actitud positiva y esperanzadora" frente a los diálogos promovidos por Roldán, de nuevo se puede decir que todos los caminos conducen a la mafia, tan vinculada desde hace varios años -en especial en Urabá- con los intereses de la subversión de derecha y de sus secuelas de matanzas y guerra sucia.
Como le dijo a SEMANA una funcionaria de la gobernación en Medellín, "si Antonio era un amigo de la paz, resulta lógico que los enemigos de la paz lo vieran a el como un enemigo. Y para esa gente, sus enemigos tienen que morir".